sábado, 24 de septiembre de 2016

Ayer pensé en ti.


Ayer pensé en ti.
Pensé en ti mientras a través de la ventana miraba distraído como caían las primeras lluvias del otoño.
Era una lluvia fina y seca como agujas que limpiaba el césped y la huerta de los sofocos pegajosos del estío.
Pensaba en ti tal vez porque se que la ciudad que habitas la riegan las  nubes con frecuencia, con lluvias de distintos grosores, de macarrones, de fideos, de cabellos de ángel, y de distintos colores, amarillo, verde, translúcido, marrón, blanco, lluvia que a veces es sólo un calabobos y otras un chaparrón, continuo, discontinuo.
Estaba abstraído y con la vista fija en ningún sitio, más bien con la vista vagando a sus anchas y sin permiso alguno, hasta que un ruido seco, húmedo y sordo me devolvió a la realidad.
El cuerpo de un pájaro del cielo cayó sobre la hierba de mi jardín.
Salí a recogerlo, una vez recuperada la presencia después de mi ausencia.
El pájaro estaba muerto.

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