martes, 29 de marzo de 2016

Relámpago mental desmantelado XLVI y/o “persona non grata”.

 
Jueves santo.
Jueves de sol y bastante tramontana tardía, vespertina.
Mamá Vidal me pide un bote de mermelada amarga mientras Faisha me atiende con una cerveza fresquita “Estrella Galicia” y me deja la espuma en la barbilla cuando me la acaricia melosamente.
Mientras le digo a Faisha quita ya que te muerdo le prometo a Mamá Vidal que hoy mismo tendrá su mermelada, que al atardecer se la dejaré a su hijo Edu, el propietario del Hotel Esquirol de esa anomalía geográfica que se llama Llívia, mientras de fondo oigo como Ricky dice alguna tontería, pero divertida, porque es buen chaval, de la edad de mis hijos.

Me quedo sólo y consulto el móvil, como acto reflejo que aborrezco pero que se me está enquistando en los dedos de mis manos. Tal vez sea culpa de la soledad en la que me he recogido y de que  mi asertividad precisa de alguna atención.
Compruebo si los receptores de mi “pizarrita” matinera han ido recibiendo el mensaje de hoy, en el que se ve a un Rajoy sonriente con sus colegas europeos, Renzi, Merkel, Cameron y Hollande  tratando sobre la “crisis de los refugiados”, y yo me pregunto si el pobre Mariano se enterará de algo, ya que todos sabemos que desconoce los idiomas al igual que muchas otras cosas.
Sí, casi todos han visto ya mi mensaje, salvo MMN, que en los últimos días parece no querer ver nada que proceda de mí.

¡Y entonces caigo en la cuenta!
¡He sido declarado por ella “persona non grata”!
En las nuevas tecnologías creo que a eso se le llama “Bloquear la cuenta de guatsap”, y esa es la causa de que desde hace cuatro o cinco días yo le envío mensajes y ella no los atiende, porque no los ve según me indica el color blanco de unas señales que deberían ser azules.
Por tanto, ahora descubro el misterio: me ha declarado “persona non grata”, término que me gusta más, por épico, que “bloqueado en el guatsap”, que suena a metal y es frío como el aluminio.

Me quedo con el móvil en la mano y mi menta divaga.
La jarra se calienta, pero no me importa. Me gusta la tibieza de la cerveza.

Falleció mi mujer, cerré la Agencia de Publicidad, me arruiné en lo económico (y creo que en otras cosas), viví unos meses de la generosa ayuda de mi hermano, perdí a mi madre, una de las mujeres de mi vida, vagué por las calles de Sarriá sin rumbo alguno durante meses, me despreció una trabajadora de máxima confianza tras casi veinticuatro años de colaboración por motivos de desacuerdos de indemnizaciones económicas, me peleé con mi gestor y amigo desde la adolescencia porque entendí que no debía atender unas minúsculas facturas y  él lo consideró como una afrenta, acepté la ayuda de una nueva amiga cuando no era muy dado yo a esas cosas de aceptar ayudas, cedí la colección de pintura naïf que coleccionamos con mi mujer a un incipiente Museo de ese arte en un pueblo perdido de Segovia, ví y viví el sufrimiento de mis dos hijos por la muerte de su madre y por sus dificultades para tirar de su familia en época de crisis galopante y brutal y yo padecía porque no podía echar una mano, lo que se convirtió en un puñal más en mi corazón y mi orgullo, empecé a colaborar en una Agencia de cazatalentos por la posibilidad que me ofrecía mi red de contactos profesionales y personales, pero trabajo que evidentemente no era el mío aunque intenté atenderlo con la máxima dignidad posible y buscando los mejores resultados (J.P., siempre te agradeceré esa mano que yo necesitaba y que tú me ofreciste), decidí desprenderme de mi vivienda de toda la vida en el barcelonés barrio de Sarriá porque necesitaba oxígeno,… y cuando pensé, tras cuatro o cinco años de enorme angustia, sufrimiento, desazón, desencanto y también depresión, que ya estaba preparado para todo, la vida me dijo que no, que no estaba preparado para todo, porque me faltaba lo más importante, lo más duro, lo más lacerante, aquello que hace sangrar sangre que no es roja porque es transparente y translúcida y que surge, si es que surge al exterior, porque casi siempre se queda en el interior y se aloja en la boca del estómago y en el pecho, por poros invisibles a los ojos humanos porque sólo tienen actividad nocturna, cuando la soledad te abruma.

