sábado, 30 de marzo de 2013

Y vuelta a empezar (Capítulo 6)

 
Pasaron los años, y tanto Pau, para él Pablo, como Sinforoso, acabaron sus estudios, decidieron no prorrogarlos con los universitarios, realizaron el Servicio Militar, donde se reprodujeron con más virulencia y encono las burlas, chanzas y chirigotas con sus nombres y apellidos hasta el punto de que no se recuerda ningún comentario posterior por parte de ninguno de los dos de agradecimiento a la etapa militar de todo español de aquella época, cosa común entre todos los que detestaban hacer el Servicio Militar pero que luego, una vez finalizado y con el paso de los años, dan el coñazo a esposas, amistades y no tan amigos recordando las anécdotas de ese período de corneta, uniforme y diana por la mañana.

Así que Sinforoso emprendió su vida por lugares y trabajos y dedicaciones que se nos ocultan hasta la fecha, y Pau Eterna, para él Pablo Eterna, decidió después de una profunda reflexión alejarse un poco del epicentro de su vida, del negocio de lápidas y demás objetos funerarios de su padre,  pues deseaba abrir nuevas ventanas, puertas y horizontes en su vida y a ser posible que no condicionasen hasta el punto sufrido y vivido su carácter, su personalidad y su forma de ser.

Apareció por Castellón, ya que concluyó que si había adquirido la habilidad y maña del cincel, también podía explotar destreza con las artes de la cerámica, y Castellón de la Plana fue y era y es hoy día también la capital de la alfarería.

Estableció su propio negocio y si en épocas pretéritas la dependencia de su padre,
D. Buenaventura Eterna, había sido poderosa no se podía permitir generar ahora sumisión y esclavitud con las grandes compañías ceramistas de la zona, como por ejemplo la muy conocida Porcelanisa.

El negocio empezó de forma sencilla pero con trabajo constante por la realización de diversas piezas por encargo y para stock propio para la venta al detalle, como vasijas de barro cocido, cuencos, cántaros y botijos.

Con el tiempo conoció a una mujer, entre otras cosas porque se le dulcificó el carácter al alejar al padre y sus productos para muertos, y al descubrir que cuando un cliente entraba en su establecimiento le decía Buenos días, En qué puedo atenderle, Si desea mirar las piezas aquí expuestas adelante, tómese su tiempo, y las respuestas y comentarios  habituales eran del orden, Qué jarra más bonita, Qué preciosa fuente para servir la mesa, ¿Me permite que observe su extraordinaria habilidad para moldear el barro?,  de la que pareció que se enamoraba, y el parecer fue mutuo porque al poco tiempo se casaron con el convencimiento y la ilusión de formar juntos una familia.

(continuará)

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