Me convoca la Lechuza para hacerme conocedor de algunas
reflexiones post-investidura de Carles Puigdemont.
Me avisa de entrada de dos aspectos de importancia para el
redactado de mi crónica: que ha dejado transcurrir un par de días para poder
expresarse con la mente fría y evitar así los calores mentales que provocan las
reacciones inmediatas, y que su reflexión, en esta ocasión, ha querido fijarse
en algunos detalles y no en el corazón de la investidura, ya que para eso
suficientes cronistas y analistas políticos los hay aquí y allende Catalunya.
Y comenzó su exposición formulándome una pregunta:
“Cronista, ¿hemos perdido irremisiblemente la educación y el respeto, y lo que
es peor, el sentido del saber estar y de la responsabilidad?”
Y sin esperar respuesta por mi parte, así se explicó:
“Después del acto de investidura del nuevo Presidente de la
Generalitat de Catalunya sucedieron algunas cosas que por habituales ya no nos
llaman la atención, pero que no por ello dejan de decir muchas cosas pese a no
servirse de las palabras y sí en las actitudes y en los comportamientos.
Una vez nombrado como nuevo President por la Presidencia del
Parlament de Catalunya los diputados prorrumpieron en una sonora ovación que no
fue secundada, OBVIAMENTE, por los grupos parlamentarios contrarios a la
investidura. Es lo normal y habitual.
Pero esos detalles a los que me refería, querido cronista,
están aquí, en el OBVIAMENTE.
¿Por qué nos parece obvio que los que hubiesen preferido otro President/a no
aplaudan, cuando ese aplauso no es
más que una felicitación a quien accede a la mayor responsabilidad política de
un país, cargo al que cualquiera de los allí presentes (salvo invitados y
familiares) desearía acceder como culminación de su carrera política?”
Piensa la Lechuza que lo obvio sería únicamente que no se
partiesen las manos por la fuerza, potencia y persistencia de sus aplausos,
pero ¿no aplaudir? ¿No es eso una falta de respeto y de consideración enorme?
¿No es eso de una bajeza moral y de espíritu brutal?
Es como si un compañero de trabajo, con el que a veces
trabajas en equipo y en otras ocasiones compites, te invita a una copa de cava en celebración de su
onomástica, y tú, en vez de agradecérselo, vas y le dices (con palabras o con
tu comportamiento y actitud), ¡No, yo no bebo tu cava, me sentará mal!
Difícil de entender, ¿verdad? Difícil de comprender, de
aceptar, dice muchas cosas del que
no acepta esa copa de cava. Pues en política nos parece OBVIO. ¡Qué pena, pues
parece que los que están expuestos a la mirada y la observación pública son los
que más deberían cuidar estas cuestiones, porque en muchas ocasiones son espejo
de comportamiento para otros!
El segundo detalle que me comenta la Lechuza sucedió instantes
después.
Como cierre de la sesión de investidura, el Parlament en pie
entonó en Himno Nacional de Catalunya, “Els Segadors”, y los partidarios del
nuevo President lo cantaron sentidamente, incluso otros grupos contrarios, como
el P.P. de García Albiol o el PSC de Iceta. Cantaron sin mucha efusividad, es
cierto, pero pudimos ver como interpretaban pasajes como “Bon cop de falç” que
permiten una fácil lectura de los labios. Pero cantaron, con respeto, con
consideración.
Sin embargo, Inés Arrimadas y sus correligionarios de C’s,
no cantaron. Se mostraron hieráticos, impasibles, fríos, ausentes, despectivos,
ajenos.
Se pregunta la Lechuza si es que no son catalanes o si es
que no conocen la letra de “Els Segadors”, o pero todavía, si es que para ellos
sólo existe un himno (que, por cierto, no tiene letra), lo cual diría
nuevamente muy poco de sus actitudes y comportamientos democráticos. O tal vez,
piensa la Lechuza, es que simplemente son lo que ya ha manifestado antes: son
maleducados e irrespetuosos con contumacia y alevosía, como si ello fuese una
virtud en vez de un defecto.
Concluye la Lechuza comentándome que estas reflexiones, que
el análisis de estos “detalles” de la sesión de investidura le recordaron un
artículo de José Ignacio González Faus en “La Vanguardia” del pasado 11.01.16,
titulado “Año irracional”, y donde decía cosas muy sabias e interesantes como
que “por paradójico que resulte hay pocas cosas más irracionales que la razón,
o por lo menos, el uso que solemos hacer de ella”.
E ilustraba su comentario con reflexiones como las que
siguen: las pasadas eyecciones generales dieron un balance de empate a 160
escaños, por lo que cómo es posible que el Sr. Sánchez proclame que el pueblo
ha pedido el cambio; la Presidenta andaluza se desgañita diciendo que no hay
que dialogar con nadie que atente contra la unidad de España, y no se da cuenta
de que su cerrazón al diálogo es tal vez la mejor arma para romper esa unidad;
el Sr. Romera proclamaba tras el 27-S que tenía mayoría suficiente en escaños y
votos, y esa mayoría es sólo de un escaño más y menos del 50% de los votos;
Rajoy es el político que más desigualdad ha creado entre los españoles tanto a
nivel individual como entre Comunidades, pero se llena la boca diciendo que él
no puede consentir ninguna desigualdad entre los españoles; desautorizamos a la
CUP llamándolos “anticapitalistas” cuando a lo mejor deberíamos llamarlos
“racionales” ya que tiene las
ideas bastantes claras aunque pequen de ilusos y en ocasiones de incoherentes y
contradictorios; y así González Faus nos ilustraba con algunos ejemplos más
para demostrar la irracionalidad de la razón, y piensa la Lechuza que es
posible que ahí esté a respuesta a los interrogantes que ella misma se
planteaba cuando observaba los “detalles” que me comentaba en relación a la
investidura catalana.
Y llegados a este punto la Lechuza se retiró a su rama para
proseguir con sus elucubraciones, y este cronista, como siempre, se limita a
transcribirlas lo más fidedignamente que le es posible.
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