martes, 21 de noviembre de 2017

Sueños celosos de un publicitario atormentado por la nostalgia del amor.


Hoy ya no me dedico a ello, pero durante muchos años la creatividad y la gestión publicitaria fueron mi ocupación profesional y mi sustento y el de mi compañera y mis hijos. Imagino que es por esa presión a la que te somete la publicidad que todavía a veces sueño con el ejercicio de la actividad y recupero los momentos de angustia y tensión que en sí misma comporta.
Eso es lo que me sucedió esta pasada noche, y sobre todo en el tercer sueño (los dos primeros son los que son interrumpidos por la necesidad de miccionar que tenemos los que ya sobrepasamos una cierta edad), ese que transcurre entre las cinco y las siete horas del nuevo día.

Soñaba que estaba en la Agencia y tenía sobre la mesa un briefing que indicaba que nuestro Cliente, un fabricante de aperitivos diversos, tenía serios problemas con sus bolsas de patatas fritas dada la fuerte competencia existente en su sector, sector donde se hace difícil valorar la calidad o las diferencias entre los productos dado que todos son lo que denominamos un “me too” (es decir, más de lo mismo, para entendernos fácilmente).

Me parecía evidente que la solución debería pasar o bien por potenciar la imagen de la marca utilizando los mass-media -y posiblemente en la creación de un “story-telling” que permitiese continuidad en el desarrollo de la historia-, o bien en alguna técnica promocional  (vales descuento, regalos directos, concursos, sorteos diversos,…) que destacase el producto sin entrar en excesivos detalles sobre la propia patata chip y sus valores intrínsecos o añadidos. O puede que la combinación de las dos estrategias: potenciar la imagen y promocionar el producto.

El briefing contemplaba el presupuesto destinado a la campaña o a las acciones que pudiesen desarrollarse en el ámbito nacional, y por supuesto, se especificaba que el presupuesto era muy reducido. Decía también que habían escogido nuestra Agencia, desestimando en esa ocasión a la que normalmente les prestaba sus servicios y cubría sus necesidades, dado que les constaba que nos avalaba nuestra alta creatividad y nuestra inmejorable originalidad en los mensajes que trasmitíamos al consumidor.
Y yo era el encargado o responsable de dar con esa varita mágica que incrementase la venta de sus patatas y recuperasen la cuota de mercado que estaban en peligro de perder, sino estaba ya perdida.

En mi sueño pasaban las horas rápidamente, porque me había sentado frente al briefing a eso de las 10 h. de la mañana y ya me llamaban para el almuerzo otros compañeros, y después de comprobar la hora en mi reloj resultó que eran ya las 14 h.
Y fue entonces cuando  mi vista se fijó en el papel sobre el que reposaba el portaminas con el que suelo trabajar y comprobé, aunque ya lo sabía, que el papel estaba en blanco, inmaculado, sin una sola mancha ni nada que se le pareciese.
El DIN A-4 permanecía virgen e impoluto. O no había pensado nada, o lo que había pensado era nada, es decir, carecía de valor alguno desde la óptica publicitaria.

En el restaurante empecé a fijarme en los expositores  de este tipo de productos que suelen ubicarse en la barra del bar, junto a la caja registradora, hasta que una creativa con la que suelo trabajar en muchas ocasiones se fijó en mí y me llamó la atención diciéndome que ya estaba en pleno proceso de desarrollo de mi estado obsesivo como suele ser mí costumbre cuando inicio un nuevo trabajo.
Asentí ligeramente con un breve movimiento de mi cabeza, y dejé de mirar la barra, y al poco tiempo cometí el error de comentar en voz alta que el bistec me sabía a patatas fritas de bolsa y que lo dejaba porque estaba asqueroso, con lo que me convertí en el hazme reír de la mesa porque todos cayeron en la cuenta de que mi obsesión había alcanzado ya cuotas cercanas a la neurosis, y todo ello en una sola mañana de curro (o de no curro, porque no había hecho nada, aunque eso me lo guardé y no lo comenté).
Antes de acabar el almuerzo me despedí de mis compañeros con la estúpida excusa de que había aparecido en mi cabeza una idea que podía ser interesante y que debía escribirla con urgencia para no olvidarla y poder, posteriormente, analizarla en detalle. Y por eso regresaba ya mismo a la Agencia.
Era mentira: no tenía ninguna idea, no tenía nada en la cabeza, sólo una obsesión que ya me invadía la cabeza entera provocándome esa sensación conocida de que debía no ya evitar el fracaso, sino que además debía ser extremadamente brillante cuando presentase mi idea de relanzamiento del producto. La obsesión ya campaba a sus anchas.
El horror al fracaso me ha atormentado toda mi vida, pero prefiero pensar que ha sido el motor de mi nivel de exigencia y ello me ha ayudado a conseguir algunos éxitos profesionales.
Ahora no me importa un pepino el tema, pero parece que permanece latente en mi subconsciente porque sigue manifestándose en algunas ocasiones, como esta noche anterior que apareció en forma de sueño de madrugada.

