miércoles, 27 de marzo de 2013

Y vuelta a empezar (Capítulo 3)

 
Por su parte, Buenaventura Eterna proseguía sorteando las consecutivas crisis que acudían a su negocio con la ampliación de la oferta de sus servicios, como por ejemplo la crisis que se desató por la manía de quemarse a lo bonzo, y que para disimular llamaban incineración, que había calado entre ciertas clases sociales del país, normalmente las más altas por los costes del quemado de cadáveres y que incidían de forma contundente en su negocio de lápidas y ataúdes.

Se le ocurrió, y no fue una buena idea, contratar los servicios de un taxidermista, al detectar que en la sociedad se incrementaba de forma considerable la tenencia de mascotas y animales de compañía.
Pensó que esos animales queridos por algunos como si fuesen hijos auténticos podrían ser disecados por manos expertas a fin de que el animal pudiese seguir presente en los hogares de sus padres adoptivos.

Inicialmente, y sin echar las campanas al vuelo, la iniciativa aportó ciertos rendimientos, a través de algunas mujeres de edad y no precisamente de la clase alta que destinaban parte de sus dineros e incluso dineros de los que no disponían a disecar a sus perros, gatos, canarios, periquitos, hamsters y demás bestias que habían fallecido de viejos o de enfermedades propias del mundo del animal casero y de compañía.

Pero en sus prospecciones de mercado Buenaventura no cayó en la cuenta de que en países avanzados como EE.UU. de América alcanzaba la fama el cerdo como mascota y que muchos hombres y mujeres paseaban por las calles de las grandes urbes americanas con un cerdito amarrado por una correa como si de un perrito se tratase.
Cuando Buenaventura Eterna descubrió esa tendencia pensó que qué bien, ahora su negocio y su taxidermista que se llamaba Delfí Colom (5) gozaban de más oportunidades porque disecarían los animales de compañía habituales y además un nuevo animal, el cerdito de compañía.

Delfí Colom en su día contrajo matrimonio con Paloma Cordero (6), mujer  bonita y amable, y también dócil en honor de su apellido, y tuvieron un hijo al que llamaron León, León Colom Cordero, de edad parecida a Pau Eterna y Sinforoso Sierra.
León engrosó la lista de amigos que así pasaron a convertirse en un trío, aunque León sólo los frecuentaba en ocasiones porque su carácter distaba mucho del de sus nuevos amigos, ya que el suyo era extrovertido y sociable, incluso algo volcánico en ocasiones y divertido en casi todas.
Pero aún así reconocía que admiraba el arte cincelador que estaba adquiriendo Pau y el pensamiento racional y la cabeza bien amueblada de Sinforoso, por lo que no dejaba de compartir momentos con sus amigos que también se lo agradecían aunque sin palabras porque les aportaba el aire fresco y la jovialidad de la que ellos carecían. En algunas ocasiones los comentarios y ocurrencias de León traían consigo risas y una medida justa de jolgorio a los tres amigos, cosa inhabitual y escasa en Pau y Sinforoso.
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(continuará)

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