miércoles, 1 de enero de 2014

Tristeza de espuma.

 
Primero de año. De 2014.
Ayer me recogí en mi casa en Barcelona. No amo estas fiestas convencionales. Una amiga me hablaba por la tarde de mi tendencia, y la suya, a mear fuera del tiesto. Espíritus rebeldes.
Charlamos de ello porque ayer me obsequié el fin de año regalándome un orinal de loza pintado a mano con magnificas flores de colores coloridos coloretes que alegran la vista y la estancia donde espera nuestros desechos.
Si no es orinal, que sí, en la montaña, será macetero.
Pero no es de eso de lo que ahora quería escribir. A veces no puedo frenar mi tendencia a la dispersión.

Quería escribir de ti, Tía Rosa.
He ido a visitarte a la Residencia de la Tercera Edad en la que consumes tus días. Quería obsequiarte con una rosa roja por tu nombre de flor y leerte uno de mis Cuentos para que el nuevo año comience para ti con la infancia de la inconsciencia que recuperas cada día, cada hora, cada minuto. No ha podido ser la rosa roja porque las floristerías también cierran en este día de inicio de año. Tampoco ha sido el Cuento porque tu repetías repetitivamente lo que ocupaba tu mente y pronunciabas “la reina, la reina, la reina,…” y no me atendías porque tu cerebro ya no te atina.
Al ver tu expresión y oír tu cantinela pensé que no hubieses conocido la rosa roja porque ni a mí me reconociste, que soy tu sobrino mayor y tu mimado durante años.
Lo decía así y lo leí en tu carita de ojos inexpresivos, muy abiertos y de cristalinos acuosos, velados y perdidos. Vacíos de vida.

¡Qué tristeza de espuma me ha invadido, Tía Rosa!

De espuma como la de las olas del mar que vienen a la orilla y antes de fundirse en la arena ya han  perdido la vida porque otras vienen para hacer y volver a hacer y otra vez de nuevo el mismo camino.

Me invadía la tristeza a oleadas de borbotones de pensamientos de cabritillas encabritadas y espumosas. Pero tristeza serena, Tía Rosa, tristeza de miel en las comisuras de los labios. No la tristeza salada que es alboroto del ánimo y el espíritu.

Me recordé, cuando una ola de espuma rompió en mis recuerdos, siendo aquel niño que tenía la ambición de ser tan alto como tú, que apenas superabas el metro y medio, y que logré después de mucha Kina San Clemente de antes de las comidas de la abuelita Tina, tu madre y mi madrina, y que también acompañó las comidas que la mía me ofrecía.
Me recreé en la espuma de sabor ajerezado de esa ola que me decía que no encontraste la pareja de tu vida porque me dedicaste a mí, el primer hijo de tu hermana Fina, y después a mis hermanos, los mejores años de tu vida.
Y cuando crecí y ya no acompañabas a mi madre al Colegio del Loreto para que me recogiese la Madre Ana y Sor Casilda, la una un sargento disfrazada de monja pero monja de las de verdad y que entendía la educación como disciplina y la otra de capacidades inundadas de sencillez y humildad y servidumbre y tal vez por eso quedó Sor y no Madre, te refugiaste en las tres hijas de tu otra hermana Otilia que nunca gozó de aptitudes maternales sobresalientes, aunque sí destacó en otras.
La espuma de la ola me susurraba que esa entrega tuya te absorbió para que no encontrases al hombre de tu vida, como aquel Salvador algo afectado pero dulce y cariñoso que mira que te persiguió y nunca te consiguió, y al final con otra de tu estilo elegante y prudente desposó.

Dos olas que navegaban amigas me han girado el pensamiento a la Playa de Palomares donde todos los veranos nos bañábamos en el Mediterráneo de Vilassar de Mar con mis hermanos y mis primos, y mientras Tío Alberto y Tía Angela y Papá y Mamá doraban su piel y descansaban de nosotros, tú te ocupabas de la arquitectura de los castillos de arena, de la búsqueda de tallarines que luego cocinábamos en la casa de Cabrils con la asistenta de mamá (¿Ángeles?) tanto si tú estabas como si no, y nos enseñabas a mantenernos a flote en la mar y dar alguna brazada que no fuese sólo un chapoteo.

Se me pegaba esta mañana en el alma la espuma espesa de otra ola al verte encorvada y reducida, porque mis recuerdos de ti son con los vivos colores de tus labios carmesí y el rojo colorete colorado de tus mejillas cuando, aún siendo pequeñita la talla de tu cuerpo y también pequeñas tus facciones, lucías una delantera insinuante y abundante  pero con la sobriedad y el orgullo de una soltería que guardaba su encanto y todavía prometía.

Una ola más encabritada y fría que viajaba desde la lejanía me ha salpicado con aquella sopa de galets del día de Navidad de casa de los avis, en el primero segunda de la calle Mallorca de Barcelona, la casa familiar, que tenía que ser servida conservando en su cuerpo los hervores del fuego, y yo suponía que así debía ser para que te ayudase a quemar tus pasiones incendiadas y mal sofocadas por el amor a sobrinos que no son cortejo de pareja y por convencionalismos formales de la sociedad sin espuma de la dictadura.

Cuando amainaron las olas de espuma y el mar asumió la quietud del cariño y no de la pena bajo un manto plomizo de primero de enero, te dejé en manos de las abnegadas cuidadoras dejando caer en tu frente un leve beso de espuma, mientras te decía que tú eres la Reina a la que insistentemente reclamas, y en tu mirada me pareció que algo de mí reconocías porque aferrabas con tu manita fría mi mano siempre calentita y un tímido destello de niña te brilló en las pupilas.

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