viernes, 25 de noviembre de 2016

Huevos pasados por agua.


Susan solía prepararme huevos pasados por agua.
Me gustaban. Me siguen gustando. Mucho.
Y su amiga Conxa nos enseñó, a ella y a mí, a comerlos con un poco de caviar (sucedáneo, claro, y el mejor según mi gusto es el de la marca Mujol) y unas gotitas de tabasco (de la marca Mc. Ilhenny Co.) y una pizca de sal.
Resultado: divinos !!! Una gozada para las papilas gustativas y para el paladar, la lengua, la tráquea, la boca del estómago,…

Hoy me he hecho uno, uno solo, para cenar, mientras pensaba en qué cama de mi casa dormiría, porque la mía habitual está repleta de serrín del carpintero que me está haciendo unos estantes de madera para libros en mi habitación.

El huevo resultó riquísimo, y eso que faltaba el caviar negro, que he sustituido por una pequeña lluvia de pimienta negra en cada cucharada.
¡ Qué disfrute !

Al recoger la mesa y retirar la cáscara del huevo de su emplazamiento, la he depositado en el plato boca abajo, es decir, con el agujero cara al plato, y el vacío de su interior ha despedido un relámpago de luz brillante en forma de recuerdo, de hermosos recuerdos.

Yo solía hacer eso mismo, voltear los huevos, cuando Susan me los cocinaba, y después de degustarlos en un santiamén le decía “Susan, no me apetecen los huevos, mira, ahora creo que no me sentarán bien”. Ella conocía el juego y me recriminaba, no sin dejar de  mostrar una leve sonrisilla en la comisura de sus labios, con expresiones como “Vamos, Paco, no seas caprichoso. Haz el favor de comértelos”.
Y yo, entonces, rompía, destrozaba, machacaba con la cucharilla las cáscaras de los huevos vacías, y reíamos y nos besábamos y nos sentíamos muy felices y muy unidos, y ella era un dulce y yo me emocionaba al comprobar que la misma broma y en todas las ocasiones despertaba nuestra mutua ternura.

¡ Tiempos eran tiempos !

Hoy, después de romper la cáscara de mi huevo vacío también me he reído mucho y me ha parecido oír y ver la sonrisa fresca de mi compañera en el cielo de un atardecer que se iluminaba por las muestras de jolgorio de truenos y rayos que celebraban nuestra simple y sencilla broma.

Y he caído en la cuenta de que los buenos tiempos regresan porque están dentro del propio ser, no tiene dependencia del exterior.

Ahora lo sé con certeza.

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