Ayer, como muchas otras tardes, estaba sentado en la pequeña
barra del Hotel Esquirol, en el enclave de Llívia, y a mi lado se sentó un
hombre que también pidió, al igual que yo, una cerveza de presión.
Al mirarlo de reojo, por la cercanía de nuestros taburetes,
reconocí al hombre que el día anterior repasaba los deberes escolares con su
hijo rubio en una mesa del mismo Hotel. Su conversación, en catalán, tenía un
claro acento balear.
Decidí abandonar la lectura de mi libro y entablar
conversación, y empecé por preguntarle si era de las islas. Me confirmó que sí,
que eran de Menorca, de Ciutadella concretamente.
Yo le expliqué que conocía bien Menorca ya que muchos
veranos, en los inicios de mi matrimonio primero y después en la infancia de
mis hijos, los pasábamos entre las magníficas calas menorquinas, y recordé Cala
Pregonda, Cala Galdana, Binibeca, Macarella, Macarelleta, Binimel.là,… y otras
que fueron mencionadas a sorbos de cerveza.
Me habló de que él era técnico informático y que creía que
yo era socio del Hotel, o… ¡el cocinero!
Le aclaré que no, que yo fui publicitario, hoy
“cuentacuentos” en la Cerdanya, y que el Hotel es mi punto de encuentro
favorito por las atenciones que me regalan, por el servicio, por su ubicación
y, sobre todo, porque allí visiono los partidos del Barça en la TV de pago en
compañía de otros parroquianos que también frecuentan el Hotel.
De repente me explicó que habían ido a ver y tocar y
disfrutar de las primeras nieves en el Pas de la Casa, porque su hijo no la
conocía a pesar de que ser de origen ruso. Entendí que el chico era adoptado.
Leyó mis pensamientos y me
confirmó la adopción, y me hizo saber que se emocionó el día que oyó
decir al chaval “I do?”, porque pudo decirse a sí mismo “Mi hijo ya es un
menorquín más”.
Habían regresado pronto al Hotel porque el chaval lo que más
deseaba era ver y acariciar a Max, el perro mascota del Hotel, un Golden
noséquemás, que pasa el día durmiendo o desplazándose lentamente por la
recepción y la zona de la barra del Hotel.
Me comunicó que este mismo fin de semana regresaban a
Ciutadella, y que con su mujer estaban tomando la decisión de comprar un perro
similar a Max para su hijo, y que además ya tenían tomada la decisión de no
comprar sino adoptar un perro de las residencias caninas donde viven los
animales abandonados por sus propietarios, ya que deseaban hacerle ver a su
hijo una similitud esencial entre él y su perro, la adopción, ese acto de amor
de una familia que ama profundamente a los demás.
Le invité a tomar otra cerveza para esconder mi creciente
emoción, que ya empezaba a ser palpablemente visible, y mientras los dos
chocábamos nuestras copas y nos entregábamos a un largo trago de cerveza,
recorrió mi cerebro el pensamiento de que estaba asistiendo a una enorme
lección de vida y de amor.
I do?
Pues eso, lo dicho, una lección real y extraordinaria.
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