lunes, 4 de enero de 2016

Cuatro de enero.

 
Esta mañana me he levantado llorando.
El cuerpo y el alma saben leer y tienen memoria.

Fuera llovía.
Dentro hacía frío, mucho frío.

He salido al jardín y las lágrimas que descendían de mis ojos calientes se han confundido con la lluvia fría del cielo que me caía encima.
El contraste ha sido como un hachazo en mis ojos y en mi cuerpo.

Yo quería mirar al cielo y sonreírte a ti.
Pero no he podido.
La congoja me sobrecogía.

Este anochecer he vuelto a salir del calor de casa.
He mirado al cielo ya oculto y he sonreído, te he sonreído, amor.
Tú también sonreías y te mareabas de rojos y verdes de atardecer.

Me ha costado siete años.
Te he buscado entre las nubes que enrojecían mi vergüenza,
entre el sol que dejaba de amarillear como una rosa mosqueta mustia,
entre la luna que crece orgullosa repleta de plata blanca,
y he encontrado tu mirada sencilla, abierta y húmeda de dulzura como el rocío,
y nos hemos sonreído hasta que una tórtola con un collar negro
dibujándose en su tenue color tibio ha recogido mi tímida sonrisa
para llevártela al cielo que habitas.

He vuelto a buscar el calor del hogar.
Fuera sigue lloviendo.
Dentro hace frío, mucho frío.

Mi alma brinca de alegría
y llora de soledad compungida.

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