En la Agencia, vamos, en mi sueño, pasé toda la tarde sin hacer nada, sin concretar ningún pensamiento si es que lo había tenido, que creo que no.
Hacia las ocho horas de la tarde decidí regresar a casa, y al salir de mi despacho tuve la mala suerte de que me topé de nuevo con alguno de los “creatas” de la Agencia y todos tuvieron la mala leche de preguntarme cómo me iba con las patatas fritas. Respondí a todos, como sin darle importancia, que avanzando ya por caminos transitables, pero que aún precisaban de cierta maduración, mientras en mi interior me decía que era la rabia y la envidia lo que les carcomía porque todos hubiesen deseado ser los escogidos por el Cliente para desarrollar esa Campaña. Pero tenían que joderse: el encargo me lo habían hecho a mí.  Pensé, ¡que os den!

Al encontrarme con el aire frío de la calle sí tuve una idea.
¡Por fin algo positivo después de toda una jornada de trabajo!
Me iría de inmediato a un supermercado, o a unos cuantos, y compraría todas las variedades de bolsas de patatas fritas que encontrase. Me las llevaría a casa y haríamos, con mi compañera y mis hijos, un test consistente en ver qué patatas gustaban a cada uno de nosotros y por qué, si por el gusto, por los diferentes sabores (bacon, páprika, pimentón, jamón,…), por la cantidad de sal, por el aceite, por la presentación (las hay onduladas, en forma de palitos, acanaladas,…), por el envoltorio, por las diferentes promociones que proponían, etc.
Era un test de “ir por casa”, obviamente, pero podía ser efectivo, porque la experiencia me había enseñado que en muchas ocasiones en la sencillez está la solución a muchos de los problemas del mundo de la comunicación.
Lo haríamos esa misma noche, coincidiendo con la cena.

Y lo hicimos. Y cada uno de nosotros dijo la suya, como si de un brainstorming casero se tratase. Que si el bacon dominaba excesivamente, que si las que están fritas con aceite puro de oliva parecen mejores, que la forma clásica es la mejor que el invento de las acanaladas, que las mejores son las tostaditas en los bordes y algo menos en el centro, que tal vez…

Todos (mi compañera, mis dos hijos y yo mismo) coincidimos en que el packaging era excesivo, en el sentido de que desea transmitir tanta información que al final agobia: nombre del producto, nombre de la marca, principales características, promoción de turno (dos por uno, sorteos, viajes, cuponing,…), etc., más la información estrictamente legal que el Ministerio de turno exige a todos los productos de alimentación y gran consumo, y si a todo eso le añades múltiples colores para llamar la atención en el lineal, pues resulta un batiburrillo de información que más que ilusionar al consumo dan ganas de olvidarse del producto y dedicar esfuerzos sólo a los de primera necesidad.

