lunes, 6 de agosto de 2012

Valerie

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Hace unas mañanas de verano se me ocurrió ir a "Mas Franc", una Masía en la población francesa de Bena, en la montaña encima de Enveitg y al que se accede por una  carreterita desde el mismo pueblo de Enveitg.

El camino es magnífico, estrecho pero asfaltado y repleto de casitas de montaña o de pueblo tangentes  a la carreterita que te lleva hasta Brangolí y Bena, ya en el altiplano y una vez superada la línea más alta del monte.
Son pueblitos pequeños y de escasos habitantes llenos de silencio y sosiego y tranquilidad, tranquilidad que en invierno es pétrea y helada y congelada porque las nieves y el hielo son sus compañeros.

Casi todas las casas tienen junto a la puerta principal algún estandarte de la zona en cerámica adosada a la fachada de la casa, zonas que son el Valle de la Cerdanya, el Languedoc Rousseillon o el propio pueblo de Enveitg que es uno de los tres pueblos con más sol al año de toda Europa junto con Prullans y Ger en la Cerdanya Sur. Estandartes orgullo de pertenencia.

Allí en Bena vive una mujer que conocí hace unos años, Valerie, que decidió en su día hacer vida de campesina y vive del campo y de alquilar alguna habitación a la gente que desea vivir de la soledad y el silencio.

Le he llevado una mermelada de ciruelas de mi casa, y ella me ha regalado una confitura de cassis de su huerta y dos botes de frambuesas con cerezas salvajes del bosque  y me ha dicho que vuelva la próxima semana que tendrá más mermeladas para mí.
Yo le he dicho que serán para una amiga, y le ha encantado saber que tengo una amiga y eso que no le he había contado nada porque ella ya sabe que tengo una amiga sin que yo le explique nada.

Voy a verla unas dos veces al año, no más, y charlamos poco: sólo me pregunta como estoy, yo le digo que bien, y ella dice bien, bien. Luego yo le pregunto cómo está ella, no contesta, y me enseña sus mermeladas y me mira con curiosidad y con su sonrisa y yo también la miro y le sonrío.
Luego nos despedimos.

En esta ocasión y después de responder bien, bien, como un golpe de mazo directo y certero me preguntó:
- ¿Vas superando tu ausencia?
Me costó reaccionar porque nuestra relación es escasa y sólo de mermeladas y miradas y sonrisas frágiles apáticamente dibujadas.
- ¿Cómo lo sabes?
- Lo veo en tus ojos. Perdieron la picardía y se entelaron por la pesada grasa de la nostalgia y la pena y eso te impide ver en la lejanía y fija la mirada en tu propia cercanía.
- Sí.
- Comprobarás que lo que te lo digo es cierto si te miras un buen rato en un espejo; dejarás de reconocerte y verás a un extraño al otro lado porque mirar un espejo es mirar lejos y tú perdiste esa facultad.
- Sí, y sonreí con labios de mermelada y mirada frágil y dibujada con apatía.
- Busca la pimienta de tus ojos y el sebo que generas y que habita y se acurruca en tu mirada desaparecerá.
Eso te aportará serenidad, aceptación y felicidad y podrás contagiar a otros con la mermelada de tus ojos.

Y calló y sonrió.
-    
Pensé que sus manos de piel cuarteada y morena y de uñas sucias del campo y la tierra movían sus palabras con agilidad y dulzura y que esos rudos y preciosos dedos acariciarían con suavidad de seda los cuerpos amados.

Respeté su nuevo silencio y sólo pensé que por qué aparece ella o yo sólo en verano y cómo se las debe apañar en los inviernos duros y fríos y congelados y cómo debe recorrer esa caminito jalonado de casas de montaña y de pueblo y colonizado por la nieve y el hielo y árboles blancos y desnudos algunos.

Luego nos despedimos como con una sonrisa, puede que algo maliciosa y pilla por su parte y cálida y agradecida por la mía.
En esta ocasión levanté mi bolsa de plástico con sus confituras a la altura de mi cabeza a modo de despediday ella adelantó la mano con su pote de mermelada de ciruelas de mi casa.

Volveré, Valerie, volveré con pimienta en mi mirada.

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