Algunas mañanas necesito cuando amanezco que mi
entendimiento piense en aquello que asegura el abrazo del alivio y promete el
olvido de la desazón: entonces aparece un pájaro que vuela y que se posa en el
alféizar de mi ventana y me lanza un saludo con su ala de paz y un beso con su
pico de morrito, una luciérnaga que desde el jardín de mi casa en la montaña
ilumina la noche y compite con las estrellas, un búho que se acurruca y
arrumacos efectúa junto a su compañera la lechuza y que aún ser de otra raza no
precisa de conflictos ni peleas porque eso los reservan para nosotros, un
conejo que busca su madriguera para con sus orejas cobijar a sus hijitos que
les llama conejitos que es lo que todas las madres hacen salvo algunas que son
de la raza humana, una abeja que a la reina localiza en la rica miel y la reina
es fiel porque así lo es a su panal, una nube oscura que con timidez se acerca
a la luna y no busca a su toro enamorado sino el riego de la lluvia húmeda
porque la cascabelera ya le da la luz que desea, una hoja y una flor de ciruelo
que descienden para el descanso en el suelo mecidas por la brisa y que no tienen
ninguna prisa, un saltamontes que brinca en la hierba con el relente de la
mañana y que huye del glotón del camaleón sin necesidad de que su salto sea de
campeón, una mosca que se da de bruces cuando realiza saltos de altura contra
el cristal de la ventana en su afán de libertad, una ranita verde que te quiero
verde de San Antonio que infla sus mofletes y le canta al despertar que tiene
unas ganas de apetito loco de comer mosquitos, y aparece el mosquito que no se
come la ranita porque en la nuca me picó y está muy regordete y me deja con
picor en mi piel que es un clamor, un perro que ladra porque quiere salir a mear
de la mano de su amigo que es su amo y el perro así lo quiere, una golondrina que
rasea con vuelo bajo porque la lluvia arrecia y al insecto con su pico de
espalda negra y barriga blanca debe acertar, el salmón que remonta el río y el
oso la adivina pero no la cautiva, y la trucha que en una oquedad de la piedra se
esconde y guarda su soledad, y además quiero pensar en la sonrisa de una mujer
que abre los ojos a la mañana y voltea su cabellera enredada y descuidada, y
deseo ver al niño que berrea porque anhela la leche de la madrugada y al gusano
que se contornea tras la noche para enterrarse en la arena.
Y pienso que quiero que el girasol pueda ocultarse o mirar
al sol y que el clavel sea de moro o del Maresme que lo cuida el moro o que el
gitano se vaya a hacer negocios donde el moro o que la margarita decida que sus
pétalos amarán a quien el azar decida y el azahar de Andalucía nos embriague y
de locura nos enajene.
Y cuando todo eso he pensado entonces me levanto porque si
no las mañanas serían muy desabridas y llenas de sosería y yo quiero pensar y
creer en la niña y el niño que escuchan mis cuentos y que con sus ojos de plato
y la baba por la barbilla me emocionan cada día.
Y así lo hago y así vivo, cada día.
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