Hay gente que le gusta compartir.
Quieren compartir las alegrías, y también las penas, los
sinsabores y los jolgorios, la comida, la casa, las vacaciones, sus éxitos con
el sexo contrario,… lo quieren compartir todo.
Y puede que sea cierto que compartir es francamente bonito,
porque eso es solidaridad humana. Pero tiene sus riesgos. Y en esta pequeña
reflexión pretendo explicar algunas cuantas cosas que más vale no compartir,
tanto por el bien de la propia salud física como la mental y emocional. Incluso
por el bien del prestigio personal, que cuesta mucho ganarlo y bien poco
perderlo.
Por ejemplo, los cuchicheos o confesiones a la oreja o a
media voz.
El que quiere compartir suele empezar diciendo “Me han
dicho…” para comunicarte lo que le han dicho y acabar preguntándote “¿Sabes
algo tú de eso?”. Existe una variante del “Me han dicho…” que es el “Has
visto…” y acabar con cara expectante para oír tu respuesta.
Mal asunto. Recomiendo huir de este compartir. Acostumbra a
traerte malas noticias, o noticias inesperadas y por ello peligrosas, y siempre
acaban comprometiéndote, porque la siguiente vez que el que desea compartir lo
haga con otro (que será de forma casi inmediata) te va a involucrar como uno de
los principales actores del tema (“Pues fulanito me acaba de decir…”), y ya
estás liado y formas parte del problema.
Hay quien gusta de compartir los platos que se solicitan en
un restaurante o que la anfitriona o anfitrión sirven en esa mesa a la que
estás convidado.
¡Escápate como puedas de ese compartir!
Imagínate que sirven una rica y calentita sopa de cebolla, y
que el que quiere compartir luce un frondoso bigote, por poner un ejemplo
ilustrativo. El tipo prueba la primera cucharada, lanza un “riquísima” de alta
sonoridad para que todo el mundo se entere, y te ofrece probarla.
Tú, hace unos segundos, has visto como al probar la sopa le
goteaba al plato desde su boca parte del contenido de la cuchara, porque estaba
tan caliente que se quemaba y abrió ese poco los labios pero suficiente como
para devolver parte al plato, y además en la cuchara sumergió su bigote blanco
teñido de amarillo por la nicotina de sus cigarrillos. Además, como que ese
comensal está junto a una lámpara, al contraluz has visto como escupía minis
pero múltiples salivazos con dirección al plato al cantar “buenísima”,… ¡y
ahora quiere y se empecina en que tú pruebes la sopa vomitada, sus escupitajos
y sus pelos amarillos de su morro!
Escápate como puedas, dile que la cebolla por la noche te
sienta mal, que tienes ardor de estómago,… pero no compartas la sopa, por
favor, que te provocará una nausea y te arruinará tu comida.
Imagínate que te acaban de servir tu plato de guisantes de
temporada en uno de tus restaurantes preferidos, y el plasta del compartidor te
dice, sin esperar la respuesta porque ya lanza su tenedor sobre tus guisantes,
¿me dejas probarlos que tienen una pinta que da miedo?.
Evítalo aunque sea con alguna violencia, como darle un
golpecito sugiriendo la retirada al tenedor, pero sé inflexible, porque acabas
de ver que el tenedor que se dirige hacia tu plato es el mismo con el que el
compartidor acaba de hurgarse las encías para limpiar lo que allí se ha metido
sin mediar permiso previo.
Si le permites robar tu plato, ¡cada guisante que te comas
será como chupar la encía de tu comensal vecino!
Y obvio asesorarte sobre compartir bocadillos, porque además
de ser una cochinada es muy posible que aquel a quien le ofrezcas probar tu
bocata le pegue un muerdo que te deje casi sin, y encima se descojona de risa y
te dice, “perdona, chico, es que está delicioso”, y tú te quedas con una cara
bobo que friega el suelo, y además no te enfades que es peor.
Y, antes de que se me pase, sobre todo no se te ocurra, por
lo que más quieras, compartir un plátano.
