Ha muerto un hombre de corazón grande, un humanot
entrañable, un sensacional catalán trabajador, amante de las tradiciones de
esta tierra, ejemplo de constancia, de los que se acuestan deslomados y
amanecen con el alba para con sus manos preparar el mató clásico, y el de
Pedralbes, y el chocolate suizo a la taza con churros, y la leche merengada y
la crema de almendras, y la crema catalana quemada y toda la repostería de su
Granja La Pallaresa de la barcelonesa calle de Petritxol.
Hombre valiente, tenaz, empecinado, con el espinazo doblado
cuando las horas pesan hasta en los cuerpos forjados, con la cabeza alta y la
mirada franca porque el que lucha con sus brazos remangados mira siempre de
cara porque ese es su orgullo.
Esos hombres nobles y rudos son los que han levantado y
mantenido ya no su familia sino este país, hablando su lengua y manteniendo sin
herrumbre nuestras costumbres frente a los míseros de mirada retorcida y ladina
que medran en muchos lugares oficiales de la península y que no saben más que
de sí mismos, de su status y su bolsillo.
Ha muerto Magí Cases i Bolló.
Descanse en paz.
Ese hombre me hacía feliz cada vez que lo visitaba o él
venía con su hija Conxa a mi casa y decía, casi como para sí mismo, “que macos
la Susangna i el Paco, que feliços i que nanos més fantàstics que estàn crian”.
Y sonreía feliz como si fuese mi padre, y podría, porque era
el padre de todos.
Magí, yo he convivido con la muerte durante cuarenta días y
cuarenta noches.
Yo sé lo que es el sufrimiento del ser querido al que ronda
la guadaña.
Ahora que tú ya te has reunido con la gente buena para toda
la eternidad, ahora que ya estás con ellos, te voy a pedir un último favor que
no es el de los dulces con los que nos obsequiabas a todos los catalanes y a
otros muchos que tu calle visitaban, junto a la Plaça del Pi, en el Barrio
Gótico de la Ciudad de los Prodigios.
Magí, yo sólo deseo conservar el recuerdo dulce de mis
muertos.
De mi madre, que era de silencio y de amor y de la lentitud
de la paciencia, del nervio de mi padre que en mi adolescencia me decía que
quería hablar conmigo de hombre a hombre y después me pedía le acompañase en
sus rezos y yo me negaba porque mi alma no es de plegarias ni de iglesias ni
dioses, de mi Susan, que era una soplo de ilusión y alegría y una caricia cada
día y cada noche, era un beso furtivo y un amor de sosiego pero también de
empeño, amor pegajoso, que se adhería a trocitos y que al final eran tantos que
yo era ella y ella yo.
Sólo quiero que llegue la noche y que suene el teléfono y me
llame mi hermana Pía para decirme Hola, cómo estás, mi hermana Lourdes para
preguntarme que qué hago, esa alemana que me dice Hoooolaaaa, ya estoy aquí,
cómo te encuentras, o una zamorana con un habla que hace jotas las ges y que se
que me adora, o ese amigo que me busca para que le ayude en sus acciones
comerciales porque sabe que mi lengua se adiestró en las artes de la
persuasión.
Yo sólo quiero ya llamar a Navarra e imaginarme a la de las
tierras del Duero correr al teléfono para que no se corte porque quiere oírme y
decirme que tienes gamas de verme de nuevo, a la que trabajó conmigo en el
despacho de Recursos Humanos y que cuando la llamo me atiende con un Hola que
despide olor a rosas, a Cocó que me dice Hombre, amigo del alma, a tu hija
Conxa que acaba de regresar después de pasar unos días en el Pallars y que me
espera para comer juntos girella, xoliç y secallona, a mi Vicky que regala
sonrisas y que desprende aroma de lucha y por sus poros amor para todos.
Yo sólo quiero levantarme y ver el sol, y el mar, y la nieve
de las montañas y el viento gélido del invierno. Y cómo las nubes huidizas se
deshacen, blancas como tu nata, en su cielo azul cielo.
Yo sólo quiero regalar mermelada de naranjas amargas robadas
en las calles y de ciruelas del viejo árbol de Enveitg a mis amigas y a mis
amigos.
Yo sólo quiero ir al Bar y tomarme una cerveza y que los
parroquianos me digan Hola, Paquito, que gusto tenerte con nosotros.
Yo sueño para que llegue la noche y me llamen mis amigos y
me cuenten cómo les ha ido el día.
Yo sueño para que la vejez que se me aproxima o los años no
me hagan huraño.
Yo suspiro con la llegada de la noche porque entre las
sábanas me parece encontrar el calor y olor que me contagiaba mi amada.
No quiero más.
Pero hay momentos que tengo un frío de sepulcro.
Magí, si un rato en tu descanso te acuerdas de este ruego,
tú que eres experto en dulces y en trabajar con la sapiencia de los artesanos,
como el “menjar blanc” que nos preparabas, envíame algo de tu sabiduría para
que yo me dedique hasta que también me acerque a vosotros a encontrar y regalar
la paz que tú ofrecías a los que consumían tus maravillas en la calle
Petritxol.
Descansa en paz, Magí Cases.
No hay comentarios:
Publicar un comentario