jueves, 25 de julio de 2013

Historia de unos globos (Capítulo 4)

 
Martín estaba blanco del pasmo, aturdido y algo alelado, y estrechaba el papelito arrugado entre sus manos contra su pecho, hasta que arrancó en risas, gritos y exclamaciones de alegría dominado por un gran nerviosismo y prosiguió dando volteretas por toda su habitación y saltos de júbilo que eran impulsados por los muelles del colchón de su cama.

Tenía que responder rápidamente al mensaje de Xesca, pero cayó en la cuenta de que no tenía ningún globo preparado y pensó que tal vez así era mejor ya que debía meditar su nueva respuesta y disponía de tiempo hasta el día siguiente cuando a la salida de sus clases buscaría el globo rojo que de nuevo enviaría por los cielos con destino, ahora ya lo sabía, a Xesca, su nueva amiga.

Al día siguiente compró varios globos, todos rojos, y ya en su casa pensó en el nuevo mensaje que redactaría.
Y esto escribió:
“Hola, Xesca. ¿Te puedo llamar así, verdad? Porque yo también quiero ser tu amigo, porque me has enviado mucha ilusión y has hecho realidad que lo que tanto se desea se cumpla.
En mi pueblo estamos en las Fiestas Mayores y hay música en todas las calles. ¿Te gusta la música?
Con el globo puedes hacer música. Sólo tienes que dejar escapar el aire de su interior estirando con los dedos la boquilla en varias direcciones y controlar la salida del aire.
Hazlo y esa será la música de nuestra amistad.
Un besote para ti”.

Y desde la ventana de su cuarto que se abría a un cielo azul claro como el de ojos garzos, soltó el globo rojo con su cinta serpentina atada al nudo de cierre del aire para que viajase al encuentro de Xesca.

Y aún en la certeza de que llegaría a su destino realizó el ritual de cerrar con fuerza sus ojos pardos y se dijo a sí mismo con la mayor vehemencia y convicción que anhelaba que el globo rojo llegase a manos de Xesca y que ella leyese su mensaje.

(continuará)

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