martes, 28 de agosto de 2012

Fuego


 Lo nombramos de muchas maneras y en muchas ocasiones y existe bajo muchas formas y para muchas aplicaciones.
Leo este verano relajado una novela que menciona la costumbre tan hispánica e incluso latina y mediterránea de pedir fuego para encender el cigarrillo y el apunte me seduce y me distrae sin darme cuenta de la lectura y hace volar mi mente a pensamientos deslavazados y desordenados sobre el fuego.

Pienso que el fuego es veloz como la amnesia y también lento como el pasar de las horas ociosas.
Rápido para propagarse en el monte y alcanzar la cima y veloz si corre en compañía del viento y lento cuando capta la atención del sosiego frente al hogar en una noche fría de invierno y el fuego trabaja poco a poco y sin ruido que no sea algún que otro chisporroteo.

Pienso en el sexo real del fuego y no en el que la gramática dice de antecederlo con el artículo masculino y pienso que el sexo es el femenino porque antes que abrasivo e incendiario e indomable y rebelde y conquistador y guerrero y luchador es inteligente y acogedor y sensible y cálido y paciente y sereno y también espiritual.
Y además el fuego tiene voluntad porque es capaz de escoger y de elegir y tomar partida como las hembras que también son solidarias como el fuego mientras el hombre contempla sus logros y sus éxitos y exhibe su porte de orgullo y su pose egoísta.

Pienso en fuegos que han merecido la fama y el reconocimiento y se conocen por su nombre como el que a los cristianos les ponen en el bautismo de fuego que es el primer sacramento de su religión y los dota con el don de la gracia y también el fuego eterno que como casi todas las cosas infinitas son castigo ahora para las almas como las de Sodoma y Gomorra que fueron por el fuego reducidas a cenizas y después para las almas impías que destinan al infierno.
Y las lenguas de fuego del día de Pentecostés que concedieron a los apóstoles el conocimiento de todos los idiomas para que propagasen el nombre de dios por todo los rincones del mundo.
Y también eterno es el fuego a la memoria del soldado desconocido como el del Arco del Triunfo de París donde un borracho se orinó encima de la llama y apagó el fuego contribuyendo con su meado a la perpetuidad del fuego de los caídos anónimos.
Pienso en el fuego etéreo que es ígneo y sutil y primitivo y divino como dios y por eso otros lo conocen con el nombre fuego celeste.
Y en el fuego fatuo de llamas pálidas que andan por el aire bailando con las almas de los fallecidos en los cementerios y en los osarios y en las fosas comunes donde moran muchos y que aunque sean para gente común que son los más comunes de la gente también son los huesos de almas de dios.
Y los fuegos artificiales que son fuegos impostores y por ello el propio fuego se dedica a las fiestas paganas de los cambios de solsticio y lanza llamas y chispas y humos que son egocéntricos y exhibicionistas.
Y el fuego del mástil de las embarcaciones de los marineros después de las tempestades o por la rudeza de ese oficio que contagia a muchos de sus hombres y por eso fecundan a las mujeres de los puertos de amarre que son sus bonitas novias de cada puerto.

Pienso en fuegos como el revolucionario que era el de Rosa Luxemburgo y el olímpico que lo es del Barón Pierre de Coubertin y el fuego michelin que es el de Ferrán Adriá y otros con gorros blancos redondos y con plisados para las cabezas para evitar pelos en sus fogones que ya tienen ricos manjares y los pelos no se deconstruyen o algo que suena así para que tú no te enteres pero pagas y sí te enteras, y el fuego inquisidor que aquellos bestias inspiradores del tirano del XX y de parte de este país prendían para las brujas que eran las adelantadas de su tiempo y el fuego burgués que es el de chimenea de piso en la capital de mármol y con fotos familiares enmarcadas en la repisa.
Y también hay fuegos traidores y fuegos lince y hay un fuego embriagador y dos importantes y algo contrapuestos que son los fuegos del amor y el fuego de los celos y el fuego del judío que surge de frotar con ansiedad y constancia las palmas de las manos con todos sus dedos aunque algún amigo mío denomina a este fuego el de los jesuitas por razones que conocemos los allí educados.

Pienso en los furiosos y dominados por la ira que echan fuego por los ojos y en los imprudentes que juegan con fuego y en las aldeas en las que labran a los animales con fuego para señalar su propiedad aunque digan que es para el cuenteo y pienso en los que están entre dos fuegos por dificultades y situaciones comprometedoras y en los americanos del partido del elefante y sus armas de fuego que ahora están con “Isaac” en Tampa.



Padilla es uno de los dos protagonistas de la novela de Roberto Bolaño titulada “Los sinsabores del verdadero policía” y en la pág.124 de la edición del Círculo de Lectores licenciada por cortesía editorial de Ed. Anagrama, S.A. le dice a Amalfitano que no existe en la lengua española frase más bonita que aquella que se emplea para pedir fuego.
“¿Me das fuego?”
Frase hermosa y serena de humilde complicidad.
Una de las pocas cosas que puede llegar a poner de acuerdo a catalanes con madrileños y a estos con los andaluces y a estos con los gallegos y a estos con los extremeños y a estos con los catalanes y a estos con los del Levante y a estos con los asturianos y así con todos.

Yo le comenté mientras leía ese pasaje a Padilla que estoy de acuerdo con él que fumar comulga a los hombres en las volutas de humo y abandonan su soledad sean de donde sean y los iguala fumen negro o fumen rubio fumen pipa o puros habanos y la comunión nace con la solicitud de fuego o el ofrecimiento de tabaco del que inicia el ritual.

Amalfitano nos relató a Padilla y mí una de las muchas anécdotas que el tabaco y el fuego aportan.
Un Coronel mexicano de la Revolución cayó en desgracia por su mala estrella y se vió ante el pelotón de fusilamiento. El Jefe de los ejecutores tuvo a bien ofrecerle un último deseo y el Coronel aceptó esa tradición latina que no de otras zonas geográficas basada y solcitó un último cigarrillo.
El Coronel extrajo de su petaca uno de sus puros favoritos y le prendió fuego. Cuando finalizó el puro toda la ceniza seguía sujeta al cigarro sin desprenderse en ninguna de sus partes.

Amalfitano reflexionó con Padilla y conmigo si eso exigía la lectura de que en ningún momento le tembló el pulso frente a su inmediata ejecución o que el tabaco tuvo efecto balsámico en el reo o que el Coronel decidió comulgar en sus últimos momentos con las volutas de su tabaco.



Pensé sin decirles nada ni a Padilla ni a Amalfitano que tal vez el fuego de su tabaco le purificó antes de emprender el último viaje y proseguí con mi lectura entorpecida por mis pensamientos con el fuego.

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