Martín estaba blanco del pasmo, aturdido y algo alelado, y
estrechaba el papelito arrugado entre sus manos contra su pecho, hasta que
arrancó en risas, gritos y exclamaciones de alegría dominado por un gran
nerviosismo y prosiguió dando volteretas por toda su habitación y saltos de
júbilo que eran impulsados por los muelles del colchón de su cama.
Tenía que responder rápidamente al mensaje de Xesca, pero
cayó en la cuenta de que no tenía ningún globo preparado y pensó que tal vez
así era mejor ya que debía meditar su nueva respuesta y disponía de tiempo
hasta el día siguiente cuando a la salida de sus clases buscaría el globo rojo
que de nuevo enviaría por los cielos con destino, ahora ya lo sabía, a Xesca,
su nueva amiga.
Al día siguiente compró varios globos, todos rojos, y ya en
su casa pensó en el nuevo mensaje que redactaría.
Y esto escribió:
“Hola, Xesca. ¿Te puedo llamar así, verdad? Porque yo
también quiero ser tu amigo, porque me has enviado mucha ilusión y has hecho
realidad que lo que tanto se desea se cumpla.
En mi pueblo estamos en las Fiestas Mayores y hay música
en todas las calles. ¿Te gusta la música?
Con el globo puedes hacer música. Sólo tienes que dejar
escapar el aire de su interior estirando con los dedos la boquilla en varias
direcciones y controlar la salida del aire.
Hazlo y esa será la música de nuestra amistad.
Un besote para ti”.
Y desde la ventana de su cuarto que se abría a un cielo azul
claro como el de ojos garzos, soltó el globo rojo con su cinta serpentina atada
al nudo de cierre del aire para que viajase al encuentro de Xesca.
Y aún en la certeza de que llegaría a su destino realizó el
ritual de cerrar con fuerza sus ojos pardos y se dijo a sí mismo con la mayor
vehemencia y convicción que anhelaba que el globo rojo llegase a manos de Xesca
y que ella leyese su mensaje.
(continuará)
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