Ayer pensé en ti.
Pensé en ti mientras a través de la ventana miraba distraído
como caían las primeras lluvias del otoño.
Era una lluvia fina y seca como agujas que limpiaba el
césped y la huerta de los sofocos pegajosos del estío.
Pensaba en ti tal vez porque se que la ciudad que habitas la
riegan las nubes con frecuencia,
con lluvias de distintos grosores, de macarrones, de fideos, de cabellos de
ángel, y de distintos colores, amarillo, verde, translúcido, marrón, blanco,
lluvia que a veces es sólo un calabobos y otras un chaparrón, continuo,
discontinuo.
Estaba abstraído y con la vista fija en ningún sitio, más
bien con la vista vagando a sus anchas y sin permiso alguno, hasta que un ruido
seco, húmedo y sordo me devolvió a la realidad.
El cuerpo de un pájaro del cielo cayó sobre la hierba de mi
jardín.
Salí a recogerlo, una vez recuperada la presencia después de
mi ausencia.
El pájaro estaba muerto.
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