Fue entonces cuando algo llamó la atención de uno de mis hijos: una bolsa que además tenía una franja de plástico, una tira de unos tres centímetros de ancho aproximadamente, y que iba desde el cosido superior de la bolsa hasta el cierre inferior de la misma. Esa tira o cinta se destinaba en el caso que nos ocupa a destacar la promoción del momento: conserva esta cinta y cuando tengas una docena introdúcelas en un sobre y remítelas a tal dirección haciendo constar tu nombre y apellidos, dirección, teléfono de contacto, correo electrónico, código postal, etc. y participarás en el sorteo de bla bla bla bla.

La pregunta de mi hijo fue fácil, o tan difícil como la que puede formular un niño: hacen esta pieza para destacar la promo, ¿verdad, papá?, pero de la promo ya hablan en la bolsa, por lo que ¿no podría utilizarse para otra cosa, papá?

Y allí había un camino a explorar. Estaba claro. Estaba tan claro que por eso no se mostraba en toda su evidencia. Esa pieza debía de utilizarse con mucha más potencia que ser simplemente una insistencia en la promoción del momento.

¡Y la idea apareció!
Se dejó ver en mi cabeza y se manifestó en todo su esplendor al día siguiente en la Agencia.
Esa tira de plástico debía convertirse en un vehículo para interrelacionar a los consumidores de las patatas fritas.
¿Qué tal empujar al consumidor a que escribiese un breve mensaje en el espacio reservado para ello y dedicárselo a una persona especial, o al amigo desconocido, o a quien le de la gana al escritor?
Por ejemplo: un título como encabezamiento del estilo “Dedica unas palabras a tu ser más querido y lo leerá cuando consuma su bolsa de patatas (nombre de la marca)”.

Espacio de cinco o seis líneas para el mensaje corto, al estilo twitter, y leyenda final de instrucciones, al estilo:

Utiliza un bolígrafo normal o un rotulador de tinta permanente, y después de escribir tu mensaje, rellena con tus datos personales el dorso de esta tira, y envíala al Departamento de Atención al Cliente de (nombre de la marca), dirección, ciudad, C.P., y editaremos tu mensaje en próximas ediciones de nuestras Bolsas de patatas. Puedes firmar con tu nombre o con el seudónimo que desees. Caso de no editar tu mensaje en la propia bolsa, cada mes editaremos un “Boletín de los Mensajes de las Patatas Fritas de (nombre de la marca)” en donde recogeremos la totalidad de los mensajes recibidos (siempre y cuando no contengan expresiones malsonantes, insultos,… a criterio de nuestro Dpto. de Atención al Cliente) para darlos a conocer a todos nuestros consumidores.


Al día siguiente presentamos la idea al Cliente, ¡y les encantó!

La idea triunfó.
El Departamento de Atención al Cliente recibió miles de mensajes del estilo “Elena, Quiero casarme contigo. Pepe”, “Marisa, Eres más adorable que una patata frita. Tu novio”, “Juan, te voy a morder como a esta pata frita, Carmen”, “Pilar, estás más buena que estas patatas fritas. Tu cariñito”, “Para mis hijos que son tan saladitos como estas patatas. Mamá Rosa”, etc.
Y cada mes se editó el Boletín de los Mensajes de las Patatas Fritas de (nombre de la marca) con todos los mensajes recibidos, y se distribuía junto con los expositores de las bolsas de patatas en los supers, hipers, bares y barras de infinidad de puntos de venta.

                                ………………………………………

Proseguía mi sueño desplazándose en su viaje onírico a varios meses después del lanzamiento de los Mensajes y allí me ocurrió un hecho inexplicable, absolutamente sorprendente e inesperado.
Me senté en una de mis terrazas habituales para dedicarme a la noble actividad de la observación del prójimo (aprender del comportamiento del otro es absolutamente necesario para un publicitario), y solicité a la camarera mulatita que se acercó para atenderme que me trajese una buena jarra de cerveza fría pero no excesivamente helada, con lo cual me gané una mirada del tipo “este imbécil debe pensarse que en los grifos de cerveza de presión se sirve la cerveza al punto de frío de cada cliente”, pero decidí no darme cuenta del menosprecio de su mirada. Ya la castigaría de otra forma y en otro momento. Y el momento apareció de inmediato, pues nada más servirme la cerveza le pedí que me trajese una bolsa de las patatas fritas de la marca de mi Cliente, y así la obligué a realizar otro viaje más. La cerveza estaba fría y en el punto exacto que a mí me gusta, así como mi venganza, que también es, como es sabido por todos, fría y además se sirve.

