Leía e intentaba acabar hoy una novela y me topé en el libro
con una frase que decía que en todo amor va implícita una pérdida, … el amor es
una incógnita grave y oscura.
No pude acabar el libro, cosa que ahora que escribo
agradezco porque todavía no he paseado conmigo el nuevo libro que acompañará
mis horas antes de ser leído y, por tanto, todavía no tengo un libro amigo.
Me detuve en la lectura porque mi mente empezó a divagar y a
marear una idea que ya me ronda desde hace tiempo, desde hace demasiado tiempo,
excesivo tiempo.
La idea es tan simple como que me pido a mí mismo morir
antes que mis hijos y mis nietas, antes que mis amigas y amigos, antes que mis
hermanos, antes que todos aquellos a los que quiero.
No creo ser capaz de soportar de nuevo la pérdida de un ser
amado.
Intento reflexionar por qué a veces pienso en esas cosas y
creo que la idea asalta mi mente porque de nuevo aparece el miedo, ese miedo
que jamás me conquistó porque ni siquiera apareció ni habitó entre mis
emociones y sensaciones hasta que falleció mi amada compañera y el miedo
decidió acompañarme en mis largas noches de insomnio y desesperación, sumiéndome
en miserias de hojalata y herrumbre de hierro viejo, de arena fina repleta de
mica pegajosa.
Han pasado casi nueve años desde que la vida me dejó sólo.
No conté las noches de lamentos y angustias y quejumbres que
me partían el pecho como una daga de filo afilado y lustroso.
Tampoco cuento ahora los momentos, diurnos o nocturnos, en
los que mi llanto ya no es el del agua salada de mis ojos ni del sudor de mi
cuerpo, porque es el agua sin sal de la nostalgia que es la que brota del alma.
Es cierto, en todo amor va implícita una pérdida, pérdida
que en muchas ocasiones es irreparable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario