En muchas ocasiones a lo largo de mi vida me he descubierto
emitiendo un suspiro.
Y cuando eso ocurría, ocurre todavía, claro, siempre me
sorprendo.
Me ocurre como con el bostezo, que además de ser una pequeña
obsesión ya que cada día controlo si bostezo o si por el contrario paso un día
sin bostezar, que no deja de sorprenderme por mucho que se repita de forma
constante y persistente.
El suspiro también me obsesiona, incluso más, porque a
diferencia del bostezo, cuyas características principales son la oportunidad
del mismo, la duración, la sonoridad, la apertura que provoca en la mandíbula y
poca cosa más (alguna vez el bostezo aparece acompañado de alguna que otra
triste lágrima seca y áspera, pero eso es en contadas ocasiones y es más por
motivos de baja alcurnia, como es el caso del apretujón de párpados que se
hermana con los grandes bostezos, y no es por causa noble como las lágrimas
húmedas y grasas de las grandes emociones), el suspiro presenta una variedad de
prestaciones y presentaciones casi infinitas.
Soy de la opinión de que alguien, un científico por ejemplo,
debería dedicarse al estudio y clasificación de los suspiros.
Yo me he limitado a coleccionarlos.
Hoy en día hasta me sabe mal que con ocasión de la
renovación del documento de identidad no te pregunten la profesión, porque yo
me declararía “Coleccionista de Suspiros”.
Recuerdo muchos suspiros emitidos por mí mismo y también por
otros (ahora mismo me vienen a la cabeza alguno de los suspirillos que emitió
Carles Puigdemont, nuevo President de la Generalitat de Catalunya, en el cierre
de su discurso de investidura, y que interpreté como suspiros de persona algo
abrumada por la responsabilidad del cargo que acepta), pero los que realmente
me han marcado con mayor intensidad son, en un ejercicio que no me
correspondería hacer a mí, si no al científico que analizase y clasificase los
suspiros, aquellos que han sucedido en momentos importantes de mi vida.
Algunos de los de que iniciaron mi colección son suspiros ya
viejos por remotos en el tiempo, pero no por ello olvidados en las nieblas y
telarañas de mi memoria.
Son los suspiros de adolescencia, que eran soplos y bufidos
de cansancio de estudios y de aprendizaje y, sobre todo, son los lamentos de
primeros amores no correspondidos por aquella niña ya moza de la ciudad que
veraneaba en el mismo pueblo cerca del mar donde mis padres se instalaban
aquellos tres largos meses del estío.
Y también los suspiros de la infancia, que eran sollozos
porque en la Fiesta Mayor del pueblo el padre negaba las monedas para disparar
cuatro perdigones en la parada del tiro o para un viaje más en los auto de
choque.
Eran aspiraciones y espiraciones lastimeras, porque aunque
fuesen irrelevantes eran sinceras, y hacían padecer y en ocasiones hasta
compadecerte. Por eso la memoria los guarda a buen recaudo, porque esos
suspiros enseñaban cosas y las cosas que se aprenden en la infancia y la
juventud jamás se extravían ni se olvidan, como el aprendizaje de rodar sobre
la bicicleta de dos ruedas.
Recuerdo asimismo los suspiros que eran jadeos de los
partidos de fútbol sala y los de campo grande de tierra y piedras entre los
vecinos del pueblo y los veraneantes, de altísima rivalidad y odios y
resquemores profundos como los de las clases sociales, jadeos que podían acabar
en sofocos y resoplidos bien por falta de resuello bien por el dolor que
sufrían los miembros del cuerpo apaleados en las batallas campales en las que
acababan las contiendas entre los enemigos ancestrales.
Pero los que más me han perforado y me han horadado las
entrañas son los suspiros nacidos de la ansiedad y los que brotan del amor y el
desamor.
La ansiedad que aparece cuando se desea lo que sea con tanta
fuerza que provoca aspiraciones fuertes y largas y espiraciones sonoras y
breves, entrecortadas y sincopadas.
Son llanto silencioso y pena silenciada, queja chirriante y
grito helado por el dolor del alma, y quejidos profundos y jadeos y gemidos
hondos empapados de placer.
Los primeros hieren como puñales de filo metálico y afilado
y los segundos golpean con sangre las sienes y los corazones de los amantes.
Estos suspiros son los que hoy me acompañan porque se
acomodaron en mi alma impúdica y desvergonzadamente, y afloran en la oscuridad
terrosa de muchas noches, imitando al topo, cuando mi pensamiento se pierde en
el recuerdo de las mujeres de mi vida, mujeres que hace unos años me
abandonaron a mi suerte sin dejar de acompañarme asiendo mis manos con la
calidez de las suyas, y estos días camina junto a mí algún que otro suspiro de
amorío reciente que alivió mis soledades y que ahora se aloja entre los de mi
colección porque me ha “dolío como
un quejío” cuando partió y me dejó ese suspiro que se incrustó como el
alquitrán entre los cristales rotos de mis sentimientos y emociones.
Son los suspiros de mi vida, son los que a veces sólo yo
mismo y los que mucho me conocen detectan e incluso alcanzan a oír cuando se
escapan sin solicitarme permiso alguno porque son tan libres como mis
vibraciones y sensaciones.
Fray Luis de León
ResponderEliminarA LA VIDA RETIRADA
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado
ni del dorado techo
se admira fabricado
del sabio Moro, en jaspes sustentado.
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presa a mi contento
si soy del vano dedo señalado?
¿Si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río,
o secreto seguro y deleitoso!
Roto casi el navío
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiérteme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no a los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atendido.
Vivir quiero conmigo
gozar quiero del bien que debo al Cielo.
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas , de recelo.
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado, tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
___________
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruido
que del oro y del cero pone olvido.
Téngame su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el álbrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna , al cielo suena
confusa vocería
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
con sed insaciable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce acordado
del plectro sabiamente meneado.
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego sosegada,
el, paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
Me ha parecido que estos versos, podrían ser adecuados.
Un abrazo.
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