Después de unos tragos de cerveza y de consumir media bolsa de patatas fritas pensé en leer el mensaje que la bolsa llevaría impreso, y fue cuando me derramé el resto de la jarra por encima de mi bragueta al sol de la terraza.
El mensaje decía: “Miguel, cariño mío: me encantas cuando te pones gusanito. Tu amante. Susan.”

Pedí otra jarra de cerveza y otra bolsa de patatas, mientras la mulata me miraba como diciendo “este gilipollas o se ha meado encima o se ha tirado la cerveza encima de sus huevos”. En cuanto tuve la segunda bolsa de patatas en mi mesa corrí a leer el mensaje, y era el mismo: “Miguel, cariño mío: me encantas cuando te pones gusanito. Tu amante. Susan.”

Mientras me bebía la cerveza a palo seco, porque de las patatas ya no quería saber nada, empecé a mezclar pensamientos: mi mujer se llama Susan, y cuando me ve con el careto como enfadado me pregunta muy cariñosamente si estoy “gusanito” ya que es su forma de describir mi rostro enfurruñado, ¿Es posible que otra mujer de idéntico nombre de pila utilice el término “gusanito” para lo mismo que mi mujer?, ¿Tiene Susan un amante llamado Miguel?, ¿Qué Migueles conozco yo a parte de mi cuñado, el hermano de Susan?, No, no es posible que Susan me ponga los cuernos y tenga la frivolidad de utilizar la bolsa de las patatas fritas de mi Cliente para enviar mensajes a su amante, ¡Si además la idea surgió en casa, y Susan es muchas cosas pero jamás una cínica!,…..

Me intenté tranquilizar. Pedí otra cerveza. La mulata volvió a desviar su mirada hacia mi bragueta mientras decía ¿Y también otra bolsa de patatas?, y yo estuve a punto de contestarle de malos modos porque parecía que no veía que la segunda ni la había tocado, pero le dije secamente que no, que no quería más patatas fritas, y diseñé un plan de actuación sigiloso para descubrir si el mensaje del “gusanito” era de Susan: hablaría con mi Cliente para que buscase el original del mensaje, la tira de plástico de marras, para ver la dirección que había hecho constar en el dorso de la tira.
Sí, ese era el plan. Sólo faltaba encontrar la excusa idónea para justificar mi petición ante mi Cliente sin levantar ningún tipo de sospechas.

Y de golpe y porrazo me desperté de mi sueño en un mar de sudor, lágrimas y orines, fugados de mi cuerpo entero, de mis ojos y de mi vieja vejiga.
Me levanté de la cama tambaleándome como una peonza, me froté los ojos con fuerza y corrí angustiado a buscar una bolsa de patatas de mi Cliente en la cocina para ver si el mensaje soñado existía, sin caer en la cuenta de que yo no compro bolsas de patatas fritas, porque no las consumo ya que prefiero hacérmelas yo. Me dirigí al cuarto de baño para lavarme la cara todavía en plena confusión, y sin capacidad para pensar nada mas me metí en una reconfortante ducha de agua caliente.

Y allí fue donde caí en la cuenta de que todo había sido un sueño, y también en que mis obsesiones me persiguen hasta el punto de sentir celos por los devaneos amorosos e inexistentes de mi mujer, que se tornó en ángel hace ya casi nueve años y que desde las nubes que tiñe de rojo y verde cada atardecer con su melena y el iris de sus ojos cuida de mis días y de mis noches.
Pensé que la única manera posible de recuperar mi vida junto a ella era en mis sueños, y eso tranquilizó mi espíritu porque a veces creo que bordeo la locura del expublicitario atormentado por la nostalgia del amor.
Aún así, creo que cada vez que vea una bolsa de patatas fritas no podré resistir la tentación de ver si en la misma hay algún mensaje secreto de Susan para mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario