jueves, 26 de febrero de 2015

Borrador para proyecto de “Tratado de lo que NO hay que Compartir”.


Hay gente que le gusta compartir.
Quieren compartir las alegrías, y también las penas, los sinsabores y los jolgorios, la comida, la casa, las vacaciones, sus éxitos con el sexo contrario,… lo quieren compartir todo.
Y puede que sea cierto que compartir es francamente bonito, porque eso es solidaridad humana. Pero tiene sus riesgos. Y en esta pequeña reflexión pretendo explicar algunas cuantas cosas que más vale no compartir, tanto por el bien de la propia salud física como la mental y emocional. Incluso por el bien del prestigio personal, que cuesta mucho ganarlo y bien poco perderlo.

Por ejemplo, los cuchicheos o confesiones a la oreja o a media voz.
El que quiere compartir suele empezar diciendo “Me han dicho…” para comunicarte lo que le han dicho y acabar preguntándote “¿Sabes algo tú de eso?”. Existe una variante del “Me han dicho…” que es el “Has visto…” y acabar con cara expectante para oír tu respuesta.
Mal asunto. Recomiendo huir de este compartir. Acostumbra a traerte malas noticias, o noticias inesperadas y por ello peligrosas, y siempre acaban comprometiéndote, porque la siguiente vez que el que desea compartir lo haga con otro (que será de forma casi inmediata) te va a involucrar como uno de los principales actores del tema (“Pues fulanito me acaba de decir…”), y ya estás liado y formas parte del problema.

Hay quien gusta de compartir los platos que se solicitan en un restaurante o que la anfitriona o anfitrión sirven en esa mesa a la que estás convidado.
¡Escápate como puedas de ese compartir!
Imagínate que sirven una rica y calentita sopa de cebolla, y que el que quiere compartir luce un frondoso bigote, por poner un ejemplo ilustrativo. El tipo prueba la primera cucharada, lanza un “riquísima” de alta sonoridad para que todo el mundo se entere, y te ofrece probarla.
Tú, hace unos segundos, has visto como al probar la sopa le goteaba al plato desde su boca parte del contenido de la cuchara, porque estaba tan caliente que se quemaba y abrió ese poco los labios pero suficiente como para devolver parte al plato, y además en la cuchara sumergió su bigote blanco teñido de amarillo por la nicotina de sus cigarrillos. Además, como que ese comensal está junto a una lámpara, al contraluz has visto como escupía minis pero múltiples salivazos con dirección al plato al cantar “buenísima”,… ¡y ahora quiere y se empecina en que tú pruebes la sopa vomitada, sus escupitajos y sus pelos amarillos de su morro!
Escápate como puedas, dile que la cebolla por la noche te sienta mal, que tienes ardor de estómago,… pero no compartas la sopa, por favor, que te provocará una nausea y te arruinará tu comida.

Imagínate que te acaban de servir tu plato de guisantes de temporada en uno de tus restaurantes preferidos, y el plasta del compartidor te dice, sin esperar la respuesta porque ya lanza su tenedor sobre tus guisantes, ¿me dejas probarlos que tienen una pinta que da miedo?.
Evítalo aunque sea con alguna violencia, como darle un golpecito sugiriendo la retirada al tenedor, pero sé inflexible, porque acabas de ver que el tenedor que se dirige hacia tu plato es el mismo con el que el compartidor acaba de hurgarse las encías para limpiar lo que allí se ha metido sin mediar permiso previo.
Si le permites robar tu plato, ¡cada guisante que te comas será como chupar la encía de tu comensal vecino!

Y obvio asesorarte sobre compartir bocadillos, porque además de ser una cochinada es muy posible que aquel a quien le ofrezcas probar tu bocata le pegue un muerdo que te deje casi sin, y encima se descojona de risa y te dice, “perdona, chico, es que está delicioso”, y tú te quedas con una cara bobo que friega el suelo, y además no te enfades que es peor.

