Regalar un ramo de flores siempre tiene un retorno: una
sonrisa, unos ojos expresivos, un beso, un abrazo, unas palabras de
agradecimiento, un gracias sentido, la manifestación de la alegría, la dulzura
de un rostro, incluso a veces un te quiero.
El último ramo de rosas que envié a una mujer me contradijo
rotundamente.
No he tenido retorno alguno.
Ni siquiera se si las rosas despedían un intenso perfume o
si era escaso, ni siquiera se y creo que nunca sabré si las entregaron como
solicité, de color amarillo que era su preferido, o si recurrieron a las rosas
rojas que es el color más recurrido. Desconoceré si fueron una docena como
encargué o fueron rácanos y entregaron un número menor, nadie me dirá si esas
rosas que nunca me enviarán un mensaje fueron acompañadas con gracia y destreza
o se apilaron la una junto a la otra con desidia y desgana.
Intenté dar lo que guardo en mis recuerdos como un tesoro
vivido, pero algunas personas sólo tienen pobreza en su corazón.
Pero no quiero pensar en eso, prefiero creer que algo mal,
muy mal hice, para haberme ganado ese enorme desprecio.
O tal vez prefiero pensar que sí hubo retorno y se lo llevó
el silencio del viento lento y la sal dulce de una lágrima escondida.
Sí, eso pensaré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario