La pasada madrugada la luna era de sangre.
No es cierto, o para ser prudente, no es exacto.
Mis hijos y yo sabemos que lo que sucedió es que la luna se
vistió de Susan, se vistió de color y de calor, y por encima de todo, se vistió
de amor.
Como también mis hijos y yo sabemos que las próximas semanas
los bosques se teñirán de rojo, de ocre y de amarillo, y las hojas de los
árboles caerán bailando serenamente, bamboleándose con dulzura para alfombrar
la tierra, como cayó la madre y la esposa, con la serenidad melosa del alma
libre y tranquila de mujer que amó y fue amada.
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