Estoy en mi casa de Enveitg preparando mi desembarco para
vivir aquí los próximos años. La paliza en el jardín es tremenda, porque con la
primavera brota toda la naturaleza y cuando acabo de arreglar un parterre y
empiezo con otro debo casi regresar al primero pues todo florece.
Le decía esta mañana a una gran amiga que hay momentos en
los que tengo miedo. Miedo de haber errado en mi decisión de vender el piso de
Barcelona y trasladarme a vivir aquí.
Miedo de perder a mis amigos, miedo de perderla a ella que
también decide estos días si emigra a Alemania, miedo de perder a la niña con
doble nombre de mar aunque sea de tierras de secano, miedo de no ver a mis
nietas y a mis hijos y nueras con la frecuencia que debería, miedo no al frío
del invierno que celebro más que el calor del estío pero sí a la oscuridad de
los días del hielo y la nieve, miedo a la amarga amargura que en ocasiones me
atenaza.
No temo la soledad, pero sí, en ocasiones, me temo a mí mismo.
Recupero el aliento cuando pienso que necesito este cambio.
Necesito recuperar quietud, tranquilidad, silencio,
intimidad y esa mi unicidad que formuló el filósofo Soren Kierkegaard.
Preveo pasar un año en soledad, sólo con la compañía de la
lectura, la escritura y la naturaleza.
Pasear, mirar, escuchar, ver, oír, respirar.
Dejar que mi mente discurra en libertad, sin agobios, sin
prisas, dando tiempo al tiempo, mimándome un poquito porque pienso que me
quiero poco.
Mi espíritu está agotado por esta sociedad agotada.
Donde lo único que cuenta y se valora es el consumo, el
tener más que el otro, el poseer, el competir desesperadamente contra el que
sea, comprar sin freno, enseñar y mostrar lo que tienes porque eso es lo que te
da valor, vivir siempre hacia afuera, cumplir con las normas y convenciones
sociales, fingir de forma persistente, asistir a eventos a los que nunca
quisieras asistir porque no aportan nada de nada,…
Estoy harto de esta cultura del poseer que está
absolutamente alejada de la felicidad, ya que no conozco a nadie que tenga
mucho y no desee tener más, por lo que no tiene tiempo para ser feliz, porque
sólo dedica su tiempo a acumular y consumir más y más.
Yo quiero ser. Ya no más poseer.
Yo quiero creer en el diálogo, en la solidaridad, en la
humildad, en la compasión, en el amor, en el compañerismo, en la ayuda a los
demás, en vivir en paz y ofrecer paz, en dejarme ayudar también porque mis años
de gloria, esos en los que ganas dinero y pierdes otras muchas cosas, me
hicieron olvidar que en ocasiones hay que aceptar que te quieran y te cuiden y
se preocupen de ti. Yo, ahora me doy cuenta, también necesito que me quieran,
también preciso de mimos, también necesito a mis amigas y amigos, y por
supuesto y sobre todo, necesito de mis hijos y de sus hijas.
Tras este próximo verano me instalo en “La Rauxa”, en
Enveitg.
Esta es la casa que recuperamos con Susan.
Aquí espero recuperar la fortaleza de ánimo que a veces me
abandona, y que escondo a todos mis conocidos porque ellos ya tienen bastante
con transportar sus penurias, que todos las tienen y la mía es mía y de nadie
más.
Saldré en ocasiones. De casa.
Claro que saldré!!!
Iré a Terrassa a ver a Paula y a su madre y a mi hijo al que
admiro por su lucha y constancia y persistencia en estos momentos de máximas
dificultades.
Viajaré a Tarancón a contarle cuentos a Susanita, y
compartir días con mis hijos y echarles una mano si es que en su tienda me lo
permiten.
Otro día pediré alojamiento en la casa de mi hermana Pía,
que tanto y tanto me ha ofrecido con su marido que es dos veces mi cuñado
atendiendo al ruego de atenciones hacia mí que mi mujer les hizo en su lecho
mortuorio.
Me alojaré algún día en casa de Juan y María, mi amigo del
alma desde antes de que la razón en nuestras cabezas se instalase. Amigo al que
le presté de por vida el “Garipau perdido en la inmensidad del blanco” al mismo
tiempo que el cuello de su mujer adorné con una esmeralda, que es del verde de
los ojos de mi amada y también del color de la esperanza porque ellos su vida
reconstruían.
Conduciré hasta donde la televisión catalana para ofrecer mi
amistad a la alemana que me ofreció su cobijo y consejos cuando mi alma
desistía entumecida de húmedas lágrimas y pena infinita, alemana catalana que
adoro como a mujer hermana.
Cogeré el tren para ver a la princesa morenita que me regala
sus delicias y dulzuras para escribirle mensajes de esperanza en el espejo esos
días que su profesión la dejan exhausta y su piel de porcelana protesta y se
irrita. Niña de adopción navarra a quien mi vida le entregaría. Niña bonita que también se sobrepone a
las carestías de la vida.
Cuántos cambios en los últimos años, cuántos cambios mi
querida Susan.
Se desmontó mi vida con tu pérdida.
Ahora intento remontar, pero cuánto cuesta, mi amor, cuánto
me cuesta.
He tenido y tengo muchas ayudas porque son muchos los que me
quieren, pero ahora me hace falta quererme a mí mismo para retomar la vida.
Y esto es duro, como el invierno que me espera.
Pero no tengas duda alguna, amor. Lo conseguiré. Se lo debo
a mis hijos, que ambos me dicen, cada uno a su manera, que siempre les he
enseñado a luchar. Lograré rehacer esta vida que se me convirtió en pesadilla
cuando tú partiste. Tanto te quería que se me olvidó acordarme de mí. Pero es
que me hacía tan feliz ver tu sonrisa, tu paz, tu tranquilidad y sentir las
caricias de tu mirada verde en mis ojos pequeños y que tú permitías que
pensasen en clave de publicidad porque tú te ocupabas de todo y sobre todo de
amarme. Y yo trabajaba para ganar dinero y darte también lo material. Lo otro
sabes que lo hice y lo intenté toda mi vida.
Te lo dije en alguna ocasión, pero déjame que te lo repita:
tu íntima amiga Vicky me dijo un día que tú le habías dicho más de una vez que
habías sido enormemente feliz conmigo.
Eso lo es todo para mí. A nada más podía ni puedo aspirar.
Te quise hasta la extenuación, y lo repetiría ahora y mil
veces más en mil vidas que pudiera tener.
Pero ahora me toca cuidarme.
Me toca empezar de nuevo otra vida. En la Cerdanya. O donde
sea. Que más da el lugar. La felicidad va en el interior, no en los pueblos y
las ciudades. Tampoco según las compañías. La felicidad es de uno y la debe
amar y cuidar.
Y en esta ocasión lo que acabo de explicar no es un cuento,
tan sólo es la vida y lo que cuenta es precisamente eso, la vida.
Y yo cuento contigo y con tu ayuda. Enséñame a ser y a no
tener más que lo necesario para vivir, mi amor, recupera mi capacidad de amar
para entregármela de nuevo. Enséñame de nuevo a vivir. Muéstrame otra
oportunidad para buscar la felicidad, y te aseguro, aunque no es necesario
porque tú me conoces bien, que toda la felicidad que pueda la regalaré a los
demás.
Todo esto es lo que quisiera ahora poder hablar contigo,
pero sólo puedo escribirlo para que tú lo leas, porque como dice el cantante,
tú ya no eres de este mundo.
Te quiero, pecosa de mi corazón, compañera !!!
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