Algunos periódicos suelen tener ciertas secciones en las que
realizan preguntas a los famosos, o famosillos, sobre cuestiones como qué le
hubiese gustado ser caso de no ser ingeniero o aquello que es, qué
descubrimiento le gustaría hacer, con quién desearía y no puede o no pudo ni
podrá desayunar y compartir una conversación, y también qué le gustaría poder
demostrar y por el momento no le es posible, amén de otras preguntas diversas.
Hoy, yo, como otros muchos días estaba sentado en una de mis
terrazas ceretanas favoritas acompañado de una birra no muy fría, como a mí me
gusta y bien saben ya en la terraza.
Y pensaba en eso, creo que porque he dado con ese espacio en
el periódico que ojeaba algo distraídamente.
Y se me ha ocurrido pensar que si a mí me hiciesen esa
entrevista, cosa que no ocurrirá jamás porque ni soy famoso, o famosillo, ni lo
deseo, puedo asegurarlo ahora ya sí, quisiera que la pregunta fuese la
contraria a la última que detallaba en el primero de los párrafos de este
relámpago mental desmantelado.
Me explico.
Yo preferiría que esa pregunta se formulase de la siguiente
forma: ¿qué le gustaría que siga sin demostrase porque no se ha podido hasta
ahora y usted quisiera que no se pueda nunca jamás?
Y esta sería mi respuesta: la existencia de otros mundos más
allá del nuestro, en nuestra galaxia o en cualquier otra que pueda existir, y
la existencia de otros seres vivos inteligentes o no, me da igual, pero
vitales.
Y esta sería la justificación de mi respuesta (si es que me
lo preguntasen, porque ahora no lo hacen por el convencimiento de todos de que
lo que no está demostrado sería fantástico que pudiese demostrarse, aspecto del
que yo evidentemente y como podrán entender rápidamente discrepo rotundamente):
el día que supiésemos de la existencia cierta de otros mundos y otros seres
vivos empezaríamos a contaminarlos, lo cual significa tanto como matarlos, es
decir, exterminarlos.
Y el por qué (aspecto que tampoco me preguntarán jamás) es
simplemente porque nos acercaríamos a ellos o haríamos que ellos se aproximasen
a nosotros, y como que estoy convencido de que en el caso de que existan esas
otras vidas no deben tener nada que ver con las nuestras, pues los contaminaríamos,
y ocurriría eso que ya todos sabemos, que es que si en una cesta de manzanas
sanas hay una sola podrida, todas acaban podridas. Y nosotros somos los
podridos, y ellos los sanos, estoy convencido.
Mientras esto discurre por mi mente entre trago y trago de
cerveza (me pido otra), recuerdo algo que leí en no recuerdo que novela o
escrito (no de ciencia ficción, porque es un género al que no suelo recurrir
casi nunca en mis lecturas), donde
se narraba un mundo de otra galaxia, un mundo que no era redondo sino plano y
rectangular, que se dedicaba a vagar por su universo impulsado por una fuerza
que nacía del pedaleo infinito de sus seres vivos instalados en unas salas bajo
la superficie del planeta plano. Todos los habitantes del planeta debían
participar a partes iguales, ya que esa era la única condición para garantizar
la supervivencia del planeta y su mundo: que jamás se detuviese en lugar
alguno.
Y eso hacían todos y cada uno de ellos según un orden y
criterio señalado por las autoridades escogidas democráticamente por todos los
habitantes del mundo plano, y que por supuesto nadie discutía ni ponía en tela
de juicio, porque se actuaba sin distinción alguna entre sexos, religiones,
clases sociales, color de la piel,… porque allí no existían, dado que habían
concentrado sus objetivos vitales en sólo dos temas: garantizar la vida del
planeta, y gozar y disfrutar de su vida cuando no pedaleaban.
Por tanto, en ese mundo se desconocía la religión y sus
iglesias y sus jefes, la economía, la política, la sociología, la psicología,
las razas y la xenofobia, los estados independientes, las guerras, el hambre,
los refugiados,… y en consecuencia tampoco sabían de envidias, rencores, luchas
de poder, odios, egoísmos, avaricias,… y menos sabían de los siete pecados
capitales y sus derivados, que son tropa infinita.
Tal vez esa sociedad y ese mundo era lo más parecido al
comunismo, pero no al marxista, ni al leninista, ni al estalinista, ni al
maoísta, ni al de Corea del Norte, sino al comunismo de que todos tienen el
mismo interés por lo que de verdad los mantiene con vida: pedalear por una
causa común, y vivir en armonía con sus semejantes.
La primera mariposa de esta primavera, por lo menos a la
vista de mis ojos, se posó en ese momento en mi mesa, y como que allí nada
había para ella, derramé muy lentamente, para no asustarla porque quería de su
compañía, unas gotas de cerveza que disfrutó casi tanto como yo, y… mi relámpago mental voló con el despliegue
de sus alitas de seda frágil y de vivos colorines unos largos y preciosos
segundos después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario