miércoles, 13 de enero de 2016

Coleccionista de suspiros.

 
En muchas ocasiones a lo largo de mi vida me he descubierto emitiendo un suspiro.
Y cuando eso ocurría, ocurre todavía, claro, siempre me sorprendo.
Me ocurre como con el bostezo, que además de ser una pequeña obsesión ya que cada día controlo si bostezo o si por el contrario paso un día sin bostezar, que no deja de sorprenderme por mucho que se repita de forma constante y persistente.

El suspiro también me obsesiona, incluso más, porque a diferencia del bostezo, cuyas características principales son la oportunidad del mismo, la duración, la sonoridad, la apertura que provoca en la mandíbula y poca cosa más (alguna vez el bostezo aparece acompañado de alguna que otra triste lágrima seca y áspera, pero eso es en contadas ocasiones y es más por motivos de baja alcurnia, como es el caso del apretujón de párpados que se hermana con los grandes bostezos, y no es por causa noble como las lágrimas húmedas y grasas de las grandes emociones), el suspiro presenta una variedad de prestaciones y presentaciones casi infinitas.
Soy de la opinión de que alguien, un científico por ejemplo, debería dedicarse al estudio y clasificación de los suspiros.
Yo me he limitado a coleccionarlos.
Hoy en día hasta me sabe mal que con ocasión de la renovación del documento de identidad no te pregunten la profesión, porque yo me declararía “Coleccionista de Suspiros”.

Recuerdo muchos suspiros emitidos por mí mismo y también por otros (ahora mismo me vienen a la cabeza alguno de los suspirillos que emitió Carles Puigdemont, nuevo President de la Generalitat de Catalunya, en el cierre de su discurso de investidura, y que interpreté como suspiros de persona algo abrumada por la responsabilidad del cargo que acepta), pero los que realmente me han marcado con mayor intensidad son, en un ejercicio que no me correspondería hacer a mí, si no al científico que analizase y clasificase los suspiros, aquellos que han sucedido en momentos importantes de mi vida.

Algunos de los de que iniciaron mi colección son suspiros ya viejos por remotos en el tiempo, pero no por ello olvidados en las nieblas y telarañas de mi memoria.
Son los suspiros de adolescencia, que eran soplos y bufidos de cansancio de estudios y de aprendizaje y, sobre todo, son los lamentos de primeros amores no correspondidos por aquella niña ya moza de la ciudad que veraneaba en el mismo pueblo cerca del mar donde mis padres se instalaban aquellos tres largos meses del estío.
Y también los suspiros de la infancia, que eran sollozos porque en la Fiesta Mayor del pueblo el padre negaba las monedas para disparar cuatro perdigones en la parada del tiro o para un viaje más en los auto de choque.
Eran aspiraciones y espiraciones lastimeras, porque aunque fuesen irrelevantes eran sinceras, y hacían padecer y en ocasiones hasta compadecerte. Por eso la memoria los guarda a buen recaudo, porque esos suspiros enseñaban cosas y las cosas que se aprenden en la infancia y la juventud jamás se extravían ni se olvidan, como el aprendizaje de rodar sobre la bicicleta de dos ruedas.

Recuerdo asimismo los suspiros que eran jadeos de los partidos de fútbol sala y los de campo grande de tierra y piedras entre los vecinos del pueblo y los veraneantes, de altísima rivalidad y odios y resquemores profundos como los de las clases sociales, jadeos que podían acabar en sofocos y resoplidos bien por falta de resuello bien por el dolor que sufrían los miembros del cuerpo apaleados en las batallas campales en las que acababan las contiendas entre los enemigos ancestrales.

Pero los que más me han perforado y me han horadado las entrañas son los suspiros nacidos de la ansiedad y los que brotan del amor y el desamor.
La ansiedad que aparece cuando se desea lo que sea con tanta fuerza que provoca aspiraciones fuertes y largas y espiraciones sonoras y breves, entrecortadas y sincopadas.
Son llanto silencioso y pena silenciada, queja chirriante y grito helado por el dolor del alma, y quejidos profundos y jadeos y gemidos hondos empapados de placer.
Los primeros hieren como puñales de filo metálico y afilado y los segundos golpean con sangre las sienes y los corazones de los amantes.

Estos suspiros son los que hoy me acompañan porque se acomodaron en mi alma impúdica y desvergonzadamente, y afloran en la oscuridad terrosa de muchas noches, imitando al topo, cuando mi pensamiento se pierde en el recuerdo de las mujeres de mi vida, mujeres que hace unos años me abandonaron a mi suerte sin dejar de acompañarme asiendo mis manos con la calidez de las suyas, y estos días camina junto a mí algún que otro suspiro de amorío reciente que alivió mis soledades y que ahora se aloja entre los de mi colección porque me  ha “dolío como un quejío” cuando partió y me dejó ese suspiro que se incrustó como el alquitrán entre los cristales rotos de mis sentimientos y emociones.

Son los suspiros de mi vida, son los que a veces sólo yo mismo y los que mucho me conocen detectan e incluso alcanzan a oír cuando se escapan sin solicitarme permiso alguno porque son tan libres como mis vibraciones y sensaciones.

2 comentarios:

  1. Fray Luis de León

    A LA VIDA RETIRADA

    ¡Qué descansada vida
    la del que huye el mundanal ruido
    y sigue la escondida
    senda por donde han ido
    los pocos sabios que en el mundo han sido!

    Que no le enturbia el pecho
    de los soberbios grandes el estado
    ni del dorado techo
    se admira fabricado
    del sabio Moro, en jaspes sustentado.

    No cura si la fama
    canta con voz su nombre pregonera
    ni cura si encarama
    la lengua lisonjera
    lo que condena la verdad sincera.

    ¿Qué presa a mi contento
    si soy del vano dedo señalado?
    ¿Si en busca de este viento
    ando desalentado
    con ansias vivas, con mortal cuidado?

    ¡Oh monte, oh fuente, oh río,
    o secreto seguro y deleitoso!
    Roto casi el navío
    a vuestro almo reposo
    huyo de aqueste mar tempestuoso.

    Un no rompido sueño,
    un día puro, alegre, libre quiero;
    no quiero ver el ceño
    vanamente severo
    de a quien la sangre ensalza o el dinero.

    Despiérteme las aves
    con su cantar sabroso no aprendido;
    no a los cuidados graves
    de que es siempre seguido
    el que al ajeno arbitrio está atendido.

    Vivir quiero conmigo
    gozar quiero del bien que debo al Cielo.
    a solas, sin testigo,
    libre de amor, de celo,
    de odio, de esperanzas , de recelo.

    Del monte en la ladera,
    por mi mano plantado, tengo un huerto,
    que con la primavera
    de bella flor cubierto
    ya muestra en esperanza el fruto cierto.

    ___________



    El aire el huerto orea
    y ofrece mil olores al sentido;
    los árboles menea
    con un manso ruido
    que del oro y del cero pone olvido.

    Téngame su tesoro
    los que de un falso leño se confían;
    no es mío ver el lloro
    de los que desconfían
    cuando el cierzo y el álbrego porfían.

    La combatida antena
    cruje, y en ciega noche el claro día
    se torna , al cielo suena
    confusa vocería
    y la mar enriquecen a porfía.

    A mí una pobrecilla
    mesa de amable paz bien abastada
    me basta, y la vajilla
    de fino oro labrada,
    sea de quien la mar no teme airada.

    Y mientras miserable-
    mente se están los otros abrasando
    con sed insaciable
    del peligroso mando,
    tendido yo a la sombra esté cantando.

    A la sombra tendido,
    de hiedra y lauro eterno coronado,
    puesto el atento oído
    al son dulce acordado
    del plectro sabiamente meneado.



    Y como codiciosa
    por ver y acrecentar su hermosura
    desde la cumbre airosa
    una fontana pura
    hasta llegar corriendo se apresura.



    Y luego sosegada,
    el, paso entre los árboles torciendo,
    el suelo de pasada
    de verdura vistiendo
    y con diversas flores va esparciendo.

    Me ha parecido que estos versos, podrían ser adecuados.
    Un abrazo.

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