Finalizo la lectura de una buena novela, y me voy a mi biblioteca para
seleccionar una nueva lectura.
Ante mí aparece “La letra E”, de mi escritor de cabecera,
aunque yo no sea famoso como para tener un escritor de cabecera, pero ¡qué
caray!, lo tengo y es Augusto Monterroso, y pienso que tal vez releo el libro y
ya empezaré con una obra no leída en otro momento.
Me gusta releer y más si se trata de Monterroso.
En no sé ya dónde porque un día disperso tiene esas cosas,
descubro que un tal Geroge Perec (1936 – 1982) escritor francés de no excesiva
fama, escribió una novela en 1969, “La Disparition” en la que no utilizaba la
letra E. En el idioma de los franceses la E es fundamental.
Es una técnica literaria basada en el lipograma (omitir
letras concretas o grupo de letras) y que dicen que hasta cambia el pensamiento
y la percepción de la realidad
ante la no utilización de una vocal.
Un rato después leo la prensa y me encuentro con una noticia
que me asalta, no me salta, me asalta, que es más bestia y más ajustado a la
realidad de lo que me ocurrió hace unas horas, la vista porque dice que el
escritor Rodrigo Muñoz gana el premio de literatura infantil EDEBE con su
novela “El signo prohibido”, novela en la que no utiliza la letra A porque el
protagonista así lo decide al morir su querida amiga Aleksandra.
Las coincidencias me llevan a buscar casos o cosas similares
en Internet y descubro que un tal Ernest Vincent Wright escribió una novela,
“Gadsby”, y tampoco utilizó la letra E en todo su escrito, que tiene 50.110
palabras.
Y no busco más, porque lo de Internet me aburre, me
disgusta, porque anula la parsimoniosa capacidad de búsqueda, como la que
mostraban los antiguos detectives de novela negra, de la que soy aficionado a
ratos, o a veces.
Todas estas coincidencias hacen que mi mente divague y mis
divagaciones me llevan hasta mis diecisiete años, cuando empecé estudios
universitarios en Pamplona, ciudad a la que he regresado últimamente porque como dice el poeta catalán Joan Margarit, vivir es buscar el lugar donde poder amar.
Y siguiendo con la noria de mis pensamientos pienso en que
las emociones envejecen muy deprisa, tanto como por ejemplo la euforia de los
fuegos artificiales que en cuanto finalizan provocan un gran vacío, y me inunda
el pensamiento y el deseo de que a mí eso no va a ser así.
Decido no seguir dejando volar mi imaginación y mi mente,
por lo menos en esa línea que ha iniciado ella solita, porque es muy autónoma e
independiente de mi control, y me vuelvo a la biblioteca porque creo que no voy
a releer “La letra E”, de Monterroso, no sea que me produzca un ataque
lipogramático, y sería terrible si el mío afectase a la letra O, porque si por
un casual me da y pierdo la capacidad de decir Ohhh !!!, que es la expresión de
la sorpresa y la admiración, sería como perder parte de mi alma, y eso sería
para mí mortal.
Ooooooooh, ¡Qué bonitooooo!
ResponderEliminarSin la o tampoco podrías decir dinosaurio, ni tú ni Monterroso.
¿Cómo acabó la elección del siguiente libro?
Pues cierto es. Y no poder decir Monterroso sería complicado, porque quedaría Mnterrs, palabrejo sólo comparable a alguna de las que utilizan los alemanes y algunos estudiosos de esas letras germánicas, porque raros-raros los hay en este mundo. Finalmente escogí una novela corta de Antonio Orejudo, "Un momento de descanso", que trata precisamente sobre las andanzas de un profesor universitario.
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