domingo, 29 de junio de 2014

Personajes de mi pueblo y otras cosas en una historia que no es de cronopios ni de famas argentinas porque es simplemente una historia horizontal de mi pueblo que en realidad es un barrio (8). Capítulo 4.


A espaldas del quiosco de Pilar esta la Pastelería Foix, dicen que la mejor de toda Barcelona. Mi criterio aquí es escaso porque no soy amante de dulces y pasteles, pero sí puedo asegurar que el personal que atiende ha sido entrenado concienzudamente en las habilidades de la antipatía.
Da igual que sean mayores en edad o jóvenes, que lleven años despachando o que se acaben de incorporar. Su principal virtud es la sequedad, la parquedad en el trato y la antipatía generalizada sobrevolando todos los dulces que adornan sus vitrinas. Es como si persiguiesen de forma obstinada un contrasentido: todo es dulzura, sabor y olor en sus productos, todo es agrio, seco y maloliente en su carácter y en su disposición para el trato con el Cliente.  Tal vez es la impronta que dejó el poeta que da nombre a la Pastelería, Josep Viçens Foix, que cuentan quienes lo conocieron o sobre él escribieron que no había sido beneficiado por el don de la simpatía.
Curioso binomio, pero también en la cocina gana adeptos lo agridulce. Algún estudioso debería analizar si esa combinación del dulzor y la acritud es garantía de éxito, porque triunfar en sus ventas, no precisamente asequibles para cualquier bolsillo, lo consiguen y con creces.

Y justo al lado de ese establecimiento de tanta raigambre, desde hace unos cuantos meses, tal vez incluso algo más, una tienda de chuches, que imagino desea aprovechar la tremenda presencia en mi pueblo que no es un pueblo porque es un barrio pero huele como un pueblo de niños y niñas, jóvenes y adolescentes que cursan sus estudios iniciáticos en alguno de los múltiples Colegios del barrio. Creo que no lo he comentado en esta Historia horizontal, pero Sarriá tiene posiblemente la mayor concentración de centros escolares de Barcelona.

Uno de ellos, desgraciadamente, acabó cerrando.
Era una pequeña Guardería en la misma Mayor de Sarriá, por tanto algo fuera de la zona horizontal a la que se refiere esta historia, pero merece la pena despistarnos unas líneas para recordar la Guardería Mayor de Sarriá, tantos años al servicio del barrio dirigida por su abnegada titular, Rosa Leite, conocida además de por sus enormes prestaciones a los infantes del pueblo “sarrianenc”, por su sensacional cocina y criterio en la alimentación de los chavales, por sus aperturas casi al alba y sus nocturnos cierres de lunas de las cuatro estaciones en jornadas maratonianas para mi querida Rosa, por ser la madre del inefable periodista, humorista y showman Alfonso Arús, amigo querido desde que hizo sus primeros pinitos como presentador en los entrañables “Pastorets” del Centro Parroquial de Sarriá, funciones que precisamente organizaba su madre con los nanos de la Guardería.
Hecha esta salvedad que me parecía de rigor, prosigo con la horizontalidad.

La tienda de chuches, de nombre inglés que no recuerdo, tiene al frente a una madre y dos hermanas.
Ana María es la mamá entrañable, de habla dulce y serena, con una sonrisa que algún día halló cobijo en su rostro y ahí se instaló para deleite de todos los que la tratamos, y con la que intercambiamos sus croquetas de carne, y de bacalao, y de “ceps” por mis mermeladas de ciruela, naranja amarga y cassis.
Anna, la hija que pienso es la titular del negocio, bella y sonriente como la madre, y a la que evité aproximarme porque festejaba con un pedazo de italiano más grande que un autobús y los mamporros por entrometido ya los recibí en otras épocas y ya no es el caso, pero ahora que el “espaguetti” desapareció me tienta su sonrisa, aunque pienso que la zamorana no permitirá excesivas cercanías y además la joven Anna es eso, muy joven para este sujeto que ya avista otras épocas que no son las de ella.
La segunda hermana creo que sólo ayuda y sustituye a la mamá o a su hermana en ocasiones puntuales, y dios si ayuda, porque en ella prima el orden, el sentido común y el saber estar, y qué importante son esas cualidades en un establecimiento que trabaja la vida en cantidades casi infantiles de dinero.
Amable y educada en extremo es esa hermana morena y de blanquísima piel, pero me inclino por la risa de dientes blancos desenfadados de Anna, a la que sólo me atrevo a pedirle que ahora que ya cumplió con la boda madrileña de su amiga deje de quitarse kilos de su cintura y su busto, ya que también desaparecen de la cara y su carita merece rebosar un poquito y así mostrar esa felicidad que adorna con sus risas.

(continuará, pero ya no mucho, porque más allá de la Plaza de Sarriá empieza otra zona, señorial y elegante, pero menos popular que lo que es en realidad mi pueblo, que no es un pueblo porque es un barrio pero huele como un pueblo).

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