Leo “La Contra” de LV, la leo casi a diario, del 16 de
febrero, que trata sobre Manu Brabo, gijonés que dejó los estudios de
Periodismo porque se aburría y había comprendido que un solo día de trabajo
equivale a cuatro años de Facultad, y se hizo fotoperiodista.
En el 2013 ganó el Premio Pulitzer por sus fotos de la
guerra de Siria.
El autor de la entrevista, Lluís Amiguet, le pregunta ya
casi al final de su charla por su foto preferida de entre las que le dieron el
Pulitzer, y Manu responde: “Me sigue doliendo el dolor del padre que lleva a su
hijo muerto en brazos: es una escena de la guerra siria que me persigue”.
A mí me persigue una foto que no hizo una cámara sino mis
ojos y la guardaron en una cajita de oro de mi alma.
Es el rostro de mi mujer cuando una noche en el Centro de
cuidados paliativos en el que falleció lloró durante un par de minutos, con la
lentitud del aceite y en un silencio viscoso, mientras su mano derecha
agarraba, con la escasa fuerza que le quedaba, mi mano izquierda, y yo cometí
uno más de mis muchos errores en esta vida: le pregunté muy bajito, a pesar de
conocer la respuesta, con mi rostro muy cerca del suyo “¿Por qué lloras,
Susan?”
No respondió.
Pensé que no respondía porque había dejado de llorar.
Así quise engañarme, porque yo sabía con certeza absoluta
que esa no era la causa de su silencio.
¡ Qué estupidez por mi parte !
Maldigo mi pregunta y me maldigo a mí mismo, mientras se me
agita el alma y se me humedecen los ojos cada vez que esa imagen aparece en mi
cabeza, y eso ocurre muchas, muchas veces.
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