jueves, 28 de marzo de 2013

Y vuelta a empezar (Capítulo 4)



Pero lo que tenia que ser una nueva línea de ingresos en el negocio de Buenaventura Eterna al poco tiempo se convirtió en un desastre.
Resultó que muchas familias que acudían a encargar sus lápidas y sus féretros como último cobijo de sus seres queridos se encontraban con una enorme mesa rectangular que día sí y día también presentaba una o varias cabezas de cerdo degolladas o cuando no un cerdo entero medio destripado y despidiendo olores nauseabundos y fétidos, presencia física y aromática que les producía un efecto rechazo inmediato que Buenaventura conoció al escuchar algunos de los comentarios medio en voz alta medio susurrados que dejaban caer sus posibles clientes (qué asco, mi marido no tendrá un ataúd en un lugar en el que hay cerdos, que peste, qué horror, yo no comparto estancia con cerdos, y si se equivocan y en la lápida tallan “A mi querido cerdo”, o “ Al cerdo de mi vida”, o “Cerdito querido, nunca te olvidaré”, o “Al cerdo que acompañó mis días”, Vámonos, otros establecimientos de Pompas Fúnebres encontraremos,…) y que dejaban de ser posibles en aquel mismo instante.

No le quedó otro remedio a Buenaventura Eterna que ajustar cuentas con Delfí Colom y prescindir de sus servicios si no quería que su negocio se arruinase por culpa de los cerdos de compañía y de las reservas y suspicacias de una clientela clásica y poco dada a modernidades y menos a la aceptación de nuevas formas y modos que procedían de mundos más avanzados y abiertos que el nuestro.
Y así fue como el trío de amigos se reconvirtió de nuevo en pareja, ya que León Delfí Cordero se vio en la obligación y necesidad de seguir a sus progenitores en la nueva ubicación que hallaron en el Ensanche barcelonés, algo alejado de la zona de Marina y Sancho de Ávila, lugar de actividades de sus amigos.

Pero Buenaventura Eterna pensó que a rey muerto rey puesto y se asoció con Jacinto Ciprés, que mantenía y explotaba un negocio de floristería que le daba para mal vivir y estaba también deseoso de encontrar nuevas fórmulas para el crecimiento de su negocio.
Su establecimiento y que mantuvo tras asociarse con Buenaventura Eterna se ubicaba en la calle Valencia, muy cerca del Mercado de la Concepción, y sufría del casi monopolio de las flores de la Floristería Valles de Navarra, que como toda la ciudad conocía se hizo millonaria a base de las coronas de muertos que vendía a los familiares del difunto, y luego retiraba del cementerio de la montaña del litoral barcelonés una vez terminada la ceremonia del sepelio para revenderla previo cambio de cintas nominativas del difunto y de las empresas y familiares y amigos que hacían constar sus nombres en las mismas.
Una corona era vendida en varias ocasiones a lo largo de un día, incluso a veces dos días si las flores no marchitaban, por lo que los beneficios se multiplicaban tantas veces como la corona era vendida.
Este negocio de la flores para muertos, aspecto que no contemplaba Jacinto Ciprés en su Floristería pero sí sufría como ya ha sido dicho la situación de liderazgo de Flores del Valle de Navarra, es lo que le animó a escuchar y después cerrar acuerdo con Buenaventura Eterna para abrir una sucursal en el propio establecimiento de lápidas y ataúdes que regentaba su nuevo socio.

(continuará)

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