lunes, 22 de junio de 2015

Vieja historia romántica.


En muchas ocasiones yo mismo me hincho a críticas por mi incapacidad por desechar cosas de casa, por mi obsesión irrefrenable por guardarlo todo, absolutamente todo.

Pues bien, hoy he tenido una enorme satisfacción.
Entre papeles y más papeles con los que yo trajinaba en las estanterías de mi biblioteca, me he encontrado con un artículo del desaparecido “El Noticiero Universal” de fecha 16 de marzo de 1967, firmado por un tal Juan Delmar y titulado como este artículo.
Al leerlo recordé de forma instantánea que esa historia que relata el articulista yo se la había oído contar a mi padre en diversas ocasiones.

La escena se sitúa en el Paseo de Mar de Vilassar de Mar, también llamado por algunos lugareños Paseo de las Palmeras, que estaba pendiente de que el Ayuntamiento aprobase y acometiese una reurbanización a consecuencia del creciente tráfico rodado.
Al parecer, un veraneante solicitó al Consistorio comprar o bien sustituir un banco de travesaños de madera de color verde oscuro ya que en ese banco concreto y específico le había pedido la mano a su novia, quien después fue su esposa y la madre de sus hijos tras prometerse amor eterno en ese banco frente al mediterráneo.
El Ayuntamiento accedió y ese amante trasladó el banco a su jardín del Pasaje Fontanelles del barcelonés barrio de Sarriá.

Esta historia de intenso perfume romántico me la explicaba mi padre, a mí y a mis hermanos, porque el comprador del banco fue Paco Riera i Clariana, mi abuelo, y la mujer a la que cortejaba era Montserrat Martí i Monteys, mi abuela Montse.
En ese banco me senté yo infinidad de ocasiones en el jardín de mis
abuelos, y recuerdo que el abuelo Paco hizo instalar una plaquita de cobre o bronce en uno de los travesaños del respaldo recordando la fecha en la que pidió la mano de su amada.
Estuvieron siempre juntos, porque mi abuelo, que era arquitecto, trabajaba en un despacho en su propia casa, y cuando a causa del glaucoma perdió la vista cuando tenía sobre los cincuenta años de edad, y no puedo proseguir con su profesión ni practicar sus aficiones favoritas (las motos y la pintura a la acuarela, ambas necesitadas de una buena visión), se dedicó a amar a su mujer y a dejarse amar por ella, que siempre estuvo a su lado aunque sólo fuese para dar lustre a sus zapatos, que era una de sus obsesiones a pesar de no verlos, cuando sus nietos, ente ellos yo mismo, se los pisábamos para que se cabrease y lanzase al viento pequeños sapillos porque no llegaban a adquirir la categoría de tacos, mientras nosotros nos tronchábamos silenciosamente de la risa que nos daba su enfado.

El primer año y medio de mi vida mis padres y yo vivíamos en esa casa, porque la casa de la calle Mallorca estaba en obras y hasta la finalización de las mismas mis padres no se trasladaron al que ya sería su hogar definitivo.

Estoy convencido de que ese perfume romántico de mi abuelo se me instaló en mi cuerpo, y también la sensibilidad y la nostalgia que le provocó la ceguera, y ya nunca me han abandonado porque las raíces son tan profundas como el amor de mi abuelo Paco por su “ben plantada”, como diría uno de sus contemporáneos, Eugeni D’Ors, “Xenius”.

2 comentarios:

  1. Gracias por la historia. Probablemente es aceptable guardar cosas mientras no lleguen a agobiar o perturbar la vida presente. De M. JuanCarlos DeVierna CarlesTolra.

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  2. No sabía que leías mi Blog. Lo celebro y gracias por tus comentarios.

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