Y, antes de que se me pase, sobre todo no se te ocurra, por lo que más quieras, compartir un plátano.
Si ya de por sí tiene un olor tan intenso como desagradable, y el gusto es pastoso y pegajoso (sólo lo comen los monos y los tenistas, por aquello del potasio, aunque mira que es fácil tomarse disueltas un par de pastillas de Boi-K, caray) imagínate darle un bocado al otro: te dejará todos sus dientes amarronados marcados en la fruta fálica, y si tienes una imaginación calenturienta, pues ya te has complicado la existencia.
Si el compartidor te pide un mordisco, regálale lo que quede de plátano.
La excusa es sencilla: “termínatelo tú,…para lo que queda”, y te ahorrarás visiones truculentas en tu cerebro y pesadillas nocturnas, sin duda  alguna.

Y ya que estamos con el tema de la manduca, intenta evitar, aunque en este caso es francamente difícil porque corres muchos riesgos, compartir una barbacoa.
Lo que sucederá ya lo sabes: a ti te tocará cocinar, porque “Mira que hace bien el pollo el muy cabrón”, y no te podrás negar.
Y mientras tú te asas junto a la barbacoa, sudas como un marrano y de tanto en tanto te tuestas los dedos de las manos, el resto estarán sentados en la mesa a la sombra de una magnífica sombrilla tomándose unas cervecitas bien fresquitas y lanzando graciosamente algún “Venga, titi, que es para hoy”, “Hazlo bien, ehhh Pepe, que para eso te dejamos el honor de ser el cocinero”, “Mi costilla bien pasada, por favor”, “Mi butifarra que no se torre, no muy hecha, que ya sabes cómo me gusta a mí”,…
Y cuando sirves la fuente con la carne te dicen contentos y orgullosos que te han guardado aperitivo, o sea, una almeja sin la salsa picante porque alguien la ha churrupado, “que así entra la cerveza que no veas”, un mejillón escabechado que parece una cría o un aborto del molusco por la pinta enana y mal parida que tiene, tres patatas fritas, y la cerveza que ya se ha calentado, y aún Mari Pili te dice “Pásame más el pollo, Pepe, que está poco hecho”. Y tú se lo pasas, renegando de su madre pero se lo pasas, y cuando al final te toca ya comer, te han vuelto a dejar los restos de las costillas y de las butifarras y de las patatas asadas, pero por supuesto… ¡frías!
Mal asunto compartir barbacoa, mal asunto.
Claro que ya apunté que si la evitas, que es lo que hay que hacer, debes asumir comentarios de esta índole: “Está raro Pepe, últimamente”, “Sí, creo que no le van demasiado bien las cosas”, “Bueno, ya sabes, esas cosas que a veces pasan…” (y nadie sabe ni qué son las cosas ni cuándo pasan, pero se da por sobreentendido que a ti te ha sucedido). Es la penitencia del que no quiere compartir barbacoa con los amigos. No tiene más importancia, porque a la próxima te vuelven a invitar y se repite el círculo vicioso.
Así que,… tú decides.

