Leo en La Vanguardia del 02.02.15 en su página 8 y bajo el
titular que da nombre a este escrito que
Shaima al Sabag murió por el disparo de un policía del régimen egipcio
porque participaba en una manifestación en memoria de las víctimas de Tahrir
del 2011.
Murió por llevarles flores.
Islam Osama, fotógrafo, captó la imagen que muestra La
Vanguardia, con Shamima ya con hilos de sangre en el rostro y machas rojas en
su camisa, abrazada por Mustafá Abdelal, que la sostiene antes de que se
derrumbe por que la vida se le escapa por el agujero de un disparo desalmado.
Después salió a la carrera con el objetivo de que no le
requisaran la máquina fotográfica y así poder difundir la muerte de la poeta.
Shamina era militante de un pequeño partido de izquierdas,
pero sobre todo y por encima
de todo era poeta. No pertenecía al grupo denominado “Hermanos Musulmanes", los grandes enemigos del régimen, pero
no comulgaba con los que gobiernan Egipto, pero eso no tiene importancia,
porque lo que era, a lo que pertenecía era a la sensibilidad de la poesía,
porque ella era poeta. Nunca llevó ni utilizó las armas, sólo usaba y gozaba de
las flores y de la palabra.
Por eso su muerte fue poética.
La foto es de las que te fija la vista y la vista se nubla y
no sabes bien si es por rabia mal contenida o por un estremecimiento del
espinazo del cuerpo.
La foto es sencilla, y por ello es impresionante. La foto es
la muerte hecha poesía en la sangre de una mujer de Alejandría.
Ella, la poeta, aparece serena, recta, tal vez una leve
muestra de dolor se escapa de su boca entreabierta, mantiene la cabeza inhiesta
como queriendo mirar al frente muy a pesar de que sus ojos ya están a medio
cerrar como cuando se apaga una vida, los brazos sobre los hombros del hombre
que la abraza y éste descansa su cabeza en el vientre de la poeta como para
encarcelar en el cuerpo de la mujer esa vida que desaparece, como si el
desvalido fuese él y no ella, la mano izquierda, con las uñas pintadas de rojo
y escondido el pulgar, está plácidamente extendida sobre la espalda del hombre
que en su atribulación tensa los dedos de su mano izquierda clavándolos en la
espalda de Shaima, la mano derecha de la poeta moribunda está recogida sobre sí
misma y también sobre la espalda del que la quiere salvar y esa mano no
muestra ningún síntoma de crispación, son las manos que escribían la poesía que
brotaba de su alma, y por ello son dulces, finas, de dedos estrechos y ágiles,
suaves y volátiles.
Dicen que su poesía era sin rima y además de una extrema
sensibilidad contenían esperanza y mostraban los dolores de las alas de su alma
de poeta.
La fotografía es de una templanza gélida que ni siquiera la
tibieza de la sangre que se aprecia consigue agrietarla, la poeta es una virgen
mártir plena de serenidad y sosiego, y Mustafá, quien la abraza, es la imagen
de la desesperación silenciosa y cansada de la humanidad ante la barbarie que
domina países, hombres y mujeres y creencias.
Es el desconsuelo del amor por la libertad allá donde se
busca y no se encuentra.
Desdibujados se ven un policía armado y seis ciudadanos que
caminan con absoluta normalidad mientras se produce el drama de la muerte de la
poesía.
Muere, matan, a una poeta, y no por el tiro puntual, que
también, sino por la barbarie política de algunas gentes que sólo aman el
poder, y la poeta responde con la serenidad reconfortante del que da la vida
por amar y por amor.
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