Bonito día de diciembre para estar en una terracita.
Sol en la cara y estufa al costado.
Calor natural y artificial.
Y yo a ver pasar el tiempo.
Y mientras ideaba algo para escribir en estos días tan
aburridos de Navidad y Año nuevo que ahora vienen, he visto pasar por delante
de mí a Enrique Vila-Matas, y por asociación directa he recordado un artículo
suyo que leí hará ya unos cinco años y que me llamó poderosamente la atención.
Intentaré reproducir lo que me quedo perdido en alguna de
las curvas de mi memoria.
Decía algo que sonaba más o menos así: “En el arte de
narrar no es necesario que todo quede explicado. La mitad, como mínimo, de lo
que contamos debe quedar sin explicaciones que lo hagan demasiado comprensible.
Una historia que quede bien explicada carece de excesivo interés, porque es más
informativa y periodística que narrativa”.
Me gustó esa reflexión. Tanto, que a veces escribo y luego
cuando me releo no me entiendo. Y eso me fascina, porque a partir de ahí creo
una nueva historia.
Vila-Matas explicaba luego una historia escrita por Heródoto
que contiene ciertas fórmulas para construir historias perdurables.
Es la historia del Faraón Psamético.
En ella se cuenta como tras la caída de Menphis, quinientos
años antes de la era cristiana, Psamético fue capturado por el ejército persa
junto con toda su familia.
El cruel persa Cambises puso a prueba la entereza del Faraón
y le colocó en un ángulo estratégico en su presidio de forma que pudiese ver
perfectamente el desfile de la victoria persa, y contemplar a su hija
convertida en sirviente y a su hijo camino de una dura muerte.
Psamético no se conmovió y aguantó firme, pero se derrumbó
cuando reconoció entre los prisioneros a uno de sus sirvientes, un hombre viejo
y miserable.
Entonces rompió a llorar.
El misterio de ese incomprensible llanto, de ese llanto enigmático,
todavía hoy persiste.
Heródoto ideó una narración modélica, que no es otra que
aquella en la que el cuento nunca se entrega del todo. Quizá porque el cuento o
la narración empieza cuando terminamos de leerla.
Por eso me encanta releerme y no entenderme, porque eso me
da pie a crear una nueva historia.
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