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Martín prosiguió con su vida habitual, pero algo había
ocurrido en su interior porque se daba cuenta de que albergaba la fantasía de
que el globo rojo alcanzase algún destino ya que cada domingo, cuando
acompañaba a sus padres a la Plaza Mayor de su pueblo, corría hacia las gitanas
y los puestos callejeros de juguetes y cachivaches para explorar a contraluz
los globos que vendían para escudriñar si en su interior se distinguía sombra
parecida a un rollito de papel.
Sus observaciones eran en vano, ya que nunca acertó a intuir
presencia alguna en el interior de los globos que aquellos mercaderes y
feriantes vendían en las plazas y calles de su pueblo.
Pero de todas formas, y a pesar de que pasaban los días y
las semanas, cada vez que veía las paradas de globos cerraba con fuerza los
ojos y repetía en íntimo silencio el deseo que albergaba de que su globo rojo
llegase a destino y algún niño diese con su mensaje.
Y un día de cielo y nubes color bermejo y en los extremos
corinto y púrpura, mientras hacía los deberes de la Escuela en el escritorio de
su habitación, un globo verde se coló por su ventana para lenta y pausadamente
aterrizar en el suelo después de dar unos pequeños botecitos para quedar allí
inmóvil en el centro de la estancia.
Martín se quedó extasiado, petrificado, preso de gran turbación,
los ojos congelados en el globo, la boca abierta pero sin poder articular
expresión ni palabra congruente.
Tardó unos largos segundos en empezar a reaccionar y
entonces advirtió que todo su cuerpo y sobre todo sus manos temblaban y
deseaban coger el globo verde pero que algo parecido al miedo y a un extraño
respeto le mantenían paralizado.
Cuando un poco se sobrepuso empezó a invadirle la
certidumbre y la confianza de que el globo contenía en su interior un rollito
de papel como el que encontró la primera vez.
Y a la contraluz de la lámpara de su escritorio confirmó,
con el corazón brincando alocadamente en su pecho y una exclamación rompiendo
en su boca, que dentro del globo una sombra pequeñita y alargada bailaba
desordenadamente atendiendo al movimiento con el que sus manos sacudían el
globo.
¡¡¡ Plop !!!
Con la presión de la punta de un clip el globo reventó, ¡¡¡
plop !!!, y cayó de su interior un rollito de papel liado con un fino
cordelito.
Deshizo el lazo, desenvolvió el papel y leyó el siguiente
mensaje:
“ Hola, Martín. Yo soy Francesca, pero todo el mundo me
llama Xesca, y estoy muy contenta de recibir tu globo, porque cuando yo lo envié deseé con
todas mis fuerzas que alguien lo recibiese y me contestase, y estaba segura de
que lo conseguiría. Y así ha sido. Me gustaría ser tu amiga.
Te envío un beso muy fuerte”.
(continuará)
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