lunes, 16 de enero de 2012

Los naranjos bordes de Salvador Mundi



Descubrí una pasión extraña: me gusta hacer mermelada.
En realidad no tiene nada de extraño. A mucha gente le encanta la mermelada, pero a mí la mermelada no me gusta.
No sé si es extraño, pero es así.
Me apasiona prepararla para obsequiar a la gente y pensar que cuando la gente se la come piensa que qué buena está la mermelada que yo hago, y luego me llaman y me felicitan y yo me siento bien (aunque pienso que nunca más les daré mermelada porque sé que piensan que me debo de aburrir mucho por hacer mermelada cuando no me gusta y esto no es verdad).
Todo es muy extraño, pero es así.

Toda mi vida vivida en Sarriá, antes de juegos y estudios, después de pareja y de hijos, siempre discurriendo por las mismas plazas y calles, y siempre sin caer en la cuenta de que los naranjos bordes con sus frutos igual de bordes jalonan la calle Salvador Mundi desde Mayor de Sarriá y hasta Vía Augusta.
Naranjos bordes para mermelada de naranjas amargas que aprendí a preparar según la receta de las Hermanas Jerónimas del Monasterio de Santa Paula de Sevilla, que gracias  a Pío XII recuperaron el espíritu comercial que jamás olvidaron aún y ser de clausura.

Y las naranjas amargas son las que pintan las pinceladas de mi barrio que en realidad no lo es porque como que huele a pueblo y pueblo fue hasta primeros del siglo pasado tiene muchas historias de pueblo que contar.

Yo tenía que hacer la mermelada de naranjas amargas que ofrecen los naranjos bordes de la calle Salvador Mundi que están en la calle y que son de la comunidad de mi pueblo.
En un pueblo te subes a los árboles y como que yo soy de pueblo me subí al más cercano y el naranjo casi se troncha porque el tronco es fino pero fibroso y por eso casi.
No volví a intentarlo porque dos viejas de pueblo me increparon como a un gamberro y me dio vergüenza sólo de pensar que otras personas me estuviesen viendo porque en los pueblos todos se conocen y todo se sabe.
Me fui pensando en volver, porque los de pueblo somos cabezones.

Y volví.
A zarandear el árbol para que las naranjas maduras se desplomasen.
Ni una. No cayó ni una.
Las que sí cayeron fueron otras dos viejas de pueblo (¿o eran las mismas pero ya más viejas?) para berrearme como a un gamberro como la otra vez. Me fui antes de azararme y que todo mi pueblo se enterase de que había sido derrotado no por el árbol sino por dos viejas (¿o reviejas?) de pueblo.

Debía persistir. Y lo hice.
Con un plan estratégico.
Iría con mi coche, un Mitsubishi Montero cinco puertas que me permitiría desde el techo acceder a las naranjas amargas del naranjo borde.
Salvador Mundi es una calle semipeatonal que facilita el acceso en coche.
El plan era perfecto, salvo la presencia de los Mossos d’Esquadra cuando ya estaba en lo alto de mi vehículo y me dieron el alto y yo sentí como una ráfaga tibia que me recorría el cuerpo de arriba a abajo como cuando de pequeño se me escapaba la orina  desde la pernera y hasta los tobillos. Al recuerdo de la orina le siguió la realidad de un sofoco y pérdida de visión como si me encontrase bajo los focos de un interrogatorio. Disculpas y más disculpas y explicaciones sin demasiada coherencia y alivio frío cuando retiro mi coche camino del parking de mi domicilio.

Pero yo tenía que hacer la mermelada de naranjas amargas que ofrecen los naranjos bordes de la calle Salvador Mundi de mi pueblo.

Apareció en mi cabeza ya abotargada de violentas impresiones la solución y la solución tenía nombre de moro, el del encargado de las Galerías Comerciales junto a  la calle Salvador Mundi que está jalonada de naranjos amargos con frutos igual de bordes: Ahmed.
A mí él no me conocía pero yo a él sí por su bata azul y su cara y sus gestos y sus andares y acentos morunos.
Se lo pedí.
Y Ahmed el moro que luce mirada a veces de ignorancia y pureza de niño y a veces con la mirada imbécil de las vacas y que tiene una estructura craneal a lo rectángulo frankestein  y un corazón más grande y generoso que el de cualquier mecenas católico, me aportó más de veinticinco kilos de naranjasamargasdelosnaranjosbordesdelacallesalvadormundi y yo me las ví más negras que el moro para arrastrarlas hasta mi cocina para hacer la mermelada que a mí no me gusta pero que regalo a la gente para que disfrute en sus desayunos o cuando les plazca y piensen en mí y en lo bien que hago la mermelada, porque a medio camino de mi cocina aparecieron los que suponen que guardan el orden con nombre de recluta del servicio militar fascista  y me las volví a ver más que negras y me acordé del moro para que no relacionasen mi saco de naranjas con mis avatares con los naranjos frágiles de Salvador Mundi.

Hice potes y potes y potes de mermelada de naranja amarga y los regalé a la gente que me gusta a diferencia de la mermelada que no me gusta. Les gustó. Lo sé. Repetiré porque son las naranjas amargas de mi pueblo. Este año.


Salí de la cocina para descansar y leer un rato con el naranja del atardecer y aterricé en las Galerías de Sarriá de Ahmed.
Tomé asiento y enfrente se acomodó una señora elegantísima, peinada y repeinada. Señorial. Estirada y cercana. Miré su mirada con la mía y respondieron los ojos bovinos ahora los ojos cansinos un segundo después. Sonreían y se atemorizaban sus retinas. Me miraban los ojos del alzheimer.
Yo con mi libro y una cerveza amarga no más que otra, ella con su café con leche y su ensaimada azucarada como siempre.
En la Joyería junto a la Cafetería me atendieron para que pudiera adquirir una pulsera de silicona  teñida color naranja y cierre de imán.
Se la regalé a la señora señorial y de ensaimada dulce y ella me ofreció un beso azucarado con mirada de ilusión.
Después me fuí con el mismo ánimo que con los naranjos de Salvador Mundi, decidido a volver para ver su elegancia, su cabello peinado y repeinado y su mirada, volver a ver de nuevo a la señora que es de mi barrio, o de mi pueblo, que en este caso es lo mismo porque mi barrio es más un pueblo y ya lo era a principios del siglo pasado.

4 comentarios:

  1. Aquí me tienes...y no te olvides de mi mermelada!

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  2. La tendrás, niña de la cantimplora!!!
    Sabes que te quiero y mi mermelada será para ti.

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  3. Paco, sencillamente genial¡¡¡
    Has de endulzar la vida de los otros con estas historias..., aunque sean de naranjas bordes con sufrimientos añadidos.

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  4. Muchas gracias, Oriol, primo recién venido y bienvenido.
    Ahora me ronda un gato en la cabeza y creo que pronto hablaré del gato gatuno y de un perrito.
    Y sí, es verdad, intento endulzar la vida y eso sólo se hace con entrega, amor y cariño.... y yo, a mi manera, lo intento todos los días. Me lo enseñó mi amada que era excepcional y ahora mismo me envía sus ánimos en todos los atardeceres cuando el cielo se pone rojo como su pelo y verde como sus ojos. Yo la quería y ella se fué porque los ángeles mueren pronto y me dejo el encargo de querer y eso intento. Un abrazo, recien llegado !!!

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