martes, 26 de marzo de 2013

Y vuelta a empezar (Capítulo 2)

 
Pau, Pablo para sí mismo, asistía a clases de bachillerato en un Colegio público o concertado que para el caso del nivel de la formación que se impartía era exactamente igual pues el título o condición de la Escuela no mejoraba la pobreza de la educación básica de nuestro país ni antes ni ahora, en donde era el objeto predilecto de las burlas y chascarrillos de sus compañeros, que competían a ver quién de ellos encontraba la idea más picante o el juego de palabras más equívoco, y así lo llamaban “El Mármol”, “El Sepulcro eterno”, o las menos ocurrentes “Paz Eterna” o simplemente “El Lápidas” al igual que era conocido su padre en los comercios y bares de la zona.
En sus horas no lectivas, Pau aprendía bajo el control y maestría de su padre el oficio de cincelador de losas de mármol, alabastro, granito y otros minerales propios de los camposantos.
Y su carácter retraído y triste crecía en su interior y se manifestaba en el exterior por su habla escasa y de pocas palabras.

Pau, Pablo para sí mismo, tenía un buen amigo con el que sintonizaba y se entendía a pesar de las pocas palabras que se dirigían el uno al otro, pero disfrutaban mutuamente de su compañía.
Lo conoció cuando en una época de crisis de la economía la gente, que a veces se empecina en regodearse en la desgracia, decidió morirse menos para seguir quejándose de la crisis y de las adversidades que comporta en las necesidades familiares y domésticas, por lo que su padre decidió ampliar su negocio de lápidas y otros boatos mortuorios asociándose con un carpintero que exhibía cierto arte en la fabricación manual de ataúdes. De esta forma su negocio ofrecía un servicio mucho más completo, ya que además de la lápida del nicho podías en el mismo lugar y momento adquirir el ataúd que mejor convenía al muerto y sobre todo al bolsillo de los que conservaban la vida y del muerto se ocupaban.
El carpintero de féretros atendía al nombre de Pep (3) Sierra y estaba desposado con Inmaculada Fusté (4). Tenían un hijo, de la misma edad que el hijo de Buenaventura Eterna y que con el trato prácticamente diario se convirtieron en amigos íntimos, al que bautizaron como Sinforoso, Sinforoso Sierra Fusté, por razones de las creencias y convicciones políticas del carpintero Pep Sierra, que era falangista, franquista y nacional católico convencido.
Según el santoral Santa Sinforosa se celebra el 18 de julio, y ese mismo día pero de año diferente y como todo el mundo conoce aconteció el denominado Alzamiento Nacional de las tropas franquistas contra la Segunda República Española.

La relación de amistad entre Pau y Sinforoso acudió a su encuentro cuando Pau escuchó que Sinforoso era objeto de burlas a raíz de sus nombres, ya que le reclamaban con apodos como “El sinsierra”, “Sinsierranifusta”, “Sinfósforo”, “Sinforofo” o sencillamente “Sinsi”, “Sinná” y otros apelativos que jugaban con su nombre y apellidos y destacaban las carencias que las sílabas iniciales aportaban a la imaginación infantil y de la adolescencia.
Sinforoso también contrajo y educó una personalidad introvertida y mohína, por lo que encontró la otra cara de su misma moneda en Pau, para él Pablo Eterna.
Esa amistad les permitió a ambos reconfortarse mutuamente y crecer en compañía y no caer en desánimos que seguramente hubiesen acabado por marchitar sus vidas enteras.

(continuará)

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