Si ya de por sí tiene un olor tan intenso como desagradable,
y el gusto es pastoso y pegajoso (sólo lo comen los monos y los tenistas, por
aquello del potasio, aunque mira que es fácil tomarse disueltas un par de pastillas
de Boi-K, caray) imagínate darle un bocado al otro: te dejará todos sus dientes
amarronados marcados en la fruta fálica, y si tienes una imaginación
calenturienta, pues ya te has complicado la existencia.
Si el compartidor te pide un mordisco, regálale lo que quede
de plátano.
La excusa es sencilla: “termínatelo tú,…para lo que queda”,
y te ahorrarás visiones truculentas en tu cerebro y pesadillas nocturnas, sin
duda alguna.
Y ya que estamos con el tema de la manduca, intenta evitar,
aunque en este caso es francamente difícil porque corres muchos riesgos,
compartir una barbacoa.
Lo que sucederá ya lo sabes: a ti te tocará cocinar, porque
“Mira que hace bien el pollo el muy cabrón”, y no te podrás negar.
Y mientras tú te asas junto a la barbacoa, sudas como un
marrano y de tanto en tanto te tuestas los dedos de las manos, el resto estarán
sentados en la mesa a la sombra de una magnífica sombrilla tomándose unas
cervecitas bien fresquitas y lanzando graciosamente algún “Venga, titi, que es
para hoy”, “Hazlo bien, ehhh Pepe, que para eso te dejamos el honor de ser el
cocinero”, “Mi costilla bien pasada, por favor”, “Mi butifarra que no se torre,
no muy hecha, que ya sabes cómo me gusta a mí”,…
Y cuando sirves la fuente con la carne te dicen contentos y
orgullosos que te han guardado aperitivo, o sea, una almeja sin la salsa
picante porque alguien la ha churrupado, “que así entra la cerveza que no
veas”, un mejillón escabechado que parece una cría o un aborto del molusco por
la pinta enana y mal parida que tiene, tres patatas fritas, y la cerveza que ya
se ha calentado, y aún Mari Pili te dice “Pásame más el pollo, Pepe, que está
poco hecho”. Y tú se lo pasas, renegando de su madre pero se lo pasas, y cuando
al final te toca ya comer, te han vuelto a dejar los restos de las costillas y
de las butifarras y de las patatas asadas, pero por supuesto… ¡frías!
Mal asunto compartir barbacoa, mal asunto.
Claro que ya apunté que si la evitas, que es lo que hay que
hacer, debes asumir comentarios de esta índole: “Está raro Pepe, últimamente”,
“Sí, creo que no le van demasiado bien las cosas”, “Bueno, ya sabes, esas cosas
que a veces pasan…” (y nadie sabe ni qué son las cosas ni cuándo pasan, pero se
da por sobreentendido que a ti te ha sucedido). Es la penitencia del que no
quiere compartir barbacoa con los amigos. No tiene más importancia, porque a la
próxima te vuelven a invitar y se repite el círculo vicioso.
Así que,… tú decides.
Y, de repente, un día, te das cuenta de que sólo faltan unas
semanas para empezar las vacaciones de verano.
¡Pon todas tus alertas en funcionamiento!
No dudes de que te va a llamar en cualquier momento Juan, o
Luis, o Paco, o Carlos ( y si no es a ti, pues llamarán Mari Pili, o Rosa, o
Carmen, o… a tu mujer), para compartir las vacaciones. El comentario,
telefónico o cara a cara, siempre es el mismo: “He tenido una buena idea, una
Gran Idea, Pepe: Podríamos Compartir Las Vacaciones, porque como nos llevamos
fenomenal nos los pasaríamos de muerte todos juntos, nosotros y los niños. Venga,
vamos a ponernos en marcha y las organizamos, que de este año no pasa y estas
cosas hay que hacerlas así, a la voz de ya”.
Como decimos los catalanes “cagadeta, pastoreta”. En
pedestre, ¡ya te han jodido las vacaciones! Y en castizo peninsular, “La cagaste,
burtlancaster”.
Se te vienen encima noches de insomnio primaveral pensando
en el horror del verano que está al caer, dando vueltas en la cama intuyendo el
esperpento de compartir desplazamiento en avión, coche, tren,… y luego el hotel, el cámping, la montaña, la
playa, las excursiones,… ¡y las barbacoas!