Yo no estaba preparado para lo que venía y lo que estaba por llegar se acercaba bailando en el bienestar escaso en que me había instalado y en la ilusión que de nuevo aparecía en mi naturaleza de por sí optimista, y lo que acechaba atendía a un nombre explícito y concreto: DECEPCIÓN.

Me explico.
Me enamoré. O creí que me había enamorado. No sé.
Una espléndida mujer me contactó a través de mi blog, blog en el que narré mi encuentro con unos chavales que habían perdido a su tío en el mismo bloque de pisos que yo habitaba en Barcelona. El hombre murió en casa de sus padres, vecinos míos y con los que sólo nos saludábamos con cordialidad en nuestros encuentros esporádicos en la escalera o en la portería.
Después ya fue otra cosa, porque aprendimos a querernos ya no como vecinos si no como amigos.
Y esa mujer que me localizó en mi blog hablaba todos los días conmigo a través de comentarios en mis escritos en el blog y de correos electrónicos.
Y yo me dí cuenta que nada más despertarme la buscaba en mi portátil.
Y ella me decía que si no tenía contacto conmigo era como si al día le faltase algo.
Y yo empecé a decirle que deseaba conocerla, que tenía necesidad de ello.
Y ella vino a conocerme a Barcelona.
Y pasamos dos días juntos, estrechos, y yo le decía que la quería hasta quedarme sin alma porque se la entregué a ella.
Y al amanecer después de nuestra primera noche ella me dijo con una belleza de plata que habíamos hecho el amor toda la noche cuando fui incapaz de amarla.
Y ya de vuelta en su hogar me dijo miles de veces que me quería, flojito, bajito, casi mudo, pero era que no.
Pero me lo decía, y yo me lo creía.
Y la ilusión volvió a convivir conmigo.
Y obsequiarla me llenaba de satisfacción. Y hablar por teléfono cada noche, cuando su hijo ya dormía, era mi objetivo del día. Y hacerla sonreír y reír cuando nos veíamos me volvía loco de alegría. Y diseñé rutas gastronómicas para cuando ella me visitase en Barcelona. Y un día me descubrí apuntando en un papel qué podría hacer yo en Pamplona  si me trasladaba para estar con ella. Y me frotaba las palmas de mis manos para calentarlas como si fuese a acariciar su piel de porcelana en aquel mismo instante. Y dibujé sobres y escribí mensajes para la cartera para que le dijese que yo la quería, que se lo gritase cuando le dejase mis sobres en el buzón de su casa. Y me imaginaba cogiendo aviones y barcos con ella para viajar por el mundo y decirle a todos que nos queríamos, que nos habíamos enamorado.
Y… por teléfono me dijo que no volviese, que no teníamos futuro, y no me dijo que no me quería, que nunca me quiso, que sólo fui un paréntesis en su vida, porque no hacía falta, porque todo estaba claro clarito claro. Para ella. Yo era confusión. Yo era un adolescente enamorado. Yo era un niño de nuevo.

Y entonces fue cuando apareció, la decepción, digo, para la cual yo no estaba preparado. Lo estaba ya para todo, pero para eso, no, para eso no estaba preparado.

Y ahora, cuando sólo le ofrezco mi amistad porque ya he aprendido que a su amor no puedo aspirar, me rechaza y me declara “persona non grata”, bueno, me “bloquea en su guatsap”, que para el caso es lo mismo pero más tecnológico.

Ahora es cuando la "Estrella Galicia" me gusta, es cuando está rica, la cervecita calentita.
Me la zumbo de un trago mientras Faisha me guiña un ojo y se me ocurre pensar lo que no debo, porque otra decepción ahora, no, ahora no.

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