Sentado en uno de mis miradores frecuentes en los últimos
tiempos veo pasar toda lozana a una mujer que se me antoja divina porque de
alguna forma me recuerda a la del Duero. No me presta ninguna atención, como es
obvio, porque ella va a lo suyo y yo no voy a nada, simplemente observo.
Es entonces cuando aparece el relámpago mental surcándome la
frente, y me dice que la de tierras adentro tampoco se fijó en mí por los ojos,
sino porque me descubrió por mi escritura, después me conoció porque hasta mí
se desplazó y luego me dijo que hasta aquí habíamos llegado y que ya no toca
más, en un sentido amplio y también estricto de la palabra, aunque se que
decirlo así es una grosería.
Y yo me quedé a cuadros, entre otras muchas cosas porque
tengo una tendencia digo yo que innata a idealizar personas y cosas,
situaciones y acontecimientos. Será que soy un algo fetichista.
Y como que no hay alguien ni algo ideal, salvo algún ángel,
luego me sobrevienen las decepciones y encima me las como yo solo.
Y pensando en que las cosas me las como solo, me pido unas
bravas para acompañar el buen tinto de la casa que me bebo a sorbitos
pequeñitos.
Pero ni con el vino ni con las bravas ni con la lozana
divina que frente a mí pasó me quito de encima la decepción y la tristeza que
me cubre las últimas semanas.
Quisiera creer que ella también lo está pasando mal, pero
como que la decisión de dejarme fue suya, pues se me hace difícil.
En el fondo me doy cuenta de que soy un creído y un
vanidoso, porque eso significa que pienso que nadie puede dejarme, y resulta
que me pasa todos los días (exagero un poco, debe ser mi vena andaluza a pesar
de que todos mis apellidos son catalanes), pero es que la mayoría no me importan
y ella sí me importa (deberé pensar en decir en el futuro que me importaba,
porque los amores que fueron nunca vuelven).
Relampaguea un pero, ¿ ella me quiso alguna vez ?
Decido concentrarme en las patatas bravas y en pedir más
vino a ver si así distraigo la tormenta de relámpagos y truenos que me acecha
ya muy cerca.
“Pilar, por favor, una copa más, y no te demores en
traérmela que necesito ahogar un pensamiento”.
“¿Qué dices, Paquito?”
“Nada. Son cosas mías, pero trae el vino ya”.
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