miércoles, 22 de enero de 2014

Lluvia, besos, desasosiego y sabotaje.


Atardecer lluvioso en Barcelona.
Lluvia morosa en el barrio alto en el que resido.

Me cobijo al calor de la espuma fría de una cerveza y en los tersos pechos morenos de la cálida camarera que me ofrece boquerones mientras mi cerebro se enmaraña entre las frases de besos rusos y otros que son de espera paciente de sapos que son sapiencia. También de besos que son cortos porque son de mera coincidencia de labios y otros que son de sal porque son de sirena.

No decido si Pessoa y el desasosiego o Nothomb y sabotajes amorosos porque el agua mansa de la lluvia o tal vez los pechos nómadas y desbocados que regalan cerveza me trasladan a mis jóvenes noches de espejo de luna de agosto de hogueras de arena tibia y de “cremat”, olor de café y ron y canela de muchachas de piel del color del oro y de la arena empapada del salitre de la orilla y adolescentes al acecho.

Anocheceres de sal y arena y agua salada de mar para labrar amores de relámpago sofocados en las olas frías del mar de la canícula.
Amores de palabras oídas y no aprendidas y que deshacen risas apagadas y algún que otro llanto silenciado por labios arrumacados y guitarras de los que aman su rasgueo solidario para entregar cobijo a las parejas de galopeo solitario.

Amaneceres de humedad y relente y brasas y cenizas mortecinas y vellos erizados y miradas de vergüenza y despedidas para el regreso furtivo a sueños arropados de sol y calima y efluvios y olores de recuerdos de sudaciones y nostalgias.

Sigue la lluvia perezosa y lenta y la camarera distrae mi ensimismamiento colmando otro vaso de espuma de cerveza acompañado de un beso sigiloso y escondido que me devuelve a la maraña y el barullo de los besos de mi mente peregrina mientras decido si la lluvia es de desasosiego o de amores saboteados.

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