Pero lo que tenia que ser una nueva línea de ingresos en el
negocio de Buenaventura Eterna al poco tiempo se convirtió en un desastre.
Resultó que muchas familias que acudían a encargar sus
lápidas y sus féretros como último cobijo de sus seres queridos se encontraban
con una enorme mesa rectangular que día sí y día también presentaba una o
varias cabezas de cerdo degolladas o cuando no un cerdo entero medio destripado
y despidiendo olores nauseabundos y fétidos, presencia física y aromática que
les producía un efecto rechazo inmediato que Buenaventura conoció al escuchar
algunos de los comentarios medio en voz alta medio susurrados que dejaban caer
sus posibles clientes (qué asco, mi marido no tendrá un ataúd en un lugar en el
que hay cerdos, que peste, qué horror, yo no comparto estancia con cerdos, y si
se equivocan y en la lápida tallan “A mi querido cerdo”, o “ Al cerdo de mi
vida”, o “Cerdito querido, nunca te olvidaré”, o “Al cerdo que acompañó mis
días”, Vámonos, otros establecimientos de Pompas Fúnebres encontraremos,…) y
que dejaban de ser posibles en aquel mismo instante.
No le quedó otro remedio a Buenaventura Eterna que ajustar
cuentas con Delfí Colom y prescindir de sus servicios si no quería que su
negocio se arruinase por culpa de los cerdos de compañía y de las reservas y
suspicacias de una clientela clásica y poco dada a modernidades y menos a la
aceptación de nuevas formas y modos que procedían de mundos más avanzados y
abiertos que el nuestro.
Y así fue como el trío de amigos se reconvirtió de nuevo en
pareja, ya que León Delfí Cordero se vio en la obligación y necesidad de seguir
a sus progenitores en la nueva ubicación que hallaron en el Ensanche
barcelonés, algo alejado de la zona de Marina y Sancho de Ávila, lugar de
actividades de sus amigos.
Pero Buenaventura Eterna pensó que a rey muerto rey puesto y
se asoció con Jacinto Ciprés, que mantenía y explotaba un negocio de
floristería que le daba para mal vivir y estaba también deseoso de encontrar
nuevas fórmulas para el crecimiento de su negocio.
Su establecimiento y que mantuvo tras asociarse con
Buenaventura Eterna se ubicaba en la calle Valencia, muy cerca del Mercado de
la Concepción, y sufría del casi monopolio de las flores de la Floristería
Valles de Navarra, que como toda la ciudad conocía se hizo millonaria a base de
las coronas de muertos que vendía a los familiares del difunto, y luego
retiraba del cementerio de la montaña del litoral barcelonés una vez terminada
la ceremonia del sepelio para revenderla previo cambio de cintas nominativas
del difunto y de las empresas y familiares y amigos que hacían constar sus
nombres en las mismas.
Una corona era vendida en varias ocasiones a lo largo de un
día, incluso a veces dos días si las flores no marchitaban, por lo que los
beneficios se multiplicaban tantas veces como la corona era vendida.
Este negocio de la flores para muertos, aspecto que no
contemplaba Jacinto Ciprés en su Floristería pero sí sufría como ya ha sido
dicho la situación de liderazgo de Flores del Valle de Navarra, es lo que le
animó a escuchar y después cerrar acuerdo con Buenaventura Eterna para abrir
una sucursal en el propio establecimiento de lápidas y ataúdes que regentaba su
nuevo socio.
(continuará)
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