Susan solía prepararme huevos pasados por agua.
Me gustaban. Me siguen gustando. Mucho.
Y su amiga Conxa nos enseñó, a ella y a mí, a comerlos con
un poco de caviar (sucedáneo, claro, y el mejor según mi gusto es el de la marca
Mujol) y unas gotitas de tabasco (de la marca Mc. Ilhenny Co.) y una pizca de
sal.
Resultado: divinos !!! Una gozada para las papilas
gustativas y para el paladar, la lengua, la tráquea, la boca del estómago,…
Hoy me he hecho uno, uno solo, para cenar, mientras pensaba
en qué cama de mi casa dormiría, porque la mía habitual está repleta de serrín
del carpintero que me está haciendo unos estantes de madera para libros en mi
habitación.
El huevo resultó riquísimo, y eso que faltaba el caviar
negro, que he sustituido por una pequeña lluvia de pimienta negra en cada
cucharada.
¡ Qué disfrute !
Al recoger la mesa y retirar la cáscara del huevo de su
emplazamiento, la he depositado en el plato boca abajo, es decir, con el
agujero cara al plato, y el vacío de su interior ha despedido un relámpago de
luz brillante en forma de recuerdo, de hermosos recuerdos.
Yo solía hacer eso mismo, voltear los huevos, cuando Susan
me los cocinaba, y después de degustarlos en un santiamén le decía “Susan, no
me apetecen los huevos, mira, ahora creo que no me sentarán bien”. Ella conocía
el juego y me recriminaba, no sin dejar de mostrar una leve sonrisilla en la comisura de sus labios,
con expresiones como “Vamos, Paco, no seas caprichoso. Haz el favor de
comértelos”.
Y yo, entonces, rompía, destrozaba, machacaba con la
cucharilla las cáscaras de los huevos vacías, y reíamos y nos besábamos y nos
sentíamos muy felices y muy unidos, y ella era un dulce y yo me emocionaba al
comprobar que la misma broma y en todas las ocasiones despertaba nuestra mutua
ternura.
¡ Tiempos eran tiempos !
Hoy, después de romper la cáscara de mi huevo vacío también
me he reído mucho y me ha parecido oír y ver la sonrisa fresca de mi compañera
en el cielo de un atardecer que se iluminaba por las muestras de jolgorio de
truenos y rayos que celebraban nuestra simple y sencilla broma.
Y he caído en la cuenta de que los buenos tiempos regresan
porque están dentro del propio ser, no tiene dependencia del exterior.
Ahora lo sé con certeza.
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