Siempre gocé al acariciar con mis labios la suavidad del
pétalo de una rosa e inspirar lentamente su fragancia entregada y regalada,
rozar con mis dedos frágiles las alas de una mariposa, acoger en las palmas de
mis manos las plumas del diente de león para luego soplarlas y pensar en un
deseo mientras las plumitas de un blanco inocente inician el vuelo que la brisa
tutela y yo olvidaba porque mantenía mis ojos cerrados y apretados por el miedo
a que mi deseo también se desvaneciese, y ahora, ya en el inicio de mi
decadencia física, aprendí que las yemas de mis dedos jamás olvidarán la
excelencia y la dulzura de porcelana de su piel, así como su olor y su textura, regalo que me hizo de nuevo la
vida y entrega que ella me regaló.
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