viernes, 3 de mayo de 2013

Secuestro.


Desayuno en un bar de mi barrio que no es un pueblo pero huele como si lo fuese. En mi bar me saludan por mi nombre de pila. Esto no ocurre más que en los pueblos. En la ciudad eres anónimo.

Me siento con mi almuerzo y justo delante de mí se sienta una chica que me fascina nada más verla, aunque no se muy bien comprender su extraña belleza.
No es excesivamente guapa pero destila mucho estilo.
No se ponerle edad, pero supera la treintena y no mucho más.

Sigo con la prensa y mi bocadillo de jamón, pero la vista se me desorienta del diario y se va hacia la mujer.
Para mejor observarla me pongo las gafas que no utilizo para leer pero que me ayudan con mi miopía.
Nos cruzamos unas cuantas miradas furtivas y escondidas.
Observo que empieza a posar para mí.
Me observo posando para ella.
Las miradas que nos robamos entre nosotros se aceleran como el pulso de los corazones.
Corren y vuelan las miradas ladronas.

Yo hago ver que leo la prensa y ella hacer ver que hace crucigramas.

Escribe con la derecha, pero es más diestra en el arte del mirar y hacerse notar y parecer que no mira.

Yo leo que la última encuesta con los presos del país dice que su máximo anhelo es salir para caminar en línea recta un kilómetro o incluso algo más.
Se me anuda el ánimo y luego pienso que con mi desconocida podría caminar más de un kilómetro y me apercibo de que mi mirada se ha prendido en la chica de mirada adiestrada.
He olvidado mi lectura.
Salió del bar mi timidez en la mirada.

Me doy cuenta de que en esos diez minutos me he enamorado de su belleza que sin ser demasiado bella cautiva por su destreza.

Sin mediar palabra alguna nos hemos levantado los dos para pagar cada uno sus cuentas y la coincidencia de la cercanía es en la caja del bar.
Hemos salido juntos con las miradas chocándose y entremezclándose entre nosotros y nos hemos ido a mi casa que no es nada lejana.
Sin hablar. Sin mediar palabra.

Hemos intentado amarnos secuestrando nuestros cuerpos al ritmo del jadeo de la lucha pero descubrimos con los cuerpos entrelazados que la belleza ama el instante y el amar es efímero.

No creo que vuelva a verla nunca más, salvo que se nos cruce alguna mirada en algún lugar furtivo y escondido.
Nunca sabré el nombre ni de ella ni de su cuerpo.
Ella no sabrá el mío.
Sólo reconoceremos sudores.

Pero ha sido un momento de secuestro de la belleza.
Para ti y para mí (,) desconocida.

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