Esta mañana miraba por la ventana que habita junto a mi
escritorio.
Distraído. Embelesado. Desconectado.
De repente, y ante mi ventana, he visto una mariposa que
volaba en línea recta. No como sus semejantes, que vuelan como al tuntún.
He bajado corriendo las escaleras, he salido al jardín y he
llegado a tiempo para preguntarle que por qué volaba así.
La mariposa se ha detenido sobre una brizna de hierba verde
que todavía conservaba una gota de lluvia del amanecer, lluvia ligera que oí
caer sobre las tejas que cobijan mi lecho, y me ha respondido que ella ama la
geometría, ama las hipotenusas y los triángulos y los cuadrados, y también los
equiláteros y los rectángulos y las circunferencias, porque le seduce y le
maravilla el orden y el concierto que traen consigo y que regalan a los demás.
Yo le he contestado que prefiero y amo el vuelo al libre
albedrío atolondrado de sus
hermanas.
Se ha quedado pensativa, ha plegado sus alas en posición
vertical, me ha parecido que estaba algo aturdida y ahí se ha quedado, en
silencio, con un ligero temblor en todo su ser.
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