Este amanecer de hoy, en que el sol mostraba más timiedad de
la acostumbrada, he ido a tu encuentro en la playa de Palomares de Vilassar de
Mar.
Hace cinco años, con tus hijos, estuvimos allí, ¿recuerdas,
amor?, en la playa que enmarca la montaña de la Cruz de Cabrils y la que
preside el Castillo de Burriach de Cabrera de Mar. Estuvimos para que en el
Mediterráneo se bañasen tus cenizas de compañera mía y madre de nuestros hijos.
Llegamos al anochecer y se nos hizo arduo acercarnos a la
orilla por la oscuridad que ya se imponía. Esta mañana llegué cuando todavía no
arrancaba el día, y aún con luz muy diferente la oscuridad se parecía.
El cielo estaba poblado de nubes bajas y negras bajo un
manto de espejo y plata. Los tímidos rayos de luz que buscaban las grietas de
las nubes negras abrían heridas como serpientes en la mar. La mar las devolvía
a mi mirada como lentejuelas plateadas de vestido de mujer. No venteaba pero la
mar mostraba ligera intranquilidad. La arena estaba mortecina y fría.
Te dije, Susan, que estaba allí, en la orilla. Algunas nubes
apuntaron, durante unos breves instantes, una tonalidad de oro. Tú me decías
que me esperabas con la ligereza del susurro. Un viento apocado empezaba a
agitar la mar.
Yo no hablaba si no que divagaba y no sé si lo hacía en voz
alta o la resonancia era sólo en mi interior. Eco distorsionado de madeja de
pensamientos anudados.
Pensé que hubo un tiempo que fue mío. Tiempos que se tejían
al ritmo que tú y yo les indicábamos. Tiempos que deteníamos o que excitábamos
con el ritmo de las exigencias de la dicha de nuestras vidas. Tiempos que
fueron y no serán porque es la lógica de la ley del tiempo.
Pensaba en que hay momentos en que no sé si soy o he sido.
Si existí o ahora existo pero no persisto. Si soy el que era o soy otro que no
será. Te decía, en el ovillo de mis pensamientos, Susan, que en ocasiones se me
ocurre pensar en si tú eres mi tragedia o mi comedia, porque el raciocinio en
ocasiones se me torna en paranoia, y en ocasiones debo esforzarme por asir la
cordura y no amar la locura. No sé si a veces lloró por ti o por mí. Si a quien
añoro y compadezco es a ti o a mi propio yo desaparecido y reencarnado en otro
que me es desconocido.
Pensé que hay momentos en que me siento viejo pero que no me
importa porque de inmediato me embarga el sentir que tal vez pueda rejuvenecer
a nuevos abrigos que me serán ofrecidos.
Pensé, y así te lo dije, que a veces me azoro cuando no sé
si el futuro lo tengo en el pasado.
Pienso en muchas cosas pero en conclusiones en pocas
ocasiones.
Fui uno y soy otro o creo que no soy lo que era y ahora me
agobia no saber quién soy ni qué seré. Estoy aturdido, amor. Tu partida se fugó
con mi identidad.
A veces regreso a lugares que tú y yo frecuentamos y me
siento extranjero, incluso forastero, como si jamás hubiese estado allí cuando
antes era casi patria y hogar de nuestros sentimientos.
No sé si soy una imitación de mi yo o es que esta es mi
nueva identidad, y no sé si me gusta o me disgusta, porque hay días que sí y
otros que me detesto.
Cuando alcanzo la paz me intranquilizo y cuando me inunda
siento la muerte rondando mi espíritu porque del nervio compañía preciso.
Muchos me quieren, lo sé, y me siento dichoso por ello, pero me asaltan dudas y confundo
amor y cariño con compasión que no deseo ni merezco. Tampoco excesos de
disposición, porque fui lo que era y soy lo que no sé que será. Nuevas
amistades que tú no conociste, ¡cómo me gustaría que tú conmigo las
compartieses!, serenan y alientan mi ánimo porque no conocieron al que fui y
ahora conocen al que no sabe quién es ni que será y aún así me quieren.
… … …
Una ráfaga ligera de viento y una ola rompiendo su pequeño
estertor en mis pies me ha despertado del ensimismamiento. La mar se agitaba y
me avisaba.
Una pareja de gaviotas que sobrevolaban la orilla se ha
detenido a escaso metros de mí. Nos hemos mirado intensamente hasta que mis
ojos se han emborrachado y la pareja decidió pensar que la no mirada las
impelía a reemprender su vuelo.
De regreso a nuestra casa, Susan, en la radio del coche sonó
Mecano y su canción Ay, qúe pesado, qué pesado, siempre pensando en el pasado…
No sé, porque no hoy no sé nada, si la música me la enviabas
tú o las gaviotas o las olas de la mar de tus cenizas o las nubes negras que ya
empezaban a llorar.
Dije en su día que honraría tu memoria.
Ahora contemplo la mar y con una sonrisa fugitiva y tímida
como este amanecer te digo que edificaré futuro.
Descansa, amor, pero no olvides cuidar de mí y de tus hijos
desde los cielos y los mares que habitas.
La levedad de tu ser transita por nuestras almas, mi vida.
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