sábado, 2 de septiembre de 2017

Lágrimas sin sal.

 
Leía e intentaba acabar hoy una novela y me topé en el libro con una frase que decía que en todo amor va implícita una pérdida, … el amor es una incógnita grave y oscura.

No pude acabar el libro, cosa que ahora que escribo agradezco porque todavía no he paseado conmigo el nuevo libro que acompañará mis horas antes de ser leído y, por tanto, todavía no tengo un libro amigo.

Me detuve en la lectura porque mi mente empezó a divagar y a marear una idea que ya me ronda desde hace tiempo, desde hace demasiado tiempo, excesivo tiempo.
La idea es tan simple como que me pido a mí mismo morir antes que mis hijos y mis nietas, antes que mis amigas y amigos, antes que mis hermanos, antes que todos aquellos a los que quiero.
No creo ser capaz de soportar de nuevo la pérdida de un ser amado.

Intento reflexionar por qué a veces pienso en esas cosas y creo que la idea asalta mi mente porque de nuevo aparece el miedo, ese miedo que jamás me conquistó porque ni siquiera apareció ni habitó entre mis emociones y sensaciones hasta que falleció mi amada compañera y el miedo decidió acompañarme en mis largas noches de insomnio y desesperación, sumiéndome en miserias de hojalata y herrumbre de hierro viejo, de arena fina repleta de mica pegajosa.
Han pasado casi nueve años desde que la vida me dejó sólo.
No conté las noches de lamentos y angustias y quejumbres que me partían el pecho como una daga de filo afilado y lustroso.
Tampoco cuento ahora los momentos, diurnos o nocturnos, en los que mi llanto ya no es el del agua salada de mis ojos ni del sudor de mi cuerpo, porque es el agua sin sal de la nostalgia que es la que brota del alma.

Es cierto, en todo amor va implícita una pérdida, pérdida que en muchas ocasiones es irreparable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario