miércoles, 22 de agosto de 2012

Crepúsculo y noche ceretana

Calor.
La canícula de este mes de agosto en las tierras centrales y de poniente es fervorosa.
En la costa bochorno y sofoco.
En la ciudad humedad y sudor.
Calor.

En la alta montaña los campos verdes amarillean y los bosques y matorrales y arbustos del sotobosque lanzan lenguas de fuego camaleónicas sobre cultivos y aposentos y cabañas de animales mientras los grillos cantan y el sol cuece la retama.
El sol es un botón amarillo cosido al azul del cielo. Su perfil es difuso por la calina que nace de la tierra y el vapor impide gozar de la Sierra del Cadí que es un fantasma de los que permanecen con su cuerpo.
Las lagartijas salen de sus escondites en el pedregal para desafiar al sol con el orgullo de su mirada y los sapos se refugian en los humedales para preservar el brillo de su piel y el solitario escorpión inicia en grupo el ritual del suicidio.
Las tórtolas lucen sus galas pardas y su collar negro bajo las hojas altas del nogal y del manzano ceretano mientras el gorrión baila esquizofrénico a su alrededor olvidando la captura de alimento para las crías que parió en resquicios de las tejas de la casa.
Calor.

El graznido estridente de un cuervo despistado aplaca entusiasmos de la canícula.
Pasa breve la sombra de un pájaro sobre la hierba del jardín.
Las golondrinas rasean el vuelo por el camino frente a las flores.
Una sinfonía de avispas se irritan con la paranoia de hallar dónde clavar su aguijón en el atardecer.

Despacio muy despacio hasta fundirse con la lentitud de un inabarcable manto que era azul y será ceniza asoman los naranjas y rojos crepusculares en la boca del Valle del Carol que vomita su río amansado y lento en la amplitud del Valle de la Cerdanya.
El crepúsculo contagia una serena y espiritual melancolía con su despaciosidad y desde el engaño de su quietud y se replica al alba para mostrar su imperfección.
Las nubes juegan con los colores y crean figuras que se anudan y desanudan y tintan la anochecida con mares y lagos y charcas que se diluyen y se emborronan.

El tenue resplandor del crepúsculo amistará con el color sésamo de las noches de verano hasta que las tres estrellas de la constelación de Orión brillen y la soledad se adueñe del alma en compañía del silencio plateado de la luna. Luna que estremece, mece y adormece. Luna que crece y mengua y desaparece y luego renace.
Oscuridad. Negrura. Sarampión de luces. Destellos.
Recuerdos de una realidad disfrazada de pesadilla que vuelan y flotan y vienen y se van y no se asientan porque hasta el amor es bello en el abismo.

Y con el velo de la luna la amanecida y el calor después de que los sueños hayan traído su consuelo.

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