Y llega el verano, y el mismo día del viaje observas que
mientras tú y los tuyos os habéis esforzado en hacer un equipaje ligero, tus
amigos llevan maletas, bolsas y bolsos, mochilas, cajas,… y empieza el horror,
porque además de cargar con lo tuyo tienes que ayudar a cargar con lo de los
compartidores, y se te empieza a poner un humor que para qué contar.
Y llegas al Hotel y te toca la habitación que da a un patio
interior porque tu amigo se queda con la que da al mar porque él es la primera
vez que pasa allí las vacaciones y tú ya has ido otras veces, y por eso él
decide dónde se instala él y lo suyos y dónde tú y los tuyos.
Y en la habitación le dices a tu mujer “Creo que nos hemos
equivocado, Marta”, y ella te mira condescendiente y te responde “No pasa nada,
Pepe, ya verás, todo mejorará, y al final nos lo pasaremos genial”, y tú te das
cuenta de que el histerismo avanza por tu cuerpo a pasos agigantados, que
controlas con dificultades, porque te están dando ganas de darle hasta un
guantazo a tu mujer por pusilánime, por bondadosa en exceso, por conformista, y
eso te irrita más todavía.
Y podría explicar ahora lo que ya sabéis que sucederá al día
siguiente, en la playa, con las toallas, con los niños que se van a pelear
entre ellos, con el aperitivo de la nevera portátil, con las cremas de
protección solar,… pero como que ya lo sabéis, me lo ahorro por ahora.
Compartir las vacaciones: asunto serio, complicado, difícil,
problemático,…
¿Mi consejo? Vete de vacaciones tú solo. Como mucho te
pelearás contigo mismo, y eso se soluciona con cierta facilidad. Un buen cubata
te reconcilia inmediatamente. No hace falta más.
Me doy cuenta de que yo mismo me he puesto tenso al redactar
este asunto de las vacaciones compartidas.
Así que voy a bajar el listón por mi propio bien.
Afortunadamente el progreso se pone de parte de los no
compartidores en ciertas y contadas ocasiones, pero algunas existen.
Porque no hace muchos años, cuando conversabas con un amigo
o un conocido y éste estornudaba escandalosa e inesperadamente y le quedaba la
gardela colgando de las narices, era de buena educación ofrecerle tu pañuelo de
tela, que dormitaba impoluto y bien planchado en tu bolsillo, y claro, te lo
devolvían con un “gracias” sentido, eso sí, y agradecido, pero hecho unos
zorros, y te daba un asco de arcadas metértelo de nuevo en el bolsillo, pero la
buena educación te impedía tirarlo en la papelera más cercana por lo menos
delante del compartidor, por lo que indefectiblemente pasaba por tu bolsillo
antes de que te pudieses deshacer de él.
Es por ello que hay que estar agradecidos, y mucho, al Sr.
Kleenex y su fábrica y a sus posteriores imitadores, porque su producto se
ofrece igual que el viejo pañuelo pero no exige devolución. Se lo queda el
compartidor, y sin pudor alguno se lo introduce en su bolsillo. Y tú puedes
pensar en tu interior: “Qué se coma sus mocos, coño!”
En esta ocasión, el progreso y la modernidad es una
bendición porque no hay que compartir en estas ocasiones.
Otra actividad que normalmente demanda de compartidor y
compartido es la pesca. Y eso a pesar de que el arte de la pesca, tanto en su
variable fluvial como marítima, ofrece grandes oportunidades para la reflexión,
la introspección, la degustación de la propia soledad, el ensimismamiento en la
naturaleza y el goce de la misma. La pesca parece el antónimo del compartir,
por su individualidad, pero no es
así.
Porque presenta en lo más recóndito de su núcleo el
componente maléfico del compartir. Y es espantoso. Terrorífico.
Jamás se te ocurra decir en público o petit comité que el
fin de semana te vas a pescar, porque te cubres de gloria hasta las orejas.
