Nuevamente se fundió el oro del sol y apareció una luna
llena de plata.
Con el cobre de las primeras horas del día, otra nueva
jornada amanece con el rocío de compañía.
Y la mariposa sigue en mi jardín sobre la brizna de hierba
que le da cobijo.
Me acerqué a ella, y antes de que me hablase, le hablé yo y
le dije: “No olvides que eres una de las hijas de la Señora Mariposa de
Madagascar que en un viaje de turismo de un Señor Elefante del África Central
se enamoró”.
De forma inmediata levantó el vuelo, zigzagueante, alocado,
al tuntún, repleto de risas y de colores, trazó una diagonal perfecta muerta de
la risa, revoloteó sin ton ni son, dibujó una recta que cercenó en un giro para
diseñar un exacto ángulo recto de noventa grados, hizo una bajada de los cielos
en picado, y al reducir el ritmo de la caída, a pocos metros de mi cabeza, hizo
como si se desvaneciese para caer flotando en una especie de tirabuzón mientras
se partía su pequeño pecho de la risa,… y rozó levemente mi cara con una de sus
alitas de perfume de almizcle, y se elevó de nuevo, como al libre albedrío,
mientras partía para aspirar flores y recoger polen de perales, naranjos y
mandarinos.
Me quedé extasiado, mientras una gota de miel descendía por
mi mejilla.
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