domingo, 4 de enero de 2015

La vida me giró la cara.

 
Mal acabó el dos mil ocho y peor empezó el dos mil nueve.

En el mundo mal llamado occidental la crisis económica que se instaló
porque unos cuantos forajidos y bandoleros sin bandera alguna
más que la de la riqueza y el dinero y su egolatría,
y que todavía persisten en la dirección de los hombres y las mujeres
de buena voluntad que no alcanzamos a revolvernos en contra de ellos
por nuestra pusilanimidad que de alguna manera
podría evitar esta actual y larga y prolongada calamidad.

Y con esa lámina social coincidió mi penar personal
y también profesional, que en muchas ocasiones se unen
para dictaminar presentes y futuros de hombres luchadores
por ser bien nacidos de madres que sobresalen por amar y dar.

A finales de noviembre de 2008
mi compañera no resistió más
y su cerebro empezó a diluirse
en el magma de la enfermedad.

El cuatro de enero de 2009
cesaron los dolores de su cabeza de cristal
y su corazón dejó de palpitar,
mientras sus ojos se teñían del gris negruzco y macabro de las perlas
que mueren antes de lucir sus esmaltes de belleza
en cuerpos con grana sangre de mujer espléndida.
Sus pecas del oro del melocotón adquirieron la rugosidad
y dureza del hueso podrido que alimenta gusanos ciegos
de las entrañas y tinieblas de la nada.

Y mi alma se congeló en la angustia de su estertor de horror y soledad.
Adquirió una parálisis que persiste y se muestra en su incapacidad
para mostrar la cercanía que debería y evitar dispersiones de la lejanía.

¡ La vida me giró la cara !

Mi compañera, mujer, esposa, amante, madre
y deseo de mi carne anhelante,
descansa en la mediterránea,
en el huerto de su casa de la montaña,
junto a mis desesperos de sabiduría de la fría soledad,
y en la catalana masía paterna del Maresme donde
los divertimentos de su infancia jugaban con
las libertades de la adolescencia.

Mientras ahora ella hilvana paces y sosiegos
yo me atormento en el dolor de la vida,
¡ porque la vida me duele !,
y en ocasiones me siento tan castigado que me pierdo
y no me sé.

Han pasado seis años desde que se evaporó
su presencia evanescente,
y sigo llorando con el desespero de los peces
que lloran porque la sal del mar irrita sus lacrimales,
y ese es el llanto seco del inválido del corazón.

En los primeros meses mi llanto amistaba con agresiones
físicas a puertas y ventanas y paredes de nuestra casa,
que destrozaban mis manos  y mis nudillos trémulos
de abismales impotencias y de lacerantes herrumbres
enervadas de la histeria incapaz de comprensiones,
y con el paso de los días y los años mis ojos lloran
lágrimas de mármol, de granito y arena de mortero
de la pasión sofocada y ahogada por las grietas
que la falta de humedades generan en el corazón.

Aún así, ahora que serenidades etéreas regresan para cobijarme,
quiero guardar el rictus amargo del desencanto
para intentar buscar y llenar el saco de la esperanza,
y olvidar en un recuerdo lejano que un día…
¡ la vida me giró la cara !

Hay momentos en que mi cansancio es sideral,
se me cae el cuerpo entero deslavazado en compasiones
propias que fomentan la inexistencia de las pasiones
que la vida exige para vivirla con intensidad,
y mi alma se destroza  en llantos secos y estertores
de angustias y miedos que jamás aparecieron en este espíritu
de tormentas que hoy habita este ser en estado de desamparo.

No conocí jamás la ansiedad salvo para gozar de éxitos
y para disfrutar de bonanzas de la sociedad,
y esa dama del vértigo me asoló con estruendosa virulencia
cuando ella me abandonó para disfrutar de la serenidad
que tal vez mi ambición amasó con alguna violencia que ella
ni los que conmigo convivieron merecían porque con esa mujer
algo dejé de mi existencia.

Acompañó su desvanecerse el derrumbe de mi actividad profesional
con la confirmación apoteósica de que los bandidos del dinero
disfrazados de banqueros, de políticos, de aseguradores de riesgos ajenos,
de constructores de ladrillos y cementos de carnes de emigrante,
de Instituciones de coches oficiales con chóferes de gorra de plato
y guantes para esconder manos callosas de trabajos para el poderoso,
de senadores y de diputados que festejan títulos de corruptelas
en aviones y en festejos en salones y burdeles y lupanares,
habían asolado el país y no quedaba dinero más que para sus desmanes.

Y con cincuenta y cuatro años
porque en el cincuenta y cuatro
mi madre me alumbró,
sin trabajo y sin ahorros y sin expectativas ni futuro
y con mucha soledad en torno a mi huérfana figura
pasaron días y noches en las que ni a mi salud atendí,
aún en la seguridad y el convencimiento
de que en su momento sería mi lamento.

Y con el paso de algunos meses mi orfandad aumentó,
¡ la vida me giro de nuevo la cara !
al fallecer el siete del ocho de ese maldito año nueve
la primera de las mujeres de mi vida, mi madre Fina,
mi mamita Fina, la abuelita Fina,
mujer a la que nunca le supo mal ser pequeñita,
porque también lo son las flores
y también lo son las estrellas.

La suerte de los afortunados que siempre me sonrió,
que aparecía y reaparecía en cada ocasión que se la requería,
que ni yo conocía de dónde surgía
pero que sabía que no me fallaría,
me giró la cara y en un desconcierto sublime me sumergió.

Han pasado seis años, muchos días y noches de melancolía,
de tristezas punzantes e hirientes en este alma desabrida
que aspira desde la ingenuidad a alguna alegría furtiva,
y de nuevo los ángeles me visitan y el ángel de Castilla
desde la distancia del calor de mis estancias
con su silencio de prudente interrogancia y respeto
me pregunta, sin saberlo,  cada día,
cada segundo de esta mi nueva vida,

¿ No fuiste tú, amigo querido del alma mía,
quien a la vida le giró la cara?

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