Muchos de los que me
conocéis bien sabéis que durante muchos años, cada mañana, le dejaba mensajes
en el vaho que se crea en el espejo por el calor del agua a mi amada Susan,
mensajes tales como Te quiero, un dibujo con un corazón y una flecha clavada en
el mismo (al más puro estilo del angelote de cupido), un Esta noche cenamos
juntos, Volveré pronto, Te amo, No me olvides, ... y estoy seguro de que sois
capaces de imaginar la ilusión que cada mañana mi mujer sentía ya no por la ducha,
que también, si no por encontrar mi mensaje en la película húmeda del espejo.
Esta práctica se
prolongó por muchos años, y yo era feliz escribiendo mis tonterías y ella
leyéndolas.
Puedo asegurar que
allí, en el espejo, se recogía mi primera sonrisa del día y también la de
Susan. Y eran sonrisas cómplices, sonrisas de amor y cariño. El espejo bien lo
sabía.
Hoy en día, que ella
está conmigo pero tan arriba que debería bajar demasiado para leer el que era
el espejo de nuestro cuarto de baño, sigo haciéndolo y también dedico mis
frases a otras personas, como mis nietas, mis hijos, mis nueras, mis amigas y
amigos, y aunque no estoy seguro de que lo lean (salvo alguna excepción porque
en momentos puntuales también las envío a través de Internet y con la denominación
SLOGAN de la SEMANA) lo sigo haciendo con la misma ilusión que antes.
Y el espejo, con su
expresión pícara, me sigue devolviendo la mejor de mis sonrisas cada mañana. La
primera sonrisa.
Los publicitario siempre
decimos, al igual que la regla empresarial que dicta que lo que funciona, mejor
no tocarlo, que lo mejor que podemos hacer es copiar aquello que sabemos por su
difusión pública que tiene buena aceptación (aplicando algunas variantes para no
incurrir en plagio), captando nuevos Clientes, potenciando las ventas,
fidelizando Clientes, obteniendo venta cruzada,…
Pues bien!
Removiendo mis muchos
papeles para poder rebullir en mi domicilio, he encontrado la historia que
pienso fue la fuente de mi idea de escribir en el vaho del espejo. Desconozco al
autor de la misma, pero sí se quién la utilizó en su momento, y lo desvelaré
después de redactar fielmente la historia, que es preciosa y breve, y por
seguir con el refranero, lo bueno, si breve, dos veces bueno.
“Cuando los
tiempos avanzaban que era una barbaridad, mi abuelo abandonó el cuidado de sus
cien olivos y se convirtió en el conductor de la línea siete del tranvía que
por entonces recorría la nueva ciudad.
Torres de Ciare,
San Jerónimo, Plaza Poela y San Justo era su itinerario. Sin embargo, San Justo
pasó muy pronto a llamarse Medea, recibió el nombre de la tímida muchacha que junto a su
malhumorada madre viajaba hasta la oficina de Correos donde ambas trabajaban.
Mi abuelo,
encogido por la presencia de la ceñuda señora, le escribía cada mañana mensajes
sobre la película de vaho que se formaba en el cristal de su cabina; eran
frases o palabras que Medea ansiaba leer desde el mismo momento en que el
tranvía asomaba por el recodo de la calle Mayor. Sabía, por la cómplice sonrisa
de mi abuelo, que ella era la destinataria de sus creaciones literarias. Y así
pasaron los meses de frío hasta que después de varios cines y meriendas, Medea
se convirtió en mi abuela.
Ahora, todavía
recuerdo que de pequeño y no tan pequeño visitaba su casa, entre bizcocho y
bizcocho, jugando con los reflejos de luz sobre los cristales, algunas veces
descubría las palabras que mi abuelo había dedicado esa misma mañana a mi
abuela. El secreto de casi un siglo de recuerdos”.
Yo quiero creer que las
frases de mis mañanas en el espejo del baño dedicadas a Susan fueron el secreto
de que nuestra relación se mantuviese tanto tiempo. Y con tanto cariño y
comprensión.
Yo creo que esos
mensajes, que en muchas ocasiones eran contestados por Susan y que yo leía en
la ducha nocturna, antes de cenar juntos primero ella y yo y después nosotros
dos con nuestros dos hijos, fueron uno de los pilares de nuestra relación,
porque esa comunicación cuidó y mantuvo la complicidad indispensable para
prolongar nuestro amor hasta el día que ella decidió que ya había cumplido con
su papel aquí, y decidió volar mucho más alto para desde allí enviarme mensajes
escritos con nubes y con formas que yo se interpretar que crea con las luces
amarillas, blancas y azules del
alba y los colores rojos, grises y verdes de los atardeceres.
Hoy día sigo escribiendo
mensajes en el mismo espejo del mismo cuarto de baño, con la seguridad de que
aquellos a quienes van dirigidos no pueden leerlos pero saben que su primera
sonrisa de cada amanecer es gracias al vaho de mi espejo.
Y en algún caso muy
concreto, y no desvelaré el secreto, ¡ tu primera sonrisa es mía !
P.D.: ¡ Se me olvidaba!
El escrito en cursiva fue
utilizado por una Agencia especializada en Marketing Directo y Relacional, que
es también mi propia especialidad, en sus inserciones para captar nuevos
Clientes. Y esa Agencia no era la mía, era la de mi competencia. Yo copié la
idea (ya dije antes que en comunicación copia lo que funciona) pero no para mi
Agencia, si no para mi vida y para mi primera sonrisa de cada despertar.
¿Y después de remover tus muchos papeles has podido rebullirTE?
ResponderEliminarMuy bonito, Paco, qué importante la primera sonrisa del día y qué gozada tener un espejo cómplice!!!
Gracias, amiga lectora!!!
ResponderEliminarLo que no puedo decirte ni conseguirás sonsacarme es de quién soy propietario de su primera sonrisa. Eso pertenece al mundo del secreto de mi espejo!!!