viernes, 31 de mayo de 2013

Desastres domésticos.


Me levanto con la boca seca como si fuese una bufanda o un abrigo de invierno o como cuando fumaba y de eso hace ya unos cuantos años o incluso más.
Voy a la nevera y como que no hay agua pero si hay mucho zumo de tomate eso es lo que me bebo.

Son las cinco de la madrugada.

Lo preparo con aceitito, sal como de la normal  y también con sal de apio (frivolité, jeje que me permito) y sal del Himalaya que mi amiga dice que me conviene y ya sabrá ella por qué (por minerales me dice que aportan a mi cuerpo y a mi esqueleto), pimienta, salsa Lea & Perrins y un chorro de Tabasco y me lo bebo de un trago después de una pastilla porque soy hipertenso y tanta sal me va a sentar fatal.

Me vuelvo a la cama y a los pocos minutos noto que tengo una sed de cojones porque el zumo de tomate estaba picante de  muerte. Pero no hay agua, bueno de del grifo sí, pero ni está fría ni sabe muy bien en esta ciudad, así que me aguanto la sed, y decido irme a la ducha que es de agua caliente pero que finalizo con agua fría para abrir la boca que me arde para que me entre agua y casi me da un espasmo, un congojo, un yuyu mortal y salgo escapando del agua para ponerme el albornoz y entonces me doy cuenta de que estoy congelado de frío, por lo que decido meterme  en la cama de nuevo y más mojado que un pescado, y porque además son sólo las cinco y media o algo así y que calorcito y voy y me duermo de nuevo con el pelo todo mojado y las sábanas rezumando agua.

Me despierto a las dos horas y no se ni dónde estoy, porque cuando era un hombre laborioso siempre a las siete estaba ya como el gallo cantando por la casa.

Tengo la sensación de que he perdido o se me ha caído la cabeza, pero me la toco y compruebo que no, que la muy empecinada sigue allí donde se me acaba el cuello que ha empezado a ponerse tonto por dentro con la tontería del agua fría.

Vuelvo a la nevera porque sigo sediento con los pie descalzos después de la ducha y casi me electrocuto.
Me da un viaje la vieja y ruidosa nevera que se me salen los ojos de las órbitas y me da un mareo que hace que deba sostenerme apoyando las manos en la pared.

Me vuelvo a la cama.
La puerta de la habitación está cerrada cerrado o yo la cerré, supongo, que se yo, y sin darme cuenta de lo adelantado de uno de mis pies, la abro y la puerta se queda detenida en el pie y como que ya había iniciado el movimiento de entrada me suelto un hostión del carajo que me deja la nariz chafada y la frente pulverizada.
Blasfemo un poco, me toco la cara para ver si hay sangre y me meto en la cama maldiciendo a todos los demonios.
Ya no se ni qué hora es, porque entre pensar en que se me había ido la cabeza y el porrazo que me he arreado en la misma porque no se había ido he perdido la noción del tiempo y la realidad.

Me siento como muy cansado y mis sueños intempestivos y así como a contracorriente porque ahora no toca son morrocotudos y de absoluta demencia.

Hay un moro que me persigue para que me coma un bote entero de aceitunas, Bukowsky me llama para decirme que tiene su cuaderno manchado de vino y que cómo hace para que se limpie y Augusto Monterroso me escribe que se despertó y que el dinosaurio ya no está allí y que entonces se ha quedado sin cuento porque de lo que se trata es de que ese pesado animal esté siempre por siempre jamás ahí, y yo le digo que a mi qué me pregunta, que no he visto un dinosaurio en toda mi vida, mientras tanto Kafka busca la cucaracha que por el lavabo parece que se le marchó y dice que es por mi culpa porque fui a hacer necesidades sin pedirle permiso y Calvino me envía un telegrama y me explica que su barón rampante del árbol descendió y se perdió y que si está conmigo.

Sudo. Sudo mucho. Me despierto en mi sudor.

Me vuelvo a la ducha porque huelo como un tigre en celo.

Para hacer algo positivo nada más comenzar un día ya retrasado me pongo a sustituir una bombilla del techo, en eso que llaman “ojo de buey”, y después de retirar la bombilla fundida, que vaya esfuerzo que me ha costado, la nueva no se mete en su agujero y se me ocurre intentar pegarla con superglú mientras me como todo el polvillo que cae del agujero ese del buey y entonces me entra en la boca un chorrito del superglú y cuando me doy cuenta se me ha pegado el morro y para despegar los labios me tiro más de una hora y se me come la angustia, y ya separados, los labios digo, mi lengua se ha pegado al paladar y necesito otra media hora para despegarla mientas mi barriga empieza a decirme que qué coño le he metido y me empiezo a encontrar fatal y creo que si voy al Hospital me mirarán más que fatal y me da una vergüenza horrible y por eso no voy y me meto en la cama y ya cagaré el superglú y de nuevo estaré bien.

Me vuelvo a la cama, ya no se cuantas veces me he metido en mi cama durante este día desastroso y me meto en ella con superglú, polvo, y ansiedad embadurnada en todo mi cuerpo lo cual provoca que me pegue a las sábanas como si fuese una lapa, y empiezo a sudar pensando que tengo la boda de mi sobrino y que si no me despego no sé si mi apariencia será la de fantasma o la de tío gilipollas del niño que se casa.

En la cama me tranquilizo y pienso que todas las culpa de mis desastres domésticos es de “l’ou com balla” (*) porque como dan tantas vueltas me ha afectado en mi visión y en mi cerebro en esta jornada quede se dice de Corpus y que yo he celebrado por que a la Iglesia de la Concepción me he ido a leer y ver "l'ou com balla".

Me duermo definitivamente mientras vuelven a aparecer Camilo José Cela y sus cuadernos llamados “El Extramundi” y me pregunta que dónde están los percebes de sus tierras, Alfonso Grosso exigiéndome que envía ya las flores a María y Charles Bukowsky rascándose los sobacos con una mano y Sherlock Holmes con una lupa me observa desde tan de cerca que me envía su aliento fétido a la cara.

Pero duermo y en algún momento mi cabeza durmiente piensa que mañana será otro día.


(*) Costumbre catalana que se celebra únicamente el jueves de Corpus Cristi. Consiste en vaciar un huevo practicando un pequeño agujerito en su cáscara (el interior se suele comer crudo a base a ir aspirando con la boca su contenido) y colocarlo después en el extremo superior del chorrito de agua que emitan las fuentes que están en los atrios de las Iglesias católicas. El huevo baila impulsado por la potencia del agua y se mantiene en alto como un huevo que baila (más que bailar voltea de forma constante) que es la traducción de la expresión “l’ou com balla”.

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