Callejeaba parsimonioso entre las ramas de un árbol un
Camaleón que iba cambiando su vestimenta en cada ocasión que así lo requería
cuando en la atmósfera detectó otra presencia. Sin ver a nadie supo de
inmediato que otro ser le observaba sin ser visto.
Inmóvil salvo en la rotación de sus ojos escudriñó los
alrededores mientras recordaba las enseñanzas del maestro que dijo que todo el
arte de la guerra está basado en el disimulo.
Un lígerísimo y casi imperceptible movimiento de la Mantis
Religiosa la delató. Allí estaba la presencia.
Observó que su camuflaje era casi tan perfecto como el suyo.
La Mantis Religiosa saludó olvidando su natural misantropía.
El Camaleón sin devolver el saludo le inquirió sobre sus
capacidades miméticas con una demostración de sus propias habilidades de
disfraz cromático.
Respondió la Mantis Religiosa con otro cambio de color.
Lo propio hizo el Camaleón forzando sus tonalidades y la
Mantis Religiosa lo imitó.
Así compitieron sin desfallecer durante largas horas y sin
que ninguno de ambos contendientes pudiese sentir la derrota del otro o la
victoria propia.
Hasta que la Mantis, que ya empezaba a tener hambre a causa
del continuado ejercicio de cambio de disfraz, le hizo saber al Camaleón que
ella era capaz de adoptar formas del ambiente como por ejemplo el de las ramas
del arbusto mientras él era incapaz.
De un salto cambió de ramitas y adoptó tanto el color como
la forma de las mismas.
El Camaleón la observó y le sobrevoló un halo de derrota.
Todo su cuerpo adoptó el color de la púrpura que no era el
del entorno si no el de la propia ira, proyectó su larga lengua retráctil y
capturó a la Mantis Religiosa.
Mientras sus mandíbulas trituraban el cuerpo de ramitas de
la Mantis Religiosa recordó que el Maestro Sun Tzu dijo que lo esencial en la
guerra es el triunfo.
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