Hace unas mañanas de
verano se me ocurrió ir a "Mas Franc", una Masía en la población
francesa de Bena, en la montaña encima de Enveitg y al que se accede por
una carreterita desde el mismo pueblo de Enveitg.
El camino es
magnífico, estrecho pero asfaltado y repleto de casitas de montaña o de pueblo
tangentes a la carreterita que te
lleva hasta Brangolí y Bena, ya en el altiplano y una vez superada la línea más
alta del monte.
Son pueblitos pequeños
y de escasos habitantes llenos de silencio y sosiego y tranquilidad,
tranquilidad que en invierno es pétrea y helada y congelada porque las nieves y
el hielo son sus compañeros.
Casi todas las casas
tienen junto a la puerta principal algún estandarte de la zona en cerámica
adosada a la fachada de la casa, zonas que son el Valle de la Cerdanya, el
Languedoc Rousseillon o el propio pueblo de Enveitg que es uno de los tres
pueblos con más sol al año de toda Europa junto con Prullans y Ger en la
Cerdanya Sur. Estandartes orgullo de pertenencia.
Allí en Bena vive una
mujer que conocí hace unos años, Valerie, que decidió en su día hacer vida de
campesina y vive del campo y de alquilar alguna habitación a la gente que desea
vivir de la soledad y el silencio.
Le he llevado una
mermelada de ciruelas de mi casa, y ella me ha regalado una confitura de cassis
de su huerta y dos botes de frambuesas con cerezas salvajes del bosque y me ha dicho que vuelva la próxima
semana que tendrá más mermeladas para mí.
Yo le he dicho que
serán para una amiga, y le ha encantado saber que tengo una amiga y eso que no
le he había contado nada porque ella ya sabe que tengo una amiga sin que yo le
explique nada.
Voy a verla unas dos
veces al año, no más, y charlamos poco: sólo me pregunta como estoy, yo le digo
que bien, y ella dice bien, bien. Luego yo le pregunto cómo está ella, no
contesta, y me enseña sus mermeladas y me mira con curiosidad y con su sonrisa
y yo también la miro y le sonrío.
Luego nos despedimos.
En esta ocasión y
después de responder bien, bien, como un golpe de mazo directo y certero me
preguntó:
- ¿Vas superando tu
ausencia?
Me costó reaccionar
porque nuestra relación es escasa y sólo de mermeladas y miradas y sonrisas
frágiles apáticamente dibujadas.
- ¿Cómo lo sabes?
- Lo veo en tus ojos.
Perdieron la picardía y se entelaron por la pesada grasa de la nostalgia y la
pena y eso te impide ver en la lejanía y fija la mirada en tu propia cercanía.
- Sí.
- Comprobarás que lo
que te lo digo es cierto si te miras un buen rato en un espejo; dejarás de reconocerte
y verás a un extraño al otro lado porque mirar un espejo es mirar lejos y tú
perdiste esa facultad.
- Sí, y sonreí con
labios de mermelada y mirada frágil y dibujada con apatía.
- Busca la pimienta de
tus ojos y el sebo que generas y que habita y se acurruca en tu mirada
desaparecerá.
Eso te aportará
serenidad, aceptación y felicidad y podrás contagiar a otros con la mermelada
de tus ojos.
Y calló y sonrió.
-
Pensé que sus manos de
piel cuarteada y morena y de uñas sucias del campo y la tierra movían sus
palabras con agilidad y dulzura y que esos rudos y preciosos dedos acariciarían
con suavidad de seda los cuerpos amados.
Respeté su nuevo
silencio y sólo pensé que por qué aparece ella o yo sólo en verano y cómo se
las debe apañar en los inviernos duros y fríos y congelados y cómo debe
recorrer esa caminito jalonado de casas de montaña y de pueblo y colonizado por
la nieve y el hielo y árboles blancos y desnudos algunos.
Luego nos despedimos
como con una sonrisa, puede que algo maliciosa y pilla por su parte y cálida y
agradecida por la mía.
En esta ocasión
levanté mi bolsa de plástico con sus confituras a la altura de mi cabeza a modo
de despediday ella adelantó la mano con su pote de mermelada de ciruelas de mi
casa.
Volveré, Valerie,
volveré con pimienta en mi mirada.
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