Y, de repente, un día, te das cuenta de que sólo faltan unas semanas para empezar las vacaciones de verano.
¡Pon todas tus alertas en funcionamiento!
No dudes de que te va a llamar en cualquier momento Juan, o Luis, o Paco, o Carlos ( y si no es a ti, pues llamarán Mari Pili, o Rosa, o Carmen, o… a tu mujer), para compartir las vacaciones. El comentario, telefónico o cara a cara, siempre es el mismo: “He tenido una buena idea, una Gran Idea, Pepe: Podríamos Compartir Las Vacaciones, porque como nos llevamos fenomenal nos los pasaríamos de muerte todos juntos, nosotros y los niños. Venga, vamos a ponernos en marcha y las organizamos, que de este año no pasa y estas cosas hay que hacerlas así, a la voz de ya”.
Como decimos los catalanes “cagadeta, pastoreta”. En pedestre, ¡ya te han jodido las vacaciones! Y en castizo peninsular, “La cagaste, burtlancaster”.
Se te vienen encima noches de insomnio primaveral pensando en el horror del verano que está al caer, dando vueltas en la cama intuyendo el esperpento de compartir desplazamiento en avión, coche, tren,… y luego el  hotel, el cámping, la montaña, la playa, las excursiones,… ¡y las barbacoas!
Y llega el verano, y el mismo día del viaje observas que mientras tú y los tuyos os habéis esforzado en hacer un equipaje ligero, tus amigos llevan maletas, bolsas y bolsos, mochilas, cajas,… y empieza el horror, porque además de cargar con lo tuyo tienes que ayudar a cargar con lo de los compartidores, y se te empieza a poner un humor que para qué contar.
Y llegas al Hotel y te toca la habitación que da a un patio interior porque tu amigo se queda con la que da al mar porque él es la primera vez que pasa allí las vacaciones y tú ya has ido otras veces, y por eso él decide dónde se instala él y lo suyos y dónde tú y los tuyos.
Y en la habitación le dices a tu mujer “Creo que nos hemos equivocado, Marta”, y ella te mira condescendiente y te responde “No pasa nada, Pepe, ya verás, todo mejorará, y al final nos lo pasaremos genial”, y tú te das cuenta de que el histerismo avanza por tu cuerpo a pasos agigantados, que controlas con dificultades, porque te están dando ganas de darle hasta un guantazo a tu mujer por pusilánime, por bondadosa en exceso, por conformista, y eso te irrita más todavía.

Y podría explicar ahora lo que ya sabéis que sucederá al día siguiente, en la playa, con las toallas, con los niños que se van a pelear entre ellos, con el aperitivo de la nevera portátil, con las cremas de protección solar,… pero como que ya lo sabéis, me lo ahorro por ahora.
Compartir las vacaciones: asunto serio, complicado, difícil, problemático,…
¿Mi consejo? Vete de vacaciones tú solo. Como mucho te pelearás contigo mismo, y eso se soluciona con cierta facilidad. Un buen cubata te reconcilia inmediatamente. No hace falta más.

Me doy cuenta de que yo mismo me he puesto tenso al redactar este asunto de las vacaciones compartidas.
Así que voy a bajar el listón por mi propio bien.
Afortunadamente el progreso se pone de parte de los no compartidores en ciertas y contadas ocasiones, pero algunas existen.
Porque no hace muchos años, cuando conversabas con un amigo o un conocido y éste estornudaba escandalosa e inesperadamente y le quedaba la gardela colgando de las narices, era de buena educación ofrecerle tu pañuelo de tela, que dormitaba impoluto y bien planchado en tu bolsillo, y claro, te lo devolvían con un “gracias” sentido, eso sí, y agradecido, pero hecho unos zorros, y te daba un asco de arcadas metértelo de nuevo en el bolsillo, pero la buena educación te impedía tirarlo en la papelera más cercana por lo menos delante del compartidor, por lo que indefectiblemente pasaba por tu bolsillo antes de que te pudieses deshacer de él.
Es por ello que hay que estar agradecidos, y mucho, al Sr. Kleenex y su fábrica y a sus posteriores imitadores, porque su producto se ofrece igual que el viejo pañuelo pero no exige devolución. Se lo queda el compartidor, y sin pudor alguno se lo introduce en su bolsillo. Y tú puedes pensar en tu interior: “Qué se coma sus mocos, coño!”
En esta ocasión, el progreso y la modernidad es una bendición porque no hay que compartir en estas ocasiones.

