viernes, 27 de enero de 2012

La nevera (Parte 1)

 
Estoy en casa. Paso el rato sin hacer nada.
Empiezo a leer, lo dejo. Intento ordenar algún desorden, me aburro y también lo dejo. Me adormezco en la sala de estar, pero me doy cuenta de que por la noche dormí demasiadas horas, y como que no me duermo abandono.
Descubro que tengo hambre.
Voy a la nevera.
Parece un desierto. Algunos potes de aceitunas, mantequilla salada, encurtidos y tres naranjas que creo han hecho familia en mi nevera porque llevan ahí varios meses y alguna que otra crema para dolor muscular de las que utilizaba uno de mis hijos, y que estarán ya caducadas.
No sé si las naranjas estarán comestibles, aunque tal vez para zumo sí, poco, pero algo saldrá.
Sigo buscando aunque soy consciente de que no descubriré nada ni comestible ni apetecible para esas horas muertas en las que ni se come ni se cena ni se desayuna ni se merienda.
Es sólo un deseo de matar el tiempo.

De repente aparece ante mi vista un potecito redondo, cilíndrico y de color negro con tapa gris.
Me da un salto el corazón. Reconozco la imagen. La he visto en muchas ocasiones, entonces sin impacto. Ahora mi corazón se encoge y sobrecoge.

Es el contenedor de un carrete clásico de fotografías.
Sobreviene el recuerdo.
Mi mujer solía guardar sus carretes de fotos en la nevera, los de su pequeña Nikon comprada en Nueva York. Alguien le dijo que eso ayuda a su conservación. Tanto los vírgenes como los ya disparados.
No me atrevo a abrirlo, y además, cómo averiguar si fue disparado o no.
Me pongo nervioso e intranquilo.
Raro en la metódica Susan que ese carrete siga allí, helado, frío, desamparado.

Me corrijo a mí mismo, y decido que no es raro, ya que Susan murió.
No debió poder utilizarlo o revelarlo. El pote está en la nevera desde hace tres años.
Noto que la ansiedad empieza a actuar. Empieza por las palmas de las manos, que sudan, continúa por la frente, que se me perla de gotas brillantes, pegajosas y espesas, y decide instalarse en la boca del estómago, que se cierra.
Dejo el potecito de las fotos en el mismo lugar en la nevera, la cierro y me voy a ver la tele. Pongo un canal musical, sin anuncios, para ver si me tranquilizo.


Me encuentro fatal. La ansiedad ataca.
Quiero olvidarme del potecito pero no puedo.
Debería cogerlo y llevarlo a una tienda de fotografía para que averigüen si es virgen o contiene fotos.
No me atrevo.

Bueno, tampoco hay que decidir ahora mismo. El carrete seguirá en la nevera sino lo cojo yo. Tiempo hay para esta decisión.

Siento un poco de vértigo.
Pienso que lo normal es que aparezcan fotos mías, o de nuestros hijos, o de amigas suyas con las que solía cenar una vez al mes.
Era el grupo del gimnasio, el que ella cohesionaba con constancia y dedicación, la que se ocupaba de organizarlo todo, de animarlas a no dejar las clases y así mantener una buena forma física.
También decía que la gimnasia diaria ayuda al espíritu, al relajamiento, a  la paz interior. Decía lo mismo que hoy me dice mi amiga gatuna, que pone papeles de periódico en las cestas de sus gatos con buenas noticias para que descansen sus bigotes olisqueando el bien.
Tal vez sean fotos de la casa de Enveitg, del jardín de flores, de su huerta, de las calabazas que plantábamos todos los veranos y que lucían primero en el muro por el que se emparraban y después, en invierno, en cestas de mimbre y bandejas y platos de porcelana que ella misma decoraba con su exquisita sensibilidad y buen gusto.

De momento el carrete se queda en la nevera. Decidiré en otro momento.

Ya es de noche. Me voy a la cama.
Espero no desvelarme, porque en realidad no estoy cansado.
La única actividad del día ha sido el descubrimiento del carrete.
Me he hecho un ovillo en la cama. Me pareció que la posición fetal me protegería. Me pongo enfermo a veces por la noche, de golpe. Ansiedad enorme. Sequedad de boca. Me falta el aire. Me mareo. Sudo.

1 comentario:

  1. Vaya... creo que deberías ver que hay en ese carrete... te abrazo. Un beso

    ResponderEliminar