Se te apuntará algún amigo, amigote diría mi madre, que por
supuesto no tiene n.p.i. de pescar, y lo hará bajo la fórmula: “Te acompaño..”,
así que no te deja escapatoria posible, “.., que me hace mucha ilusión…”, es
decir, la tranquilidad que perseguías a tomar viento, “…porque no lo he probado
nunca”, lo cual te dice a las claras que te acaba de arruinar el fin de semana
porque no hará mas que una chorrada detrás de otra y además precisará un sinfín
de veces de tu ayuda.
Y como te lo digo, ocurre.
No sabe cómo ponerse las botas de goma hasta las ingles, no
sabe cómo hacer el nudo del anzuelo, o se lo clava en la yema del dedo y no hay
quien lo saque de ahí y aquello sangra que no veas, y te dice “Cuidado,
collons, que bestia que eres, tío, que esto duele”, como si tú no lo supieses a
pesar de llevar más de veinte años pescando, de poner el cebo ni te explico y
encima le da asco partir el gusano para aprovechar al máximo las existencias, y
cuando le pica una trucha y no sabe sacarla del anzuelo y cuando tú lo haces
por él y de paso le enseñas y le das el trofeo, se le escurre de las manos y la
trucha vuelve al río y el muy animal del compartidor se lanza en plancha para
cogerla, y se empapa de agua helada, y luego tienes que dejarle tu anorak
porque está helado y luego lo estarás tú, y cuando se lanzó en plancha además
se metió un porrazo de mil par de demonios en las costillas porque había una
roca que para qué, y hay que volver al refugio para que se ponga un linimento
antes de que se hinche,…
Compartir… bonita expresión cargada de solidaridad.
¡La pesca, NO! Avisado estás.
Podría seguir con muchos más ejemplos esta especie de
“Tratado de lo que no hay que compartir”, como manta en la cama o en el sillón,
suegra (que es mi caso) y cuñados, habitación de Hotel con un amigo, ropa
interior, sombreros y gorros, contraseñas de tarjetas y cajeros, por supuesto
secretos, porque dejan de serlo al cabo de escasos instantes, bolsas de pipas
en el fútbol o de palomitas en el cine, el paraguas, el gimnasio, libros,
CD’s,… pero creo que con los ejemplos que he ofrecido el resto del “Tratado…”
ya lo puede redactar cada uno a su propio gusto y, sobre todo, como
recordatorio para sí mismo.
Sí quiero terminar el tema con un asunto de extrema
importancia, y que tal vez se pueda escapar de los pensamientos y
consideraciones de cada uno de los nuevos adictos al no compartir cosas y
aspectos como las descritas.
Se trata de tener muy presente que si en alguna ocasión un
partido político o uno de sus llamados líderes te propone compartir algo, como
por ejemplo sueños, futuro, objetivos, destinos,… brama lo más alto y fuerte que
te sea posible, con la máxima contundencia, incluso con expresión malhumorada
(no se lo van a tomar a mal porque ellos se ríen de todo y de todos), y a ser
posible con una cara de mala leche de la ostia, brama, decía, que NO, NOOOOO,
que tú no comparte NADA de NADA, ni con tu PADRE (aunque no sea verdad, pero
queda fuerte, que es de lo que se trata), ni con tu PAREJA, porque es una foca
(aunque no sea verdad y esté más buena que el pan), ni con tus HIJOS, porque
son unos malnacidos y desagradecidos (aunque te desvives por su bienestar y su
futuro, y los quieres con locura y total pasión y darías lo que fuese por
ellos), ni con… LO QUE SE TE OCURRA, pero que sea impactante, demoledor,
definitivo, porque si se te ocurre decir que sí, que COMPARTES, concluirás en
escasos días, tal vez horas o minutos, que eres un imbécil de tomo y lomo, un
estúpido integral, que eres el campeón del mundo de los memos, que eres un
fracasado y un inútil,… y estas conclusiones te llevarán al desespero, al
abandono de tu autoestima, a la degradación imparable de tu personalidad, a un
final tormentoso de tu existencia,… porque se puede ser panoli, pero tanto,
tanto, no, por favor, como para COMPARTIR ilusiones y esperanzas con partidos
políticos al uso y sus líderes en absoluto desuso.
Queda dicho y estás más que avisado, que conste en acta !!!
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