Desperté pronto de un largo sueño y decidí almorzar dos
magdalenas recién hechas, calentitas y esponjosas, y mis dos ojos se pusieron a
llorar desconsoladamente.
No supe si lloraba por las magdalenas devoradas o si eran
las magdalenas quienes, por su tradición bíblica., me hacían llorar a mí.
Hoy hubiese sido el cumpleaños de mi compañera.
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