Ayer, a media tarde, aquí en la Cerdanya, la naturaleza se
mostró a través de un fenómeno maravilloso: el sol anterior al atardecer lucía
esplendoroso sobre todo el valle, la Sierra del Cadí y el Valle del Carol, y al
mismo tiempo bailaban en una lento descenso copos de nieve pequeñitos que
zigzagueaban antes de encontrar su lecho en la hierba de mi jardín.
Nevaba, no excesivamente, pero nevaba mientras lucía un sol
de cobre porque se acercaba con parsimonia a su escondite en el horizonte.
Se detuvo mi mente para contemplar los finos hilos de hielo
de los copos que despedían iridiscencias silenciosas de múltiples colores.
El espectáculo era de una cadencia espiritual y etérea,
armónica, colores vivos danzando en minúsculos guiños de luz ante un paisaje de
elevadas cumbres oscuras de nieve blanca que parecían querer resaltar las
tonalidades cambiantes de las agujas de hielo de los bailarines copitos de
nieve.
Al contacto con la palma de mi mano estallaban los copitos de
nieve y sus colorines, al igual que las pompas de jabón con las que juegan y
ríen y disfrutan los niños.
Un copo de nieve recuperó el movimiento de mi mente y pensé
que el persa Manes volvía a estar entre nosotros.
Pensé que la naturaleza lanzaba un mensaje maniqueísta en la
convivencia del sol y la pequeña nevada.
¿O era precisamente lo contrario, un alegato
antimaniqueísta?
De cualquier forma, y al margen de mis elocubraciones, la
naturaleza volvía a enseñar que ni la noche es tan oscura ni el día tan claro,
que ni la noche es el reino del abismo ni el cielo el paraíso de la luz y la
alegría, que lo bueno y lo malo conviven y coexisten sin necesidad de que uno
se imponga al otro, porque que ni lo bueno es tan bueno ni lo malo es tan malo.
Y que además, lo que es ahora, que es un instante, no lo es después, porque
luego ya es otra cosa y otra instancia.
Hoy nieva, y bastante más que ayer, cuaja en el jardín, pero
hoy el día es gris, de un maravilloso gris estaño.
Ayer era día de colorines del histérico caleidoscopio y hoy
es flemático como una lámina de plata.
Creo que la naturaleza no escuchó ni a Manes ni a sus maniqueístas, más bien
al contrario.
¡ Asombrosa naturaleza !
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