lunes, 13 de noviembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXXII).

 
Regalar un ramo de flores siempre tiene un retorno: una sonrisa, unos ojos expresivos, un beso, un abrazo, unas palabras de agradecimiento, un gracias sentido, la manifestación de la alegría, la dulzura de un rostro, incluso a veces un te quiero.

El último ramo de rosas que envié a una mujer me contradijo rotundamente.
No he tenido retorno alguno.

Ni siquiera se si las rosas despedían un intenso perfume o si era escaso, ni siquiera se y creo que nunca sabré si las entregaron como solicité, de color amarillo que era su preferido, o si recurrieron a las rosas rojas que es el color más recurrido. Desconoceré si fueron una docena como encargué o fueron rácanos y entregaron un número menor, nadie me dirá si esas rosas que nunca me enviarán un mensaje fueron acompañadas con gracia y destreza o se apilaron la una junto a la otra con desidia y desgana.

Intenté dar lo que guardo en mis recuerdos como un tesoro vivido, pero algunas personas sólo tienen pobreza en su corazón.
Pero no quiero pensar en eso, prefiero creer que algo mal, muy mal hice, para haberme ganado ese enorme desprecio.

O tal vez prefiero pensar que sí hubo retorno y se lo llevó el silencio del viento lento y la sal dulce de una lágrima escondida.

Sí, eso pensaré.

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