sábado, 4 de enero de 2014

La orilla de mar de hace cinco años.


Este amanecer de hoy, en que el sol mostraba más timiedad de la acostumbrada, he ido a tu encuentro en la playa de Palomares de Vilassar de Mar.

Hace cinco años, con tus hijos, estuvimos allí, ¿recuerdas, amor?, en la playa que enmarca la montaña de la Cruz de Cabrils y la que preside el Castillo de Burriach de Cabrera de Mar. Estuvimos para que en el Mediterráneo se bañasen tus cenizas de compañera mía y madre de nuestros hijos.

Llegamos al anochecer y se nos hizo arduo acercarnos a la orilla por la oscuridad que ya se imponía. Esta mañana llegué cuando todavía no arrancaba el día, y aún con luz muy diferente la oscuridad se parecía.
El cielo estaba poblado de nubes bajas y negras bajo un manto de espejo y plata. Los tímidos rayos de luz que buscaban las grietas de las nubes negras abrían heridas como serpientes en la mar. La mar las devolvía a mi mirada como lentejuelas plateadas de vestido de mujer. No venteaba pero la mar mostraba ligera intranquilidad. La arena estaba mortecina y fría.

Te dije, Susan, que estaba allí, en la orilla. Algunas nubes apuntaron, durante unos breves instantes, una tonalidad de oro. Tú me decías que me esperabas con la ligereza del susurro. Un viento apocado empezaba a agitar la mar.

Yo no hablaba si no que divagaba y no sé si lo hacía en voz alta o la resonancia era sólo en mi interior. Eco distorsionado de madeja de pensamientos anudados.

Pensé que hubo un tiempo que fue mío. Tiempos que se tejían al ritmo que tú y yo les indicábamos. Tiempos que deteníamos o que excitábamos con el ritmo de las exigencias de la dicha de nuestras vidas. Tiempos que fueron y no serán porque es la lógica de la ley del tiempo.
Pensaba en que hay momentos en que no sé si soy o he sido. Si existí o ahora existo pero no persisto. Si soy el que era o soy otro que no será. Te decía, en el ovillo de mis pensamientos, Susan, que en ocasiones se me ocurre pensar en si tú eres mi tragedia o mi comedia, porque el raciocinio en ocasiones se me torna en paranoia, y en ocasiones debo esforzarme por asir la cordura y no amar la locura. No sé si a veces lloró por ti o por mí. Si a quien añoro y compadezco es a ti o a mi propio yo desaparecido y reencarnado en otro que me es desconocido.
Pensé que hay momentos en que me siento viejo pero que no me importa porque de inmediato me embarga el sentir que tal vez pueda rejuvenecer a nuevos abrigos que me serán ofrecidos.
Pensé, y así te lo dije, que a veces me azoro cuando no sé si el futuro lo tengo en el pasado.
Pienso en muchas cosas pero en conclusiones en pocas ocasiones.
Fui uno y soy otro o creo que no soy lo que era y ahora me agobia no saber quién soy ni qué seré. Estoy aturdido, amor. Tu partida se fugó con mi identidad.
A veces regreso a lugares que tú y yo frecuentamos y me siento extranjero, incluso forastero, como si jamás hubiese estado allí cuando antes era casi patria y hogar de nuestros sentimientos.
No sé si soy una imitación de mi yo o es que esta es mi nueva identidad, y no sé si me gusta o me disgusta, porque hay días que sí y otros que me detesto.
Cuando alcanzo la paz me intranquilizo y cuando me inunda siento la muerte rondando mi espíritu porque del nervio compañía preciso.

Muchos me quieren, lo sé,  y me siento dichoso por ello, pero me asaltan dudas y confundo amor y cariño con compasión que no deseo ni merezco. Tampoco excesos de disposición, porque fui lo que era y soy lo que no sé que será. Nuevas amistades que tú no conociste, ¡cómo me gustaría que tú conmigo las compartieses!, serenan y alientan mi ánimo porque no conocieron al que fui y ahora conocen al que no sabe quién es ni que será y aún así me quieren.
… … …

Una ráfaga ligera de viento y una ola rompiendo su pequeño estertor en mis pies me ha despertado del ensimismamiento. La mar se agitaba y me avisaba.
Una pareja de gaviotas que sobrevolaban la orilla se ha detenido a escaso metros de mí. Nos hemos mirado intensamente hasta que mis ojos se han emborrachado y la pareja decidió pensar que la no mirada las impelía a reemprender su vuelo.

De regreso a nuestra casa, Susan, en la radio del coche sonó Mecano y su canción Ay, qúe pesado, qué pesado, siempre pensando en el pasado…
No sé, porque no hoy no sé nada, si la música me la enviabas tú o las gaviotas o las olas de la mar de tus cenizas o las nubes negras que ya empezaban a llorar.

Dije en su día que honraría tu memoria.
Ahora contemplo la mar y con una sonrisa fugitiva y tímida como este amanecer te digo que edificaré futuro.

Descansa, amor, pero no olvides cuidar de mí y de tus hijos desde los cielos y los mares que habitas.

La levedad de tu ser transita por nuestras almas, mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario