Esta mañana me he levantado llorando.
El cuerpo y el alma saben leer y tienen memoria.
Fuera llovía.
Dentro hacía frío, mucho frío.
He salido al jardín y las lágrimas que descendían de mis
ojos calientes se han confundido con la lluvia fría del cielo que me caía
encima.
El contraste ha sido como un hachazo en mis ojos y en mi
cuerpo.
Yo quería mirar al cielo y sonreírte a ti.
Pero no he podido.
La congoja me sobrecogía.
Este anochecer he vuelto a salir del calor de casa.
He mirado al cielo ya oculto y he sonreído, te he sonreído,
amor.
Tú también sonreías y te mareabas de rojos y verdes de
atardecer.
Me ha costado siete años.
Te he buscado entre las nubes que enrojecían mi vergüenza,
entre el sol que dejaba de amarillear como una rosa mosqueta
mustia,
entre la luna que crece orgullosa repleta de plata blanca,
y he encontrado tu mirada sencilla, abierta y húmeda de
dulzura como el rocío,
y nos hemos sonreído hasta que una tórtola con un collar
negro
dibujándose en su tenue color tibio ha recogido mi tímida
sonrisa
para llevártela al cielo que habitas.
He vuelto a buscar el calor del hogar.
Fuera sigue lloviendo.
Dentro hace frío, mucho frío.
Mi alma brinca de alegría
y llora de soledad compungida.
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