Hace unos minutos ha entrado en nuestras vidas el otoño.
Pienso que quiero a la vida y a todos los que me rodean en
rojo, amarillo y ocre.
También a veces en verde pajizo.
En verde que buscan los marrones.
En ardillas que descubren la nuez en el nogal.
También te quiero a veces con el calor de la chimenea.
También con calor de castañas y boniatos y vino rancio y
dulce, de moscatel espeso y oscuro, del que empalaga.
Te quiero, mamá, mientras te compro “marrón glaçé” y te veo
gozar con tus labios pintados de rojo mate de otoño.
Te quiero, amiga, con el corazón encendido de lumbre
escondida, de quemar despacioso y de chispas a cámara lenta.
Te quiero, Susan, mientras las alcachofas crepitan en las
brasas de tu hogar ceretano.
A ti que me lees, te quiero envuelto en mantas y degusto
pensando en ti un plato de sopa de cebolla y ajo y pan ardiente.
A ti que me escuchas, te quiero mordisquear el lóbulo de la
oreja porque te da una risa frágil y silenciosa.
Todo es rojo.
Todo es ámbar.
Todo es de oro.
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