¿No te gusta la sopa? Pues toma dos platos.
Este dicho resuena en mis oídos desde mi infancia, aunque en
mi caso era el hígado el que martirizaba mis cenas en casa de mis padres. Y no
en exceso, porque mi madre era un ser divino que no martirizaba ni a una mosca
pesada e impertinente.
La pasada noche, nada más apagar la lamparita de la mesita
de noche, me visitó el gerundio con ánimo de dar guerra, y me soltó de sopetón
que sí, que ya sabe que no lo soporto y no lo tolero (lástima que se ha colado
una e, dijo, porque sino todo serían os, escupió el muy apestoso), pero que su
lucha por la supervivencia y la vigencia de su estirpe le había dado buenos réditos,
hasta el punto de convertirse en refrán utilizado por todos, como es el caso de
la conocida expresión “andando, que es gerundio” y otras similares de uso
universal en el idioma castellano.
Me tuve que comer con patatas la defensa de su legitimidad,
y el muy ladino se dio cuenta y remató con contundencia y un punto sarcástico
que “A dios rogando y con el mazo dando”.
Quise responderle con una imitación de Camilo José Cela
cuando dijo al ser descubierto dando una cabezada, creo que en el Parlamento o
en el Senado, no recuerdo, que “no
es lo mismo estar dormido que está durmiendo, al igual que no es lo mismo estar
jodido que estar jodiendo”, pero me pareció que en esta ocasión la prudencia
recomendaba el silencio, sin que mi mutismo fuese una concesión al gerundio al
estilo de que “quién calla, otorga”.
Pero el cabrón se fue entre risitas, y yo me quedé toda la
noche jodido, no jodiendo.
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