jueves, 25 de junio de 2015

Encuentro fugaz.

 
Hoy me encontré por casualidad y de forma inesperada con un viejo amigo de mi época de estudiante universitario, y sentados en uno de mis miradores habituales me preguntó qué había sido de mi vida en los últimos cuarenta años.

Iba a iniciar mi narración de mi trayectoria profesional después de respirar profundamente durante unos breves segundos que debían de servirme para ordenar mi cabeza y mi exposición cuando se me cruzó una nube espesa de algodón mullido en mi cerebro, y le respondí que fui un buen compañero y amante de mi compañera fallecida hace seis años y medio, después un mal amante de una zamorana que me quiso conocer porque algo que tal vez no podía ofrecerle intuyó en mí equivocadamente y en la que deseé perderme con toda la intensidad que siempre me acompaña, y también fui un buen amigo y en toda circunstancia de aquellos a los que quiero y adoro y que creo se llaman amigas y amigos.

Me pareció que no me entendió en absoluto, porque después de poner la boca en forma de o mayúscula, o sea O, sorbió de un trago largo y rápido su caña de cerveza, se disculpó por una reunión inmediata que a buen seguro no existía, y se marchó presuroso y sin excesivas ni calurosas despedidas.
A mí no se me ocurrió, para evitar su O bucal y su partida devolverle la pregunta e interesarme por qué había sido de su vida en los últimos cuarenta años.

De regreso a casa en mi Mitsubishi todo terreno me crucé con un camión que en la visera protectora del sol frontal que da en la cara se leía “Hnos. Colorín”, y yo añadí “colorado” en voz alta y para mí solo porque nadie viajaba conmigo, aunque realmente no hacía falta porque hacía de ello ya cuarenta años.

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