Otra actividad que normalmente demanda de compartidor y compartido es la pesca. Y eso a pesar de que el arte de la pesca, tanto en su variable fluvial como marítima, ofrece grandes oportunidades para la reflexión, la introspección, la degustación de la propia soledad, el ensimismamiento en la naturaleza y el goce de la misma. La pesca parece el antónimo del compartir, por su individualidad, pero no es  así.
Porque presenta en lo más recóndito de su núcleo el componente maléfico del compartir. Y es espantoso. Terrorífico.
Jamás se te ocurra decir en público o petit comité que el fin de semana te vas a pescar, porque te cubres de gloria hasta las orejas.
Se te apuntará algún amigo, amigote diría mi madre, que por supuesto no tiene n.p.i. de pescar, y lo hará bajo la fórmula: “Te acompaño..”, así que no te deja escapatoria posible, “.., que me hace mucha ilusión…”, es decir, la tranquilidad que perseguías a tomar viento, “…porque no lo he probado nunca”, lo cual te dice a las claras que te acaba de arruinar el fin de semana porque no hará mas que una chorrada detrás de otra y además precisará un sinfín de veces de tu ayuda.
Y como te lo digo, ocurre.
No sabe cómo ponerse las botas de goma hasta las ingles, no sabe cómo hacer el nudo del anzuelo, o se lo clava en la yema del dedo y no hay quien lo saque de ahí y aquello sangra que no veas, y te dice “Cuidado, collons, que bestia que eres, tío, que esto duele”, como si tú no lo supieses a pesar de llevar más de veinte años pescando, de poner el cebo ni te explico y encima le da asco partir el gusano para aprovechar al máximo las existencias, y cuando le pica una trucha y no sabe sacarla del anzuelo y cuando tú lo haces por él y de paso le enseñas y le das el trofeo, se le escurre de las manos y la trucha vuelve al río y el muy animal del compartidor se lanza en plancha para cogerla, y se empapa de agua helada, y luego tienes que dejarle tu anorak porque está helado y luego lo estarás tú, y cuando se lanzó en plancha además se metió un porrazo de mil par de demonios en las costillas porque había una roca que para qué, y hay que volver al refugio para que se ponga un linimento antes de que se hinche,…

Compartir… bonita expresión cargada de solidaridad.
¡La pesca, NO! Avisado estás.

Podría seguir con muchos más ejemplos esta especie de “Tratado de lo que no hay que compartir”, como manta en la cama o en el sillón, suegra (que es mi caso) y cuñados, habitación de Hotel con un amigo, ropa interior, sombreros y gorros, contraseñas de tarjetas y cajeros, por supuesto secretos, porque dejan de serlo al cabo de escasos instantes, bolsas de pipas en el fútbol o de palomitas en el cine, el paraguas, el gimnasio, libros, CD’s,… pero creo que con los ejemplos que he ofrecido el resto del “Tratado…” ya lo puede redactar cada uno a su propio gusto y, sobre todo, como recordatorio para sí mismo.

Sí quiero terminar el tema con un asunto de extrema importancia, y que tal vez se pueda escapar de los pensamientos y consideraciones de cada uno de los nuevos adictos al no compartir cosas y aspectos como las descritas.

Se trata de tener muy presente que si en alguna ocasión un partido político o uno de sus llamados líderes te propone compartir algo, como por ejemplo sueños, futuro, objetivos, destinos,… brama lo más alto y fuerte que te sea posible, con la máxima contundencia, incluso con expresión malhumorada (no se lo van a tomar a mal porque ellos se ríen de todo y de todos), y a ser posible con una cara de mala leche de la ostia, brama, decía, que NO, NOOOOO, que tú no comparte NADA de NADA, ni con tu PADRE (aunque no sea verdad, pero queda fuerte, que es de lo que se trata), ni con tu PAREJA, porque es una foca (aunque no sea verdad y esté más buena que el pan), ni con tus HIJOS, porque son unos malnacidos y desagradecidos (aunque te desvives por su bienestar y su futuro, y los quieres con locura y total pasión y darías lo que fuese por ellos), ni con… LO QUE SE TE OCURRA, pero que sea impactante, demoledor, definitivo, porque si se te ocurre decir que sí, que COMPARTES, concluirás en escasos días, tal vez horas o minutos, que eres un imbécil de tomo y lomo, un estúpido integral, que eres el campeón del mundo de los memos, que eres un fracasado y un inútil,… y estas conclusiones te llevarán al desespero, al abandono de tu autoestima, a la degradación imparable de tu personalidad, a un final tormentoso de tu existencia,… porque se puede ser panoli, pero tanto, tanto, no, por favor, como para COMPARTIR ilusiones y esperanzas con partidos políticos al uso y sus líderes en absoluto desuso.

Queda dicho y estás más que avisado, que